Nada más comenzar esta campaña, Podemos puso sobre el tapete su concepto de patria y patriotismo. De inmediato, como si se hubiera abierto la caja de los truenos, obtuvo respuestas, no sólo del resto de partidos en liza, sino de editoriales de medios comunicación. El mínimo común denominador de todos fue su indignación por introducir el patriotismo en campaña y la falta de legitimidad de quien lo hacía.

Despotricar de que se incluya este debate tiene algo de farisaico ya que la existencia de corrientes políticas defensoras de las distintas naciones en el Estado llevan más de un siglo vivas y su existencia mantiene esa cuestión sobre la mesa.

Pero tras esta aparatosa aparición, la alusión a la patria fue diluyéndose. Solo reaparecía cuando las huestes de Unidos Podemos arribaban a puerto vasco o catalán, cuando tocaba jugar al reproche de actitudes egoístas e insolidarias de quien siente como suya una patria distinta a la española o cuando a Rivera se le ocurrió poner la pantalla de plasma al servicio de la hispanidad futbolera.

EL PP y el PSOE, con matices más estéticos y semánticos que políticos, siguen aferrados a los artículos primero y octavo de la Constitución. Veleidades federalistas y pegatinas rojigualdas al margen, en la práctica, ninguno de los dos acepta una solución como la auspiciada en Gran Bretaña para el caso escocés.

Unidos Podemos juega a la carta de la calculada indefinición. A eso y a obviedades como que “uno puede sentirse catalán, gallego y andaluz y puede mirar a otros pueblos”. El caso es no comprometerse demasiado en esas procelosas aguas, no vaya a ser que luego les torpedeen las negociaciones.

Pero, cuando todo parecía encarrilado, aparecen las grabaciones del ministro del Interior en funciones, ese señor al que el destino le ha jugado la mala pasada de nacer cuarenta años más tarde de lo que le pide el cuerpo.

Como siempre, el manual exige negar el conocimiento de los hechos por parte de su superior, afirmar que todo es parte de un complot y arropar al interfecto. Ya llegará el momento de ir abandonándolo a su suerte.

Sin embargo, lo importante no es saber quién o porqué graba y filtra. Lo esencial es su contenido y éste no es otro que el de un ministro que orquesta una campaña de desprestigio personal contra los que, desde Catalunya, osan cuestionar la unidad de España desde un activismo democrático y pacífico.

La campaña electoral acaba como empezó. Hablando de la patria española y su defensa. Los espiados, si albergaban alguna duda, ya tendrán claro que, como dijo Susana Díaz, presidenta socialista de Andalucía, “con la unidad de España no se juega”.