El fragmentado Congreso de los Diputados surgido tras las elecciones de diciembre hacía presagiar desde el 20-D un ritmo frenético de calculadoras y una espesa sensación de ingobernabilidad. Sin embargo, un hipotético gobierno tuvo su recorrido en cuatro meses de conversaciones donde tanto o más protagonistas que los líderes y sus interpretaciones, fueron la luz y los taquígrafos. Una representación inédita con varios papeles protagonistas, un director estrella y un espectador en funciones.

Pocas horas después de cerradas las urnas el 20-D, las líneas rojas que marcó Podemos dibujaron cómo de complicada iba a ser la tarea de formar gobierno. Fortalecido por En Comú Podem y el resto de confluencias, Pablo Iglesias situó desde el primer minuto el referéndum en Catalunya como eje de su cuadro de exigencias. Una España plurinacional entraba en el juego de las negociaciones para un acuerdo sobre territorialidad que estaría presente en todo el proceso pero que nunca tuvo recorrido para un PSOE influido por sus barones que impusieron sus resistencias en el Comité Federal del 28 de diciembre: no habría pacto con Podemos si insistía en el referéndum pero tampoco con el PP.

Pasadas las Navidades se constituyó el Congreso de los Diputados, una sesión llena de fotos que eclipsó los acuerdos que se habían fraguado para la constitución de la mesa y la presidencia. Patxi López, elegido en segunda votación tras el acuerdo PSOE- Ciudadanos con 130 votos de 350 diputados excluyendo a los nacionalistas, encarnaba la primera vez que la presidencia era ocupada por un partido que no había ganado las elecciones generales. El PP prefirió ceder la presidencia firmando el guiño a un posible pacto con los socialistas. Sin embargo, todo parecía indicar que Sánchez iba quemando etapas hacia una posible reedición de las elecciones repitiendo como candidato, conocedor de que el acuerdo con Podemos era improbable.

La primera ronda de consultas del rey culmina el 22 de enero, un viernes en el que Rajoy renunció temporalmente a presentarse a la investidura por la falta de apoyos arrancando una suerte de metáfora de la rampa de los piratas, la plancha por la que los condenados caminaban para morir ahogados o devorados por los tiburones. Sánchez tampoco tenía garantizados los apoyos ni ayudó el giro sorpresa que le tenía preparado Iglesias mientras departía con el rey: el reparto público de carteras postulándose como vicepresidente para un Gobierno del cambio y marcando los ritmos, una constante en el partido morado durante los cuatro meses de negociación.

Cinco días después, el rey convocaba de nuevo las consultas y encargaba a Sánchez formar gobierno. Daba inicio un baile negociador que Sánchez escenificó reuniéndose con todos los grupos, incluyendo a Rajoy y el desplante del saludo, mientras Iglesias vetaba públicamente cualquier diálogo con los de Rivera. Sánchez abría la negociación no solo con Ciudadanos, también con IU, Compromís y el PNV. Podemos, orillado, concretó su propuesta inicial insistiendo en la consulta y complicando la cuadratura del círculo obligando al candidato socialista a fiarlo todo a un pacto con Ciudadanos mientras en otro escenario se constituía una mesa a cuatro propuesta por Alberto Garzón con PSOE, Podemos, Compromís e IU. Comenzaba la actuación en dos pistas con un denominador común: los socialistas negociando a dos carriles.

La negociación de los partidos de izquierdas se dinamita el 24 de febrero tras el acuerdo entre Sánchez y Rivera. Una firma solemne por un “gobierno reformista y de progreso”. Sánchez reclutaba 40 escaños para un acuerdo estéril hacia la investidura a pesar del escenario escogido por Rivera tras la firma: un punto del Congreso donde se expone el cuadro El abrazo, allí el líder de Ciudadanos realizó, minutos después de la foto con Sánchez, el primer llamamiento al PP mientras el socialista aludía al carácter inclusivo del acuerdo a izquierda y derecha.

El pacto PSOE-Ciudadanos había logrado ganar el centro político desplazando a los extremos pero trazaba a partir de entonces dos espejos retrovisores con vocación de mirarse bajo la imposibilidad de encontrarse: mientras Rivera buscaba que el PP se sumara al primer y último acuerdo político tras las elecciones, Podemos vetaba a los de Rivera para entrar en el pacto. El refrendo del acuerdo por el 79% de la mitad de militancia socialista reforzó a Sánchez internamente pero sólo por unos días; quedaban cinco jornadas para la sesión de investidura, el abanico negociador encallaba y sólo quedaba llegar al Congreso con lo que había: una fotografía y dos firmas para 66 folios de acuerdo inútil a la postre.

El 1 de marzo se celebra la primera sesión que solo dejará para la historia parlamentaria un bronco debate con los mensajes lacerantes de Iglesias y sus referencias a la cal viva y a Felipe González y un aparatoso estreno de Patxi López. El candidato Sánchez obtuvo el apoyo anunciado de los diputados socialistas y de Ciudadanos, la abstención de Coalición Canaria y el rosario de 219 noes de PP, Podemos, DiL, ERC, PNV, Bildu, Compromís, IU, UPN y Foro Asturias que se repetiría 48 horas después con tan solo la suma de la diputada de Coalición Canaria. El segundo acto, de ocho días de duración, tocaba a su fin tras una investidura fallida que oficializó la precampaña electoral arrancando un inédito horizonte político bajo la infalibilidad del calendario: un periodo de dos meses, según establece la Constitución, para volver a intentarlo o disolver las Cortes.

Tendrá que pasar un mes con las ruedas de prensa sustituyendo a las negociaciones para que se represente una de las más evidentes escenificaciones de estos cuatro meses de ínterin político: el paseo de Iglesias y Sánchez por la carrera de San Jerónimo, con regalo incluido del líder de Podemos y luz de flashes. Un modo de relajar los músculos y aparentar buenas voluntades que Iglesias cristalizó en su renuncia a la vicepresidencia que él mismo se asignó en la primera ronda de consultas. La reunión posterior, con el Pacto del abrazo blindado, dejó dos intenciones marcadas por las cifras: frente a la vía de los 161 diputados a los que aspiraba Iglesias con la reedición de un gobierno a la valenciana ahora sin él (PSOE, Podemos e IU), el secretario general del PSOE abogó por la del 199 (PSOE, Ciudadanos y Podemos).

Nada parecía haberse movido más allá de los gestos y alguna rebaja por parte de los morados que consultaban a sus bases sobre el pacto PSOE-Ciudadanos oficializando una negativa consabida y de paso, reforzaban a Iglesias y a sus tesis a nivel interno. En tanto, el PSOE no había podido sumar a Podemos y el PP no había conseguido atraerse a ningún partido más allá de los deseos de Rivera de sumarle al acuerdo con Sánchez. El 25 y 26 de abril, el rey convoca una tercera ronda de consultas exprés, un mero trámite que constató la falta de acuerdos entre las formaciones en disposición de trenzar un pacto. Todo parecía seguir el procedimiento pero Compromís todavía tenía reservada como buenos valencianos la traca final, una pirotécnica propuesta de última hora basada en un acuerdo de mínimos revisable y bautizado como el Acuerdo del Prado para la conformación de un gobierno entre PSOE, Podemos y sus confluencias e Izquierda Unida, la última oportunidad in extremis, que también tanteó al PNV, y que solo duró unas horas. El resto de la historia la escribió el procedimiento previsto: el 2 de mayo finalizó el plazo para nombrar presidente, se disolvieron Las Cortes y al día siguiente, con el gobierno en funciones, quedó firmado el decreto de convocatoria de elecciones para el 26 de junio. Se bajaba el telón de la XI legislatura, la más breve de la historia y a la vez, la que acogió los más vanos y desconocidos espectáculos.