No se podrá quejar Arnaldo Otegi de que su retorno a la política no haya sido acompañado de foco mediático. Las circunstancias le han permitido elegir ese foco y medir dónde exponerse y dónde no al escrutinio periodístico. En consecuencia, el secretario general de Sortu ha controlado, hasta donde es razonable, la proyección de los ejes de su discurso. Lo que no ha evitado que hasta la fecha haya tenido que hablar más del pasado que del futuro. En su experiencia televisiva del domingo, el programa de Évole giró en torno a eso, lo que tiene su lógica, aunque implique incomodidades.
Otegi se manejó bien en el mano a mano. Domina la palabra y es un conversador fluido. Sus mensajes son claros. Más de lo que el escrutinio de las ruedas de prensa de Sortu suelen permitir. En consecuencia, se le entiende entre líneas con facilidad. Nadie que viera su intervención ante el periodista catalán puede dudar de dónde están los límites de su discurso. Por mucho que se le insista a Sortu sobre la reflexión ética del uso de la violencia, el rechazo a su consideración como una extensión de la política en el pasado, éste no va a ser más explícito de lo que hemos escuchado ya. Y lo escuchado ha sido una reflexión en términos dialécticos de los motivos por los que no se puede esperar una condena de la violencia de ETA ahora que está en descomposición. Si se aguantó el tipo durante años sangrientos, admitió abiertamente el líder de la izquierda abertzale, que nadie espere que ahora suenen palabras de remordimiento. Implicarían demasiadas explicaciones pendientes. Prietas las filas aunque, precisamente, la reflexión política desde una ética democrática es el mejor argumento para desmontar el discurso de quienes hoy eligen la disidencia del colectivo para defender por todos los medios los derechos de los presos.
No hay sorpresas en el discurso de Otegi. No entiende que precise más argumentos que su bagaje como preso y su liderazgo reconocible e inspirador en la transformación de la ilegalizada Batasuna en la renacida Sortu. El pragmatismo elevado a la sublimación de la moral, a su descomposición en los diversos factores que la desdibujan para no tener que encararla: la represión ejercida por el enemigo, el derecho legítimo no reconocido, la épica de la resistencia. Cada cual lee su pasado como quiere. Aunque sugiera un relato en el que la violencia solo ha dejado de ser aceptable por su falta de rendimiento. Patada a seguir y la pelota de ETA a campo contrario.
A Otegi le va a hacer falta hablar del futuro. El voto rebelde, el contestatario de la sociedad vasca no le reconoce como su gurú. Es viejo. Somos viejos los que leemos el futuro desde la experiencia del pasado. Las filas apretadas de la izquierda abertzale son las de hace diez años, no las de dentro de diez. En eso no se distingue de otros partidos tradicionales. Pero, mientras no haya respuesta, igual que la sociedad vasca reivindica los dolores de la dictadura recordará los del terrorismo. Hasta que vengan otros y nos jubilen a todos.