Cualquier estructura -empresa, asociación, particular o institución- que acomete un nuevo reto, mercado o negocio, suele recurrir a un análisis previo de sus debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades. Un informe dafo, vamos. Los políticos, también.

Empezando por los más cercanos, en el de los partidos que no actúan como filiales de sus mayores españoles se puede identificar una clara desventaja. Es la debilidad de PNV, EH Bildu o Geroa Bai por no tener la visibilidad mediática de los demás. No estarán en los debates, ni en la valoración de esos debates ni en las tertulias que organizan a diario los emporios televisivos que surten a nueve de cada diez telespectadores. En consecuencia, afrontan la amenaza de ser vistos como secundarios en unas elecciones generales marcadas por la polarización que alimentan el PP y Unidos Podemos.

Frente a ello, la proximidad es su principal fortaleza; la agenda vasca que insiste en colocar sobre la mesa el PNV y que, curiosamente, no proyecta con igual convicción EH Bildu, que se ha decantado por ofrecerse para desalojar a Rajoy, cuando ese es un terreno superpoblado.

Por último, la oportunidad de los partidos vascos es hacer valer su presencia en Congreso y Senado en un escenario sin mayorías absolutas y hacérselo ver así al votante. En el pasado, esa cintura ha servido a los jeltzales para hacer valer la prioridad vasca con independencia de quién gobernara e incluso estando fuera del gobierno de Lakua. En la versión de EH Bildu, la coalición elige vincular sus votos a una estrategia, en realidad, liderada por otros contra el PP. Después, con vistas a las autonómicas de otoño, deberá gestionar una relación de alianza hoy y rivalidad mañana con Unidos Podemos.

Los cuatro españoles El dafo de los cuatro partidos españoles requiere de menos explicación porque lo han exhibido durante los últimos meses. Mariano Rajoy tiene la debilidad del desgaste y su dificultad para forjar alianzas. Le amenaza la falta de mayorías estables: la cabeza del presidente en funciones puede ser moneda de cambio para gobernar. A cambio, dispone de la fortaleza de seguir al frente en intención de voto y su oportunidad es que la oposición está tan dividida que nada augura que sepa pactar el 27 de junio lo que no supo antes.

Pedro Sánchez, que vino a Euskadi a celebrar la Fiesta de la Rosa, es débil porque su liderazgo lo es, ha sido públicamente condicionado dentro de su partido y ha visto mermada su base de voto sin visos de cambiar esa tendencia. Está amenazado por una coalición de izquierda amalgamada en torno al objetivo de desbancar al PSOE como alternativa al PP y es capaz de lograrlo. Su fortaleza, si consigue proyectarla, es que fue el único que quiso armar una alternativa de gobierno. Su oportunidad, el recurso a las bases militantes después de las elecciones, pero eso tiene más que ver con su futuro y con el del propio PSOE.

La fortaleza de Pablo Iglesias es que ya se percibe como una alternativa factible. Su oportunidad pasa por sustituir al PSOE como referente de la izquierda. Después tendrá que lidiar con la debilidad de haber quemado puentes hacia el centro. Y le amenaza la estructura de sus bases, heterodoxas y, en consecuencia, inestables como toda coalición.

Por último, el 20-D dejó en evidencia la debilidad de Albert Rivera: no puede disputar el liderazgo del centro derecha al Partido Popular ni del centro izquierda al PSOE. Ni suma con ninguno de los dos. De ahí la amenaza de que el suyo no es voto útil. A cambio, puede provocar la caída de Mariano Rajoy y permitir a la vez que gobierne el PP. Esa es una fortaleza clara que le daría recorrido político. Y siempre le quedará la oportunidad de atrincherarse en el Congreso a la espera de ver si la derecha española sufre la misma convulsión que la izquierda.

En dos semanas veremos quién saca más partido a su propio dafo. O si éste responde o no a la realidad que acabarán dibujando los ciudadanos. Que votarán según las conclusiones del que ellos mismos hayan hecho, como es natural.