En una época ya de por sí convulsa, Euskadi vivió hace ahora 35 años momentos realmente dramáticos que amenazaron con hacer descarrilar todo lo logrado en los primeros años de la transición y devolver a los vascos a la pesadilla de la dictadura. Aquellas febriles jornadas de finales de enero y varias semanas de febrero de 1981 se tradujeron en veintiséis días de infarto que los vascos vivimos peligrosamente. Al borde del precipicio. Veintiséis días -en concreto, desde el 29 de enero en que dimite Adolfo Suárez y ETA secuestra a José María Ryan hasta el 23 de febrero, con el fallido golpe de estado- sin respiro. Como resume el entonces lehendakari Carlos Garaikoetxea, eran momentos en los que “la transición se tambaleaba” y que “la verdad es que todo pudo irse al traste”.

El contexto

El año 1980 había sido especialmente duro, el más sangriento en Euskadi (118 asesinados por las diferentes organizaciones terroristas, un muerto cada dos días y medio, además de innumerables atentados, altercados y una docena de secuestros) y 1981 amenazaba con seguir por el mismo camino. El 13 de enero, ETA pm secuestró al industrial Luis Suñer, por cuya liberación exigía una importante suma de dinero. Al día siguiente, ETA asesinaba a un miembro de uno de sus propios comandos, José Luis Olivia, al que acusaba de confidente infiltrado, pero que en realidad recibió la brutal represalia por haberse quedado con el dinero obtenido fruto de un atraco a un banco. Poco después, el día 17, la organización armada asesinó al subteniente de Policía retirado Leopoldo García Martín y dos días más tarde realizó un atentado con granada contra el Gobierno civil de Gipuzkoa. También la extrema derecha atentaba. Así, el día 24 el Batallón Vasco Español, en una acción indiscriminada, hizo explotar una bomba en un restaurante de Berriz, provocando siete heridos, tres de ellos graves.

Secuestro y asesinato de José María Ryan

La pesadilla aumentaba por momentos. El 29 de enero marcó el inicio del torbellino violento que barrió el país. Dos acontecimientos sacudieron a la sociedad. Por una parte, se produjo la dimisión de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno español, provocada por las profundas divergencias internas existentes en el seno de la UCD y posiblemente, a decir de algunos analistas, por la presión intolerable de elementos del Ejército. La situación en Euskadi, con la violencia de ETA por un lado y la incipiente construcción de su autonomía -que levantaba un profundo recelo y rechazo entre los sectores más conservadores ligados a la dictadura- tuvo mucho que ver en la decisión. Por si esto fuera poco, ese mismo día ETA secuestraba al ingeniero de la central nuclear de Lemoniz José María Ryan y exigía la demolición de las instalaciones de la planta en el plazo de una semana a cambio de su libertad. La sentencia de muerte del trabajador -“siempre se ha considerado más un obrero que un técnico”, dijo su esposa- dictada por ETA tenía como único motivo el haber puesto “sus conocimientos científicos y técnicos al servicio del capital”, según el comunicado de la banda.

El secuestro produjo una gran conmoción en la sociedad vasca, que protagonizó uno de los hitos en la movilización popular contra el terrorismo. En vísperas de que expirase el plazo dado por ETA, tuvo lugar una gran manifestación contra el secuestro, organizada por el Comité pro liberación de Ryan, formado por compañeros y amigos del ingeniero y los sindicatos. Fue en vano. ETA desoyó el clamor de la sociedad vasca -hubo innumerables muestras de solidaridad- y el 6 de febrero fue hallado cerca de Zaratamo el cadáver de José María Ryan, con un disparo en la cabeza y con las manos atadas.

Félix García Olano, periodista y que pocos días antes había asumido la dirección de Deia, vivió estos acontecimientos en primera línea. El asesinato de Ryan le afectó de modo especial. “Era la expresión de la convicción de que se estaba matando a un inocente. Los acontecimientos iban tan deprisa que a veces no había tiempo de reflexionar, pero era muy injusto. También había una masa social que lo aceptaba acríticamente, era terrible”, recuerda. Ante ello, había que tomar postura. “En Deia teníamos una línea editorial muy dura contra ETA, intentando marcar y distinguir bien la situación”.

El brutal crimen revolvió las conciencias de la ciudadanía y el 9 de febrero tuvo lugar la primera huelga general en Euskadi convocada en respuesta a un asesinato de ETA, un paro que fue mayoritario en todo el país. Asimismo, se celebró una gran manifestación -la mayor celebrada hasta entonces- en repulsa por el crimen. También hubo contramanifestantes, que lanzaron objetos e incluso el propio lehendakari zarra, Jesús María Leizaola, resultó con heridas de importancia al recibir una pedrada.

Durante los funerales, la viuda de Ryan, Pepi Murúa, leyó una carta en la que, con profundo dolor, afirmaba que su marido “perdona todo esto y nos pide a todos que perdonemos y que no engendremos odio”. “A mis hijos, como él hubiera querido, les inculcaré el amor que él sentía, tanto a toda esta tierra como a todas las personas, fueran de la condición y creencias que fueran, y también el amor que sentía por la Naturaleza; cada vez que plantaba un arbolito de los cientos que ha puesto, se sentía un hombre feliz”, concluía la misiva.

Los reyes, “agraviados” en Gernika

En un creciente ambiente de tensión, los entonces reyes Juan Carlos de Borbón y Sofía visitaban Euskadi pocos días antes del asesinato de Ryan, aún con el ingeniero secuestrado. Carlos Garaikoetxea, que como lehendakari fue el anfitrión de los monarcas, recuerda aquellos momentos de máxima tensión. “Hay una historia subterránea. El rey quería venir a Euskadi. A mí me lo pidió tres veces en el año 80, decía que era la única comunidad que le quedaba por visitar y me dijo literalmente: Van a pensar que no tengo... eso para ir. Yo le puse como condición que previamente había que resolver asuntos fundamentales, como desatascar el Concierto, los txapelgorris -la Ertzaintza- y otras competencias básicas. Eso probablemente tensionó aún más las cosas”, recuerda. Durante la visita, y en un acto solemne en la Casa de Juntas de Gernika, cargos electos de Herri Batasuna interrumpieron el discurso del rey puño en alto y cantando el Eusko Gudariak, por lo que fueron expulsados sin miramientos. Aquel acto de “desacato” y “agravio” al jefe del Estado, además de su recorrido jurídico, tuvo una gran repercusión en círculos políticos españoles y fue acogido con indignación por amplios sectores del Ejército.

Muerte por torturas de Joxe Arregi

La tensión era máxima y crecía día a día, hasta el punto de que se temía que cualquier hecho podía encender la chispa, mientras en el seno de UCD el enfrentamiento era abierto. El 4 de febrero habían sido detenidos en Madrid dos presuntos miembros de ETA -otros dos lograron huir-, que la Policía acusaba de varios atentados mortales. Uno de ellos era Joxe Arregi Izagirre. Tras diez días en dependencias policiales bajo la legislación antiterrorista, el joven murió víctima presuntamente -nunca se esclareció- de graves torturas. El cadáver presentaba hematomas en ambos glúteos, pies, muñecas y cara anterior del tórax, herida en lengua, lesiones abdominales y un proceso bronconeumónico grave con condensación neumónica en lóbulo medio del pulmón derecho, derrame conjuntival en ojo derecho y quemaduras de segundo grado en ambos pies, entre otras lesiones.

La noticia de su muerte y circunstancias, y la publicación de fotografías del cadáver con evidentes muestras de tortura, generaron un gran clima de indignación en Euskadi, donde tuvieron lugar una nueva huelga general -la segunda en pocos días tras la de Ryan- y múltiples protestas.

La tensión llegaba a todos los estamentos. Las acusaciones de malos tratos generaron un gran malestar en los cuerpos policiales y decenas de mandos y agentes (40 de ellos en Bilbao) presentaron su dimisión.

Secuestro de tres cónsules en Bilbao

El mismo día (20 de febrero) que el candidato para suceder a Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo, fracasaba en su primer intento de investidura, cinco comandos de ETA pm secuestraban a los cónsules honorarios de Austria y El Salvador en Bilbao y de Uruguay en Iruñea e intentaban también tomar como rehenes a los representantes de Portugal y Alemania Federal en Donostia sin conseguirlo, ya que estaban ausentes. El cónsul alemán, Eugene Bahil, ya había sido secuestrado por ETA en 1970.

23-F, el fallido intento de golpe de Estado

“Fueron momentos muy críticos de la todavía llamada transición. Los atentados se sucedían con una frecuencia aterradora, tanto los que provenían de ETA como de los aparatos parapoliciales y la extrema derecha. La todavía muy frágil llamada transición se tambaleaba incluso como pusieron de manifiesto sucesivos hechos”. Así resume el lehendakari Carlos Garaikoetxea aquellos terribles días. Y, en efecto, los “sucesivos hechos” a que hace referencia fueron dramáticos. El 23 de febrero, y mientras tenía lugar la segunda sesión de investidura de Calvo Sotelo en el Congreso de los Diputados, un grupo de guardias civiles al mando del teniente coronel Antonio Tejero -conocido ultraderechista y progolpista- irrumpía en el hemiciclo y secuestraba a los parlamentarios y a todo el Gobierno en un intento de golpe de Estado que fracasó aunque, 35 años después, aún no se conocen todos los detalles y protagonistas de la trama.

Con todo, el golpe se veía venir. “El acicate que para los sectores más reaccionarios del Estado tenían los atentados y otros acontecimientos a la hora de la tentación de ir a una involución polítca era peligrosísimo”, analiza Garaikoetxea, quien recuerda que la posibilidad de un alzamiento militar “estaba siempre presente como un fantasma”. “Fue más que algo latente, fue una realidad que se puso en evidencia con nombre, apellidos, fechas y lugares. Evidentemente, lo que culminó el 23-F fue un momento en el que se habían producido esas situaciones que, seguramente fueron el estímulo definitivo”.

“Retrospectivamente, las cosas pierden dramatismo, pero la verdad es que todo pudo irse al traste. Por eso eran necesarias dosis de pragmatismo y de realismo a la hora de hacer política en aquellos momentos”, concluye Garaikoetxea.

También el periodista Félix García Olano cree que se veía venir. “Teníamos la convicción de que la transición estaba trucada y que tenía muchos puntos frágiles. Y por aquel entonces se hizo más evidente. El 23-F fue la constatación de que la transición había sido incompleta”.

Recuerda que el 23-F se despidió de su mujer. “Me vino a la cabeza la situación de Chile”, confiesa. “Aquellos días era como jugar una partida de cartas sabiendo que hay un par de tramposos en la mesa. El aparato franquista estaba vivo. Tengo la sensación de que lo que vivimos ahora es consecuencia de una mala transición, que fue generosa con el franquismo”, concluye.