El besamanos en La Zarzuela comenzó ayer y tiene pinta de acabar como el rosario de la aurora. Quizá a Felipe de Borbón le hubiera bastado con poner la oreja en las semanas anteriores para concluir lo que le están diciendo viva voce: el 26 de junio, a las urnas. Pero ha hecho una nueva ronda en la que, según los que se vieron con el monarca español, les acoge como la madre amorosa que despide a su vástago al pie del autobús en su primera excursión adolescente: “No te separes del grupo, no trasnoches, pásalo bien y gasta poco”.

Sobre todo, gasta poco. Es razonable proponer que los dispendios electorales se reduzcan en lo posible. No habrá cambiado tanto la oferta de unos y otros desde diciembre a esta parte. O sí. A Pedro Sánchez le votaron los socialdemócratas y se encontraron con un acuerdo con los neoliberales de Ciudadanos escrito en papel atrapamoscas del que no ha sabido ni ha querido librarse el líder del PSOE. A Pablo Iglesias le encumbraron como tercer candidato a La Moncloa al frente de un proyecto transversal, decía. Ni de izquierda ni de derecha. Pero hoy está en disposición de ocupar claramente todo el espectro de la izquierda española si cierra el acuerdo en ciernes con Alberto Garzón.

Albert Rivera es el que menos ha cambiado. Quería medrar a la sombra del PP y arrastrar hacia la derecha el pensamiento reformista español y ahí sigue, propugnando una mayor recentralización. Con el PP sensible a esa percepción del modelo de Estado y sabedor de que hallará en él al socio que sustituya con sus escaños la mayoría absoluta perdida para hacer lo mismo: aplicar rodillo parlamentario. No le ha dado la representatividad a la primera pero aspira sin ningún ambage a lograrlo a la segunda.

Pero no hace falta que todo esto se diga una y otra vez en una larga campaña electoral. Tras el mensaje economicista hay otro táctico. Está muy bien que no se gaste del erario público para pagar el fracaso de los líderes políticos españoles con otra fiesta de la democracia ante las urnas. Pero para algunos está mejor todavía que su suelo electoral se revalorice con una participación menor. Que el bombardeo mediático, que es gratuito, al parecer, permita alinear a la opinión pública en términos de voto útil, cabreado o aburrido, pero sobre todo en bruto. Con los menores matices posibles; con la menor diversidad de propuestas. Los partidos menores van a sufrir en esa cita que pretende enderezar el desaguisado político como si se tratara de una ortodoncia que meta en cintura tanto colmillo revirado.

La percepción del votante se mueve entre la experiencia de una mayoría insuficiente del PP, una alternativa en disputa entre PSOE y Podemos y la bisagra liberal de Ciudadanos. Las confluencias se tendrán que mirar el riesgo que supondría no confluir otra vez; los nacionalistas vascos y catalanes -pero también canarios o gallegos-, el de no poder hacerse oír en el coro mediático. Pero todos le temen más a la fatiga del electorado que a su dificultad de llegar a él. Así que, corta o menos intensa, barata o menos cara, que la ortodoncia sea al menos indolora.