bruselas, en el máximo nivel de alerta por los atentados que el martes mataron a 31 personas a las que todavía no se ha podido poner oficialmente nombre y con un aeropuerto que está cerrado hasta una fecha no definida, se encontraba hoy lejos de poder recuperar el pulso de la normalidad.

“Todavía en este momento hay familias con angustia” porque no tienen noticias “de una madre, de un padre, de un hijo”, señaló el primer ministro belga, Charles Michel, en una sesión de la cámara de diputados, en alusión a que todavía no se han identificado con certidumbre los fallecidos.

Las personas que no tienen noticias de sus familiares son enviadas al hospital militar Reina Astrid, donde se les piden elementos que puedan servir para cotejar a quién corresponden los cuerpos de las víctimas mortales.

En contraste con este centro médico, donde apenas se ven visitantes, el hospital Erasmus de la capital belga rebosaba movimiento, con decenas de familiares y amigos de víctimas acercándose a visitar a los heridos, entre soldados con chalecos antibala y fusiles de asalto.

En cuanto a los heridos, 150 seguían hospitalizados ayer (61 en cuidados intensivos) de los 300 -de casi una cuarentena de nacionalidades- que causaron las explosiones del aeropuerto de Bruselas-Zaventem y en la estación del metro de Maelbeek.

El aeropuerto, en el que trabajan 20.000 personas y por el que pasan de media entre 50.000 y 60.000 pasajeros diarios en unos 600 vuelos, seguía cerrado por tercer día consecutivo al tráfico comercial y sin una perspectiva clara para su reapertura, más allá de que no será antes del lunes.

Una portavoz del aeropuerto indicó que ni siquiera se puede avanzar cuándo se anunciará el reinicio de las operaciones porque la policía científica sigue trabajando en el área de salidas de la terminal donde se produjeron las explosiones, y eso significa que no se ha podido entrar aún a evaluar los daños estructurales.

Los únicos vuelos que se reanudaron desde el miércoles son los de aviones de carga y privados, los pasajeros que tuvieron que evacuar las instalaciones inmediatamente después de las explosiones, pueden empezar a recuperar algunas de las maletas que tuvieron que abandonar allí, así como coches dejados en ciertos aparcamientos.

El resto del transporte público de Bruselas fue volviendo a la normalidad, aunque en muchas estaciones hay desplegados policías y militares que cachean y registran sistemáticamente a todos los viajeros a la entrada, como en la estación central o en De Brouckere.

Además, algunas líneas siguen sufriendo problemas como las líneas 1 y 5 del metro, donde operan con limitaciones físicas y temporales.

Los convoyes de estas líneas, mucho menos concurridos que en un día laborable normal, atravesaban sin apenas frenar las paradas aún no operativas, como Anneessens o Sainte-Catherine, transformadas en “estaciones fantasma”, a oscuras y acordonadas.

Obviamente continúa clausurada la estación de Maelbeek donde se produjo el segundo atentado, y en una de cuyas entradas ayer se podían ver velas y flores en recuerdo de las víctimas.

Los trenes sí que circulaban con casi total normalidad aunque siete estaciones de segundo orden de la capital continuaban cerradas y la compañía ferroviaria SNCB reconoció que frente a los 100.000 viajeros habituales que utilizan este medio de transporte en Bruselas, la cifra ayer era significativamente inferior, aunque no tanto como el miércoles, cuando se constató un bajón del 50%.

El sector turístico, afectado directamente por los ataques en medio de las vacaciones de Semana Santa en varios países europeos, no quiso comunicar cifras por considerarlo “demasiado prematuro” e incluso “indecente” de cara a las víctimas, según un responsable de la Asociación de Hoteles de Bruselas (BHA).

caída de la actividad Pese a todo, el economista jefe del banco ING, Peter Venden Houte, calculó en declaraciones al periódico Het Nieuwsblad que el impacto económico de los atentados podría ser de 0,1 puntos del producto interior bruto (PIB) del país, es decir unos 400 millones de euros, aunque “esos costos podrían aumentar si la amenaza terrorista persiste o si se cometen nuevos atentados”.

En las calles turísticas del centro, el ambiente no era el habitual, como lo señaló Cristina Fraguas, una estudiante de Valladolid que encontró la ciudad “mucho más tranquila y con menos gente” que la última vez que estuvo.

En esa zona, los comercios vivían una jornada a medio gas, como lo reconoció Jiajia Luo, dependiente de una tienda de bombones en la Gran Plaza, que lamentó la poca afluencia de gente en la zona, algo “anormal” en plena Semana Santa.

Una de las pocas que refirió una actividad más alta de lo habitual fue Andrea Tastenhoye, una florista con puesto en la plaza Schuman, próxima a la sede de las instituciones comunitarias y a la estación atacada por los terroristas.

“Nosotros abrimos el día del atentado y ayer. Tenemos que ser valientes y no tener miedo”, aseguró la florista. - Efe