mis reflexiones en estas líneas son las de un observador lejano, nada entendido en el tema que me ocupa y seguramente no lo suficientemente informado. Contemplo desde la distancia las elecciones primarias en los Estados Unidos. Y me sorprendo cada día. Por la parte republicana ha resultado vencedor uno de los personajes más impresentables y siniestros que quepa imaginar. Y por la demócrata, aunque desconocemos cuál será el desenlace último, un socialista ha llegado a la txanpa final y, a día de hoy, no puede ser descartado. Esto es una novedad política en toda regla. Es cierto que las bases demócratas ya nos sorprendieron hace ocho años, cuando la elección final fue entre una mujer y un negro. Pero me resulta mucho más inesperado lo de ahora, porque uno siempre había pensado que en Norteamérica la palabra “socialista” era tabú.
Que en los dos partidos los candidatos más “extraños” hayan obtenido tales resultados podría ser una casualidad. Pero lo dudo. Trump y Sanders son candidatos extraños porque ambos, desde su espacio o intereses, se sitúan extramuros del sistema político estadounidense. Se podría decir que son candidatos antisistema.
Es evidente que Trump no es un candidato anticapitalista; es más, me atrevería a decir que es el epítome de cierto capitalismo, el más antipático, ramplón y obsceno. Pero ha salido adelante al margen y en contra de lo que entre nosotros denominaríamos el “aparato republicano”. Es, a ese respecto, sintomático que ningún expresidente republicano vaya a asistir a la convención en la que será oficialmente proclamado candidato a la presidencia de los Estados Unidos por su partido. Trump es, quizás, la cosecha tempestuosa de los vientos que sembró el Tea Party hace unos años. El problema es que es una tempestad peligrosa, que podría acabar complicando muy mucho el estado del Mundo.
Sanders es otro tipo de candidato antisistema. Por discurso y actitud se encuentra muy cerca de la izquierda europea. Podría decirse, incluso, que nos resulta familiar. Su condición de “antisistema” tiene más que ver con lo que se ha estilado hasta ahora en el Imperio que con su discurso o propuestas políticas. No hay por mi parte intención alguna de quitar brillo a sus logros; me parece muy meritorio que enfrentado al “aparato demócrata” haya llegado tan lejos, esté obligando a Hillary Clinton a emplearse a fondo, y a día de hoy no esté descartada su candidatura. Pero me da la impresión de que parte del mérito lo tiene el desgaste que, ante la opinión pública, han sufrido los candidatos a los que más se identifica con el sistema político. Tengo de Hillary Clinton muy buena opinión. El discurso de 2008 en que reconoció su derrota ante Barak Obama y felicitaba a éste, fue de una gran altura política. No fue un discurso leído. No llegó a salir elegida candidata demócrata porque enfrente tenía a uno de los personajes políticos más brillantes que ha conocido nuestro tiempo. Clinton es una política sensacional. Pero tiene un problema: se la identifica con el establishment, con la clase dirigente. Y los norteamericanos se están mostrando, ya desde la elección de Obama, muy críticos con esa clase.
Es así como percibo lo que está ocurriendo al otro lado del Atlántico. Veremos cómo acaba todo, si es que acaba. Pero no estaría mal que los políticos de aquí tomasen nota de lo que ocurre allí. En Europa han surgido opciones antisistema que han cosechado cierto éxito. Entre nosotros, algunas de esas opciones han llegado a condicionar la política de forma decisiva. Y mucho me temo que esto no ha hecho más que empezar.