Washington - El presidente Obama concluyó su viaje a Arabia Saudí sin resolver las recientes y graves tensiones entre Riad y Washington, que siguen en un compás de espera pendiente de las elecciones presidenciales norteamericanas. Estas tensiones son consecuencia, en parte, de la nueva constelación internacional como el resurgir del Irán, la inestabilidad social en la mayoría de los países musulmanes, el hundimiento del precio del petróleo, etc., pero mucho más se deben a los cambios en la propia estructura sociopolítica saudí. Desde la creación del país por Ibn Saud en 1932 la población ha crecido de 4 a 31 millones de habitantes; el nivel cultural y el acceso a la información han pasado de perfiles medievales a calidades del mundo industrial y la conciencia política del pueblo ha dado el enorme salto de los horizontes tribales a visiones sociopolíticas globales y actuales.

Las dos guerras del Golfo mostraron a la población saudí que su rey pactaba con los “infieles” para luchar contra otros musulmanes. El ascenso al poder de los ayatolás en el Irán hizo trizas el monolitismo religioso saudí: los chiítas del Nordeste del país y de las islas del Golfo Pérsico recuperaron súbitamente la memoria histórica (en la Edad Media pertenecieron al imperio persa) y la conciencia de que eran gobernados por dinastías suníes. Su fidelidad política se volvía cada vez más cuestionable.

Sobre todo, se volvía más y más cuestionable porque el poderío saudí, tanto militar como económico, disminuye. En Yemen, los militares saudíes muestran muy poca eficiencia; en la guerra civil siria, la influencia saudí cojea muy por detrás de la iraní; en Irak predominan los chiítas y en el norte de África sólo impera un caos -o una inestabilidad alarmante en el Magreb- en el que nadie apuesta por la baza saudí para hacerse con el poder. Para EEUU, que tiene desde casi el nacimiento de Arabia Saudí una alianza de petróleo a cambio de seguridad, la evolución es alarmante, tanto desde el punto de vista económico como militar.

Económicamente, porque el desplome de los precios del petróleo ya no beneficia a Estados Unidos como ocurría hace tan solo un decenio, cuando una energía barata reducía los costos de su industria, sino que representa graves perdidas para su renovado sector petrolero, que gracias al fracking ha sobrepasado a los sauditas en cantidad de crudo extraído. Políticamente, porque la inestabilidad que Riad genera en su entorno y su incapacidad de influir en otros regímenes de la zona, obliga a Washington a replantearse su estrategia en una región de la que está tan lejos en distancia como en mentalidad. Desde aquí parece evidente que ahora, con la crisis petrolera, también comienza a tambalearse el otro gran pilar (el primero ha sido el apoyo del islamismo radical, del wahabismo) de los Saud: el dinero. Porque el país cubre el 90% de su presupuesto con las exportaciones de crudo. Pero el petróleo ha entrado en barrena, las guerras civiles han lanzado a cerca de 6 millones de personas (4 millones de yemeníes y 2 de sirios) a refugiarse en Arabia Saudí, que les da permiso de residencia y trabajo, pero ninguna subvención.

El segundo príncipe heredero ha emprendido un ambicioso plan de reformas en el que la baza principal es la potenciación de la iniciativa privada (incluso se quiere sacar en la Bolsa parte de las empresas estatales) y fomentar las universidades privadas. Pero estas son iniciativas que -si tienen éxito, algo nada seguro- no incidirán en la macroeconomía y el mercado laboral hasta dentro de una generación. Y mientras, cada año un cuarto de millón de saudíes descubre que está en paro.