ahora se echan la culpa unos a otros, como era de esperar. Pedro Sánchez a Pablo Iglesias, Pablo Iglesias a Pedro Sánchez, Albert Rivera a Pablo Iglesias y Mariano Rajoy a todos los demás. Desde fuera, los comentaristas pretenden ser políticamente correctos y aseguran que este ha sido un fracaso colectivo, pero no se atreven a señalar con el dedo a la realidad de ese ”colectivo”, que no es otra que cuatro fulleros poniéndose trampas entre ellos para llevarse al saco la gallina.
¿Cuatro meses perdidos? No tanto, no tanto, porque los cuatro granujas han podido dedicarse sin ninguna inquietud a analizarse, a sopesarse, a comerse el terreno, a desgastarse, sin preocuparse demasiado por llegar a una solución. Y, mientras tanto, durante estos cuatro meses de marrullería política ellos han ido cobrando como diputados, o senadores, o liberados del partido. O sea, de cuatro meses perdidos, al menos para ellos, nada.
Ya me dirán qué han perdido durante estos cuatro meses los cargos electos de las Cortes españolas, que han cobrado puntualmente sus nóminas a fin de cada uno de esos meses, los rasos su sueldo raso y los notables sus incentivos como portavoces, miembros de comisión, o de Mesa, o ya puestos, el pastón del presidente de la Cámara, que aunque efímero puede darle un buen empujón a su cotización. Y todo ello, se puede decir que sin dar un palo al agua.
Ellos, los culpables de no haber cumplido el más elemental deber de su oficio de políticos que es entenderse, negociar y pactar, no han pasado por la angustia de quienes tienen que emprender un negocio y se aprietan el cinturón, y vigilan el bolsillo, y examinan cuál es el coste de cada minuto de su trabajo privándose de todo ocio y tiempo libre mientras están construyendo su proyecto. Ellos, los cuatro embaucadores, no han visto resentidos sus recursos durante estos cuatro meses y han asumido el supuesto fracaso sin pestañear. Además, y esto sí que es fuerte, dispuestos a repetir la jugada.
Como consecuencia de su torpeza política, volvemos a empezar. No les importa que la nueva convocatoria de elecciones generales vaya a costarnos, según estiman los expertos, otros 130 millones de euros como los que desembolsamos el pasado 20 de diciembre. A esa cantidad habría que sumar otros picos que elevarían el total a más de 160 millones.
Para que nos vayamos haciendo una idea del despilfarro que nos espera, vamos desglosando:
según las cuentas del Ministerio de Interior, las elecciones del 20-D costaron a las arcas públicas 130.244.505 euros. La mayor parte de esa partida, más de 55 millones de euros, se la llevan las administraciones públicas, seguidas de Correos, con 48 millones; telecomunicaciones, 12,8, y la logística, 12,5. También había reservados casi 1,7 para imprevistos. El ministro, como suele, derrochó exhibición de fuerza: la seguridad corrió a cargo de 91.702 agentes de sus Cuerpos y Fuerzas, incluidos 28.000 policías nacionales, más de 44.000 guardias civiles y unos 13.000 policías municipales. Y, ojo, que toda este gente cobra su plus correspondiente.
Pero esto no es todo lo que vamos a tener que pagar. Después de unas elecciones, el Estado garantiza una serie de subvenciones a los partidos políticos en función de sus resultados electorales: 21.167,64 euros por escaño y 0,81 euros por cada uno de los votos tras conseguir el primer escaño. Un pastizal de dinero público, dinero de todos y todas, que va a parar a las arcas de los partidos y, en el caso de los cuatro fulleros, casi el 90% a la caja de PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos. Un dinero destinado, supuestamente, al correcto funcionamiento de las instituciones. Un dinero que, se supone, ya está cobrado, y que resulta un escándalo cuando se recibe por partida doble, como en este caso.
Los cuatro filibusteros y sus partidos cobraron y vuelven a cobrar. Y, como le cojan gusto a eso del desacuerdo, nada garantiza que el resultado de las nuevas elecciones vaya a variar lo suficiente como para que se les cierre el grifo. Nos han tomado el pelo y puede que nos lo vuelvan a tomar porque está tó pagao y es tentación difícil de vencer hacer como que hacen y volver a chulearnos por la cara.
Sean 130 millones o sean 200, les da igual. Han emprendido un negocio y han fracasado, han quebrado. Pero ahí les tenemos, dispuestos a engordar de nuevo una deuda que jamás pagarán, porque la pagamos entre todos a escote.