cuando la política española se entrecruza con el espectáculo, y cuando un minuto en las tertulias de televisión tiene mayor alcance que un programa de gobierno, el lehendakari Urkullu huye del bullicio y mantiene su perfil discreto, aun a riesgo de que sus detractores lo retraten como un político gris. Se le atribuye un perfil gestor, moderado y dialogante que lo sitúa en posiciones de centro que le pueden ayudar a pescar votos en diferentes caladeros, y también a gobernar en un Parlamento muy fragmentado como el que se espera tras los comicios. Está a punto de completar una legislatura que no ha generado grandes titulares de prensa, pero los jeltzales lo interpretan como un signo de trabajo callado y estabilidad. Creen que ha garantizado la buena marcha de los servicios sociales y se han sentado las bases de la recuperación, aunque la crisis del acero extiende nubarrones en el horizonte.

Urkullu, nacido en Alonsotegi en 1961, fue director de Juventud en la Diputación de Bizkaia, lideró la comisión de Derechos Humanos en el Parlamento Vasco, presidió la ejecutiva jeltzale en Bizkaia, y dio el salto a la cúpula nacional en 2007, hasta que fue designado candidato en las elecciones de 2012. Se hizo con el liderazgo del partido en un momento muy delicado para el PNV, al borde de una segunda escisión. Fue avalado como candidato de consenso tras la renuncia a la reelección de Josu Jon Imaz y el paso atrás de Joseba Egibar, y poco a poco pudo trabajar con el resto de burukides para cerrar heridas y proyectar una imagen de unidad que a día de hoy es incuestionable.

LOS ACUERDOS Poco después, le tocaría gestionar otra crisis importante cuando el lehendakari Ibarretxe ganó las elecciones en 2009 pero fue desalojado por el pacto PSE-PP. Cuando el partido parecía abocado a cuatro años de travesía en el desierto, Urkullu acuñó el célebre lema gobernar desde la oposición, y aprovechó su relación con el expresidente Zapatero para cerrar un acuerdo histórico que supondría el traspaso de una veintena de competencias, prácticamente el cierre del Estatuto de Gernika. El acuerdo dejó en una posición comprometida al lehendakari Patxi López, que vio cómo era puenteado por el presidente español a pesar de compartir carné socialista. Parte del pacto quedó en suspenso por el adelanto electoral en el Estado y la victoria de Mariano Rajoy.

Urkullu también se implicó en el cierre de la violencia. Actuó como correo entre la izquierda abertzale y José Luis Rodríguez Zapatero, y contribuyó a la Conferencia de Aiete que trajo el cese de ETA. En ocasiones, su empeño le ha ocasionado cierto desgaste personal, como sucedió cuando se fotografió con los verificadores internacionales del desarme con el propósito de mostrarles su solidaridad tras ser citados a declarar ante la justicia española. El gesto de desarme no tuvo continuidad y fue ridiculizado en varios ámbitos, un plato de mal gusto para todo un lehendakari que se había retratado con ellos. Dejó ver que no se prestaría a ninguna otra escenificación que no tuviera tras de sí un avance con sustancia, aunque mantiene el contacto con los actores internacionales.

En el Gobierno Vasco, al que llegó tras unas elecciones donde sacó más de cien mil votos de distancia a una izquierda abertzale todavía impulsada por el cese de ETA, vivió unos primeros momentos de preocupación donde tuvo que prorrogar los Presupuestos por falta de acuerdo con la oposición, y donde llegó a barajarse un adelanto electoral. Pudo reconducir la situación activando sendas mesas de diálogo entre partidos y entre instituciones. El flanco de la reforma fiscal terminó derivando en una negociación entre formaciones. Urkullu lo dejó en manos del PNV. Los jeltzales optaron por enterrar el hacha de guerra con el socialismo y forjaron un acuerdo que le ha permitido aprobar sus tres últimos presupuestos. Urkullu también dejó al PNV el diálogo con la izquierda abertzale.

Quienes lo conocen destacan su capacidad de trabajo y su nivel de exigencia sobre sí mismo y los demás. Forma parte de la misma generación política que Andoni Ortuzar o José Luis Bilbao, y fue insumiso al servicio militar. Dice que nunca ha probado el alcohol, y se ha ganado el sobrenombre de El Hermético, aunque gana en las distancias cortas. Amante de la lectura y la música, sobre todo de Bruce Springsteen, es muy familiar y guarda con celo su vida privada, hasta el punto de que el traslado a Ajuria Enea fue motivo de preocupación y desánimo en el entorno del lehendakari que, al igual que sus antecesores, vive a caballo entre la residencia oficial y su hogar en Durango. Se le ha podido ver en actos públicos en compañía de su mujer Lucía Arieta-Araunabeña, con quien tiene tres hijos.

Aunque hasta hace poco había sido imposible arrancarle una expresión altisonante, ha mostrado arranques de carácter de los que no se siente demasiado orgulloso, como cuando se encaró hasta en dos ocasiones con los sindicatos de la Ertzaintza que lo grababan a la entrada del Parlamento. Según explicaría después, su enfado se debía a que los sindicalistas estarían grabando a los escoltas sin velar sus caras al difundir el vídeo. Además, denunció la filtración de algún episodio privado a la prensa.