David Cameron (Londres, 1966) echó un órdago sobre la mesa y para acabar abrasado por las llamas que él mismo provocó. Un referéndum sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea era demasiada gasolina para él y para su propio partido. Hace poco más de un año ganó las elecciones generales por mayoría absoluta con la promesa de sacar las urnas a la calle, ante la presión que ejercía el ala euroescéptica de su partido y el avance del eurófobo Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP).

Antes de fijar una fecha para el plebiscito, Cameron dedicó varios meses a negociar con sus 27 socios comunitarios una reforma de la Unión que le permitiera presentar ante sus votantes una Europa más atractiva para los británicos.

Bruselas aceptó una revisión de las normas que permitía a Londres retirar ciertas ayudas a los inmigrantes europeos, entre otras medidas que los partidarios del Brexit consideraron insuficientes.

El primer ministro ha liderado una campaña basada en el miedo a las consecuencias económicas que tendrá la salida de la UE, una fórmula que le funcionó en el referéndum sobre la independencia de Escocia, en septiembre de 2014, en el que la opción de seguir en el Reino Unido, que defendía el Gobierno, ganó con un 55% de los votos. Ahí empezó a cavar su propia tumba. Creyó que ese triunfo ante Alex Salmond le hacía invencible en las urnas. Se equivocó de pleno. Ganó el referéndum porque tuvo que prometer una gran autonomía para Escocia, y lo hizo porque las encuestas empezaban a darle la espalda. En esa ocasión, Cameron tuvo, además, la suerte de que un laborista, George Brown, su antecesor en el cargo, y escocés, se pusiera al frente de la campaña por la permanencia de Escocia en el Reino Unido tras expresar la propia reina Isabel II, en un gesto inédito, su preocupación por la marcha de la campaña.

Solventada esa papeleta sorprendió a todos a lograr una mayoría absoluta en las elecciones generales cuando todas las encuestas pronosticaban un empate técnico con los laboristas. Pero el descalabro de éstos en Escocia, donde arrasó el SDP liderado por el propio Salmond, y de sus hasta entonces socios liberales, le permitió seguir en el 10 de Downing Street.

Y base de esa victoria fue la promesa de convocar un referéndum de pertenencia a la UE. “No amo Bruselas, amo al Reino Unido, y soy el primero en decir que hay todavía muchos modos en los que Europa necesita mejorar”, dijo al convocar la consulta, el pasado 20 de febrero. Pero no tardó ni 24 horas en descubrir que ganarlo iba a ser una tarea muy pero que muy ardua. Y es que, ante su sorpresa, vio cómo el popular exalcalde de Londres, Boris Johnson, se ponía al frente del Brexit.

Una campaña sin entusiasmo Durante la campaña, Cameron, igual que el líder de la oposición, el laborista Jeremy Corbyn, ha puesto sobre la mesa argumentos prácticos para seguir en la UE, pero tanto uno como el otro no pusieron demasiado entusiasmo por el proyecto político común. Y eso ha terminado pasándole la factura más cara: la dimisión, pese a que durante la campaña había asegurado que llevaría las riendas de la negociación con Bruselas para determinar los términos de la salida de la UE en caso de Brexit.

Sin embargo, al ver el descalabro en los mercados -la Bolsa de Londres abrió con un desplome de 500 puntos-, comprendió que, 16 años después de alcanzar el poder por primera vez junto a su esposa, Samantha Sheffield, y sus cuatro hijos, su etapa al frente del 10 Downing Street tocaba a su fin. Y, con toda seguridad, también al frente del Partido Conservador al que había llegado como líder del partido en sustitución de Michael Howard, tras la victoria de los laboristas en las generales de 2005.