Todos pendientes de la reiterada oferta de ‘gran coalición’ con la que Mariano Rajoy quiere envolver a Pedro Sánchez y Albert Rivera y casi no habíamos caído en la cuenta de las implicaciones de la ‘pequeña coalición’ que estos dos últimos han consolidado hasta el extremo de convertir el contenido de su acuerdo de investidura en seña de identidad poco menos que irrenunciable para ambos.

Pedro Sánchez ha apostado por volcarse hacia el centro como si no hubiera un mañana. La presión de Podemos por su izquierda se ha vuelto tan intensa que ha conseguido empujar al PSOE hacia su derecha dejando por el camino lo que iba a ser su proyecto de estructuración territorial del Estado -el modelo federal, que llegó a flirtear con la asimetría en la fase onírica de su planteamiento- y los emblemas más ardientes de su discurso socioeconómico.

Hoy, este PSOE de Sánchez se ha maniatado para dialogar con su izquierda y con las sensibilidades nacionales de Euskadi y Catalunya. No está claro si eso le va a servir para salvar su liderazgo en su propio partido, pero su insistente vínculo con Ciudadanos acredita que su apuesta personal ha reducido a la nada el programa electoral del PSOE.

De facto, el compromiso público con Rivera y las condiciones de un amplio acuerdo como el que ha suscrito, obligan al socialismo español mientras lo lidere Sánchez. Al menos, si el secretario general socialista es consecuente con su promesa de hacer del pacto un programa de mayor recorrido que la mera votación de investidura anticipadamente perdida. Así lo dijo y así se obliga. Es tan amplio el abanico de acuerdos mano a mano que imposibilita la incorporación de terceros y barre, prácticamente, la capacidad de diferenciación del PSOE como proyecto socialdemócrata de cara a una eventual -todavía lo es- repetición electoral.

En un absurdo juego de espejos, PP y PSOE se vienen lanzando mensajes en el que cada cual recomienda al otro que se libre de su líder para hacer posible un escenario de gobernabilidad. Encadenados a dos líderes que acreditan un fracaso en las urnas, ambos partidos tratan de medir quién está más deteriorado o quién le tiene más miedo a una nueva cita con las urnas en junio.

La irresponsabilidad de volver a trasladar a la ciudadanía las decisiones que Rajoy y Sánchez son incapaces de liderar son un fracaso compartido. No se puede pretender que los votantes tengan que pagar -literalmente, pues no es barato- la incapacidad de uno y otro. No se puede siquiera sugerir que el resultado de las urnas en diciembre fue un error que sólo se puede reparar volviendo a ellas. El votante no se equivoca cuando decide. Envía un mensaje claro de sus sensaciones y los electos deben estar a la altura de ese compromiso adquirido en forma de acta representativa. Si no, lo mejor que pueden hacer es renunciar. Sería fraudulento pedir a la ciudadanía que vuelva a elegir entre dos fracasos. Pero está cerca de ocurrir.