Los ecos de la excarcelación de Arnaldo Otegi han marcado la semana. Su protagonismo indiscutible fue el banderazo de salida del proyecto electoral de Sortu, por extensión de EH Bildu, que gira en torno a él. Cabe interpretar que no es ajena a este hecho la decisión del lehendakari Iñigo Urkullu de hacer una reivindicación de las víctimas. Y también la visceral reacción de Sortu al sentir que ese retrato de la memoria reciente cuestiona el currículo bruñido en torno a su secretario general como el hombre que trajo la paz a Euskadi. El choque de relatos nace de la voluntad de construir en torno a Otegi la imagen exclusiva de un activo político a favor de la paz en base a su iniciativa en Bateragune, que le llevó a un encarcelamiento cuestionado por muy amplios sectores sociales y políticos vascos. La construcción de la imagen del previsible candidato Otegi es legítima y la del relato que lo afiance también. Se puede compartir o no por excesiva la asociación de su imagen con la de Mandela pero, en todo esto, es clave entender que, en el juego de los relatos políticos, la baraja da cartas a todos los jugadores.

De modo que igual de legítimo resulta construir el relato de la trayectoria de Arnaldo Otegi a partir de su papel en la transformación del MLNV en una estructura exclusivamente política como incorporar a ese relato elementos que cuestionan esa imagen: recordar su participación, también en la práctica política, en las precedentes que no lo eran. Bietan jarrai existió no solo como lema en ETA, sino como formulación estratégica compartida también por Otegi, puesto que militó en las dos ramas de la propuesta.

La salida de Arnaldo Otegi coincidió con el cincuentenario del primer neumático fabricado por Michelin en Gasteiz. Que el secretario general de Sortu fuera condenado por su participación en el secuestro del director de la fábrica en 1979, Luis Abaitua, tampoco es achacable a un ejercicio de manipulación diferida varias décadas. Y que Urkullu era conocedor de estos extremos también es difícil de cuestionar.

El caso es que las dos tradiciones soberanistas -PNV e izquierda aber-tzale- han sido capaces de encontrarse en acuerdos centrales para el funcionamiento institucional del país como la Ley Municipal y de confrontar agriamente sobre memoria.

Al lehendakari le han reprochado que pusiera a Abaitua como ejemplo del acoso padecido por los empresarios vascos a manos de ETA. Pernando Barrena le acusó de utilizar a las víctimas con fines políticos y ese choque retrata una pugna sobre la memoria o las memorias. De lo que este país ha vivido a manos de la violencia de ETA, de fuerzas parapoliciales y de las propias Fuerzas de Seguridad del Estado.

La ventaja de Urkullu en este debate es que su gobierno ha afrontado el reconocimiento de las víctimas de todas esas violencias. Individual y colectivamente. Pero el cruce de declaraciones muestra que el asunto escuece en Sortu, aunque no le pone remedio con una declaración contundente más allá del reconocimiento de errores tácticos.

Tanto Arnaldo Otegi como Hasier Arraiz han reivindicado la trayectoria de la izquierda abertzale desde HB a Sortu como un continuo. En consecuencia, asumen como propias las circunstancias de su origen y desarrollo. No se trata de reprocharlo, sino de constatarlo. El camino de la izquierda abertzale ha acumulado méritos difíciles de cuestionar en la última parte de su recorrido, cuando la reflexión política se ha puesto por delante de la supeditación a la estrategia bietan jarrai.

Quienes han liderado ese proceso han sido fundamentales para que hoy dispongamos de un escenario sin violencia de ETA. En todo caso, la ciudadanía vasca, cada uno de sus individuos, tiene derecho a elegir qué parte del relato sobre el candidato Otegi decide comprar; de igual modo que el resto de partidos tienen derecho a exponer otras vertientes de ese relato. También las que no encajan en la estrategia electoral del candidato pero son verdad.

Desde que comenzara a articularse políticamente en vísperas de la llegada de la democracia, la primera simiente política del MLNV, la coordinadora KAS, desarrolló su propuesta política en función del entorno. La Alternativa KAS tuvo su primera versión en 1976 en claves que reivindicaban como columna vertebral el eje amnistía, libertades democráticas, estatuto provisional de autonomía para Hegoalde y un gobierno sostenido por ese estatuto. La propuesta fue adaptada a los acontecimientos dos años después incorporando por primera vez el derecho de autodeterminación.

ETA se manejaba entre el final de los polimilis, y el papel de los milis, que en los años 80 no eran líderes intelectuales del colectivo. De esa durísima década de atentados brutales y violencia parapolicial se sale con la decepción de las negociaciones de Argel en 1989. El liderazgo político queda definitivamente supeditado a ETA. Al fin y al cabo, ha negociado cara a cara con el Gobierno español y esto lleva a poner negro sobre blanco la nueva estrategia.

Así, en 1995 -precisamente el año en que Otegi alcanza la primera línea política como parlamentario en Gasteiz- la Alternativa Democrática encumbra a ETA como agente político. Es la organización, no las estructuras que hacen política en las instituciones que representan el poder popular -ayuntamientos, juntas generales, parlamentos-, la depositaria de la negociación bilateral con el Estado. En su competencia como negociador entran el reconocimiento del derecho de autodeterminación, de la territorialidad y del respeto al resultado del proceso democrático que se pueda implementar en Euskal Herria.

En ese tiempo, la estructura política de la izquierda abertzale tiene un uso electoral pero la verdadera vanguardia del MLNV la reclama para sí ETA. Con estos mimbres se encara el proceso de Lizarra-Garazi, en el que Arnaldo Otegi ya tiene un protagonismo evidente. Pero esa experiencia agota las líneas de entendimiento entre sus firmantes porque ETA lo hace saltar. Como haría años después con la propuesta de Anoeta, su voluntad de capitalizar el liderazgo político para dar un sentido a su historia le lleva a ningunear a los protagonistas de la acción política en el propio MLNV. Un papel secundario aceptado por esa estructura en la que Arnaldo Otegi era un referente de liderazgo.

El último proceso negociador lo viste de largo el propio Otegi en Anoeta, en 2004, con Batasuna ilegalizada desde el año anterior. Formalmente, la propuesta de dos mesas es una revisión del papel de ETA como agente político. En la práctica, para cuando se aplica y la mesa política se activa, el otro carril lleva tiempo bloqueado: ETA trata de jugar esa partida ella sola, también en el apartado del diálogo político.

Al intento de Otegi, Urkullu y Eguiguren en Loiola le sobran voluntad y buenas intenciones pero le falta el compromiso de ETA. Cuando al PNV se le cita para hablar de la estrategia de dos mesas y desarrollar líneas de acuerdo político, ETA ya está haciendo seguimientos y preparando el atentado de la T-4, según contaría luego el entonces ministro de Interior Alfredo Pérez Rubalcaba. Cada cual podrá darle la credibilidad que quiera, pero ese atentado marca el final del liderazgo político de ETA y castró la última oportunidad de un final negociado de la violencia para el que había mimbres definidos en Loiola.

Otegi lee las consecuencias y lo verbaliza en una entrevista al semanario alemán Junge Welt en la que aboga por un nuevo proceso sobre nuevas bases: “No podrá ser una tregua -dice-; probablemente tenga que ser un anuncio unilateral de cese y abandono de la violencia por parte de ETA”. Es enero de 2007. De inmediato, y por primera vez en la historia de la izquierda abertzale, Batasuna pide públicamente a ETA que no cometa atentados. La reacción de la organización armada denota que considera prescindibles a los referentes políticos de la izquierda abertzale. Otros ya hicieron esa petición en el pasado, vino a decir, y ya no son parte del MLNV. Se equivocaba. Bateragune, el proceso por el cual Otegi acabó en prisión, junto a otros líderes como Rafa Díez, no acabó ante los juzgados. Provocó una reflexión interna a la que ayudó el enésimo descabezamiento de la cúpula de ETA. Hoy estamos en un escenario sin violencia gracias, entre otras cosas -y la fundamental es la actitud exigente de la sociedad vasca- a que ese proceso de reflexión no murió en la Audiencia Nacional. Lo que vino a continuación es el relato que conocemos y que se reproducirá sin fin hasta las elecciones.

El Arnaldo Otegi líder, referente de paz y activo electoral de la plataforma EH Bildu, ha jugado un papel objetivo sin el que no se puede entender la transformación paulatina del discurso y la estrategia política de la izquierda abertzale. Pero no es el único factor, aunque su carisma resulte incuestionable. Tanto es así que, como ha quedado acreditado esta semana, su sola presencia ha activado un interesante debate ideológico y ético sobre la memoria colectiva entre los abertzales de todo signo. Y, en él, también cabe la visión analítica del relato que compendian estas líneas.