Pedro Sánchez fue a perder una investidura sabiendo que ganaba varias cosas. La primera y fundamental, tiempo y solidez como secretario general del PSOE con la vista puesta en las primarias del 8 de mayo; la segunda, argumentos para lo que se avecina que no es otra cosa que un cruce de reproches para ver quién hizo más para evitar lo que hoy parece inevitable: el adelanto electoral.
Alaska, que fue musa de la movida cuando en Madrid gobernaba uno de los últimos socialistas rebeldes, el profesor Tierno Galván, y hoy inspira al facherío televisivo, cantaba entonces aquello de “dónde está nuestro error sin solución, fuiste tú el culpable o lo fui yo...”. Buen estribillo para esta zarzuela española. Fue tal la brecha que abrieron los que estaban llamados a entenderse desde el día siguiente de la segunda votación que ni siquiera resultaban creíbles cuando tendían la mano al adversario.
Decirle al PSOE que Felipe González está manchado de cal viva 33 años después de los asesinatos de Lasa y Zabala no es precisamente tender la mano. No porque sea falso, que no lo es, sino porque, si se lo reconoce así y de verdad cree que el PSOE está atrapado por aquello, lo de menos sería si están de acuerdo en subir las pensiones o bajar la luz. No debería tampoco Iglesias proponer pactos con la cal viva.
Insinuar que Iglesias es cómplice del terrorismo por celebrar la libertad de Otegi es otro disparate. Se dicen cosas tan gruesas que lo siguiente es una farsa: ni suma de izquierdas, ni coincidencia de programas, ni leches. No puedes lanzar al adversario el asesinato de Isaías Carrasco o los restos de Lasa y Zabala como si fueran cosas menores frente a, por ejemplo, la derogación de la LOMCE. Así que por la izquierda “bluff”, que diría Rajoy.
Por si fuera poco, Sánchez ni siquiera fue capaz de sumar algo más por donde a priori más disponibilidad encontró: alguna referencia a Euskadi hubiera allanado algo el voto negativo del PNV. Si no lo ha hecho será que no lo necesita. Y si no lo necesita será que de momento no quiere gobernar, sino que le basta con seguir siendo secretario general del PSOE. De paso, no compromete a Idoia Mendia, cuyo papel ya es bastante complicado.
Hacia la derecha Rajoy tampoco es que pueda presumir de haberlo intentado. No hizo, y aún no ha dado una explicación convincente del motivo, lo que sí ha hecho Sánchez: intentar un acuerdo, y alcanzarlo, con Ciudadanos. Parece que Rajoy lleva dos meses leyendo el Marca mientras se fuma un puro. La solución de la derecha más PSOE o de centro izquierda más PP, siempre con Ciudadanos como pivote, tampoco aparece en el horizonte inmediato.
Rivera lo ha intentado, porque él sí y no otros, no quiere elecciones anticipadas. Pero su desencuentro con Rajoy, corrupción mediante, se antoja hoy insalvable. Y sin embargo, por mucho que Ciudadanos llame a la rebelión interna en el PP para provocar un motín que desaloje a Rajoy, éste sigue firme. Lo explican muy bien los dirigentes del PP cuando les preguntas si Rajoy será candidato: “él ha dicho que sí”, responden. Y si lo dice él, amén.