En algunas ocasiones los mensajes políticos rallan en la contradicción. Sin duda, lo realmente importante es que los partidos se alíen y pacten para el bien común aunque no nos enteremos de todo. Y, aun cuando haya que dejar algún lugar a la escenificación de la diferencia ante los medios de comunicación, me ha sorprendido la dureza de las últimas declaraciones de EH Bildu-Sortu contra el lehendakari Urkullu y PNV, acusándoles de connivencia con la violencia de Estado.
El acuerdo de PNV y EH Bildu para la participación de ésta segunda en Eudel y la Ley Municipal han sido un buen ejemplo de colaboración entre las fuerzas abertzales: el país se construye trabajando y poniendo en marcha mecanismos que aseguren el bienestar de la ciudadanía. Por primera vez en mucho tiempo tenemos esperanza de que logren colaborar con normalidad.
Como dice el refrán, dura poco la dicha en la casa del pobre y ya estamos otra vez en el enfrentamiento bronco. Acusar al PNV de hacer campaña con las víctimas está mal, por el respeto que se les debe a quienes han sufrido especialmente. Imputarle el uso de la violencia, amenazarle con sus -pretendidas- responsabilidades por ello o incriminarle acusándole de haber causado daño a este pueblo es faltar porque sí sin ninguna base real.
Con respecto al lehendakari, dos cuestiones. Una es hacerle crítica política que, evidentemente, se puede, y otra insultarle. Afearle por recordar a una víctima de Michelin en su visita a esa empresa no tiene ningún fundamento político, lo hizo donde debía. Por otra parte, menospreciarle e injuriarle (“gris y anodino, actitud patética, cero en materia de paz”) no es hacer política y resulta inaceptable, además, por el respeto institucional que le debemos.
Las elecciones en la CAV están a la vuelta de la esquina y con esto se demuestra que hay quienes calculan que el lío les viene bien. Por el contrario, en la calle preferimos el acuerdo constructivo. Intentar sacar rédito a costa de lo que sea no tiene legitimidad política si sus consecuencias pueden llegar a condicionar el futuro de nuestro pueblo.
Está muy bien que se recibiera a Otegi después de un encarcelamiento totalmente discutible, pero de ahí a decir que Urkullu le tiene miedo es ponerse la venda antes que la herida demostrando, por un lado, que Sortu ya ha comenzado su campaña electoral y ,por otro, que esa agresividad no concuerda con el entendimiento que habitualmente dicen querer.
La gente de la autodenominada izquierda abertzale puede aspirar legítimamente a llegar a Ajuria Enea con Otegi o con quien sea pero no deberían pretender que ni el lehendakari ni nadie olviden la historia más reciente del pueblo vasco. La violencia, lo queramos o no, nos ha marcado y aún es necesario hacer -por algunas personas más que por otras- el necesario recorrido moral de su negación.
¿Con qué nos quedamos entonces? ¿Con la gresca o con el entendimiento que va construyendo este país? Ese sí debería ser un compromiso político ineludible para quienes afirman todos los días que estamos en un nuevo tiempo. Por responsabilidad con Euskal Herria.