no hay mucho que salvar de esta inane legislatura, corta en duración, escasa en trabajo, parca en acuerdos, lacónica en hechos y, sin embargo, pródiga en comparecencias sobreexpuestas a las cámaras de televisión. Sus señorías se han mudado de un bifamiliar a un adosado y, ahí, la convivencia no es solo conveniente, sino indispensable para que las reuniones de vecinos no se eternicen.
De más de cuatro meses de búsqueda de acuerdos para permitir elegir presidente y después Gobierno, se deben extraer algunas lecciones. La primera, no dar por hecho lo que no está ya en marcha. Suponer, como hizo Sánchez, que iba a ser posible juntar el agua y el aceite sin haberlo intentado previamente a pequeña escala fue una temeridad. Evidentemente, no resultó:su empreño en apoyarse a la vez en Ciudadanos (con un pacto cerrado) y en Podemos (sin posibilidad de modificar el anterior pacto) era un fracaso cantado.
La renuncia de Rajoy a intentar cualquier movimiento cuando recibió el no inicial de Pedro Sánchez convirtió al presidente en una suerte de corcho que flota y se deja llevar por la deriva, insensible, y elemento contemplador ajeno a lo que sucedía en el recién elegido hemiciclo. Solo dos veces abandonó su natural estado: en el obligado debate de investidura de Sánchez y cuando fue a explicar la vergüenza suscrita por la UE en torno a los refugiados.
Ciudadanos ha sido, por la gracia del PSOE y la inacción del PP, uno de los protagonistas sorpresa de este sainete donde tenía mucho que ganar y casi nada que perder. Así ha sido: su pacto con el PSOE le ha colocado en el foco y en algunos momentos, ante los vaivenes de Sánchez, incluso dio la apariencia de que era una bisagra indispensable. Veremos si es capaz de rentabilizar en los comicios ese protagonismo regalado. En Euskadi, sin cambio de discurso, es muy improbable.
En los errores de los grandes partidos llamados a entenderse (los vaivenes del PSOE o la inacción del PP) la formación de Pablo Iglesias también tiene su cuota de responsabilidad. Lo de las “líneas rojas” es una expresión que acuñó Podemos la misma noche electoral. Presentarse como vicepresidente con un gabinete de paraministros ante la opinión pública antes de haberlos siquiera consultado con quien necesitaba el acuerdo es soberbio; y recordar la cal viva es hurgar en una herida difícil de cerrar si se trata de buscar un aliado.
Tal ha sido la inconsistencia de los partidos españoles para fundamentar acuerdos sólidos que permitieran desatascar la situación, que al resto, abertzales incluidos, solo les ha quedado esperar a que sus votos, que bien hubieran podido ser necesarios, sumaran si llegaba el caso. Y no llegó porque los partidos españoles no lo quisieron.