La duda al comienzo de cada campaña electoral siempre es la misma: en qué medida estas dos semanas largas en las que los partidos tiran la casa por la ventana, pese a promesas de ahorro que nadie recuerda, ayudan a pescar voto nuevo o evitar la huida del propio. Qué cantidad de votantes se deja influir, seducir o convencer por los mensajes, poses o incluso errores que los candidatos protagonizan durante este periodo al que se llega con la sensación de que poco va a cambiar sobre los resultados ya conocidos el pasado 20 de diciembre. Pero un anterior barómetro del CIS, que analizaba el comportamiento de los electores en la primera ronda de esta generales, revelaba que el 36% de los que acudieron a votar escogieron su papeleta durante la campaña. Y si se tiene en cuenta que según el último sondeo del CIS el 32% aún se declara indeciso, la bolsa susceptible de caer en las redes de los partidos es enorme. Como para pisar el freno para quince días que quedan.
Desde luego, por lo degustado en el aperitivo de este larguísimo menú, podríamos prescindir del resto de platos y pasar directamente a la urna, amenazada como nunca por una abstención alimentada con el enfado ciudadano ante una repetición electoral de la que culpan a la incapacidad de los políticos y por el calendario, que ha fijado la fecha en el puente de San Juan, con la mente en modo verano.
En toda la historia de la democracia española, solo en cinco ocasiones la participación ha bajado del 70%. Pues bien, solo una vez consiguió ganar el PSOE. En las otras cuatro ganó la derecha, una vez con UCD y otras tres con el PP. Las dos ocasiones que ha ganado Rajoy, la participación no llegó al 70%.
Consciente de esta certeza histórica, vendiéndose como el moderado entre extremistas y seguro de que un PSOE superado por la izquierda no será muleta de Unidos Podemos, Rajoy intuye su reelección, aunque sea bajo un suelo frágil. Tan frágil como esa memoria para la que la corrupción es un asunto amortizado, y eso que si algo no ha faltado en estos seis meses son nuevos episodios con el Partido Popular como protagonista estelar. Un reciente estudio de Jueces para la Democracia cifra en 2.000 las personas investigadas -antes imputadas- por casos de corrupción política. ¿Es posible creer que este asunto quedó descontado el 20-D?
Para el votante abertzale, la descomposición del viejo bipartidismo en cuatro bloques que, como el agua a un archipiélago, están unidos por aquello que les separa, sus famosas líneas rojas, en nada cambia la sensación de que Euskadi, acabada la violencia, ha dejado de existir al otro lado del río Ebro.
No es casualidad que en el arranque de campaña, tanto el PNV como EH Bildu se hayan cuestionado en sus mensajes por el valor de estas elecciones, por la necesidad de estar en Madrid representando los intereses mayoritarios de este país. Arnaldo Otegi cree que no hay opciones reales de cambio y que confiar el futuro a ese cambio es “vender humo”. Pese a todo, EH Bildu irá a Madrid, aunque solo sea para “echar del Gobierno a los herederos del franquismo”. Para Andoni Ortuzar, sin embargo, hay que estar allí porque hay que “defender los intereses de los vascos”, y si hay una aritmética que lo haga posible, “cambiar el sentido de la política española en beneficio” de Euskadi.
Hoy, segundo día campaña. También de la Eurocopa. La selección española, a la que ahora llaman la roja, entra en juego el lunes, el día del debate a cuatro. El fútbol y la política, siempre tan bien avenidos.