La aritmética parlamentaria combinada con las famosas líneas rojas dejan a Sánchez con un auténtico juego de malabares entre manos. De partida, Ciudadanos y Podemos se vetan mutuamente, el PP ha insistido en que votará no a cualquier investidura que no sea la de Mariano Rajoy y los barones socialistas descartan un pacto con Podemos. Además, hay que tener en cuenta que una cosa es un pacto de investidura y otra un pacto de gobierno -en cualquier de sus variables, ya incluya un Ejecutivo de coalición o no-; el escenario está ahí, un gobierno en solitario del PSOE con solo 90 diputados sin un acuerdo de legislatura que lo respalde obligaría para poder gobernar a un ejercicio idílico de aquella geometría variable que promulgó José Luis Rodríguez Zapatero y que a día de hoy se antoja imposible.
El diseño de la agenda de negociaciones de Sánchez apunta una preferencia o, al menos, un apuesta: intentar un pacto con Ciudadanos y pasar la pelota a los tejados de Podemos y PP. En el primer caso, lo ideal para la suma sería lograr el apoyo de Podemos -escenario imposible a priori por los vetos de naranjas y morados- o al menos intentar una abstención de Podemos -lo que quizá permitiría a Sánchez esquivar mejor a sus barones críticos- y encomendarse al apoyo del resto de grupos minoritarios -muy complicado dados los recelos que Ciudadanos despierta en grupos como el PNV-, para invalidar el voto contrario de PP y los previsibles de ERC y Democràcia i Llibertat.
En el segundo, el que parece querer anular la insistencia de Rajoy en proclamar que su voto a Sánchez será no en cualquier caso, el PSOE dejaría en manos de la abstención del PP su investidura, en la confianza de reeditar un pacto al estilo del muñido en la Mesa del Congreso, con Ciudadanos como intermediario. Los socialistas, en este escenario, jugarían con la idea de que el PP se decantara por el mal menor de un Ejecutivo sin acuerdo con Podemos, aunque fuera un Ejecutivo socialista.
Otra posibilidad es la propuesta de Podemos: un pacto de izquierdas PSOE-Podemos-IU, escenario para el que Sánchez necesitaría atraerse votos de los grupos minoritarios, en principio, los deseados serían los del PNV; los de ERC y DiL parecen vetados por los barones socialistas. De salida, Albert Rivera descarta un gobierno de coalición en el que intervenga Podemos y Pablo Iglesias ha instado ya en varias ocasiones a Sánchez a elegir entre Ciudadanos y Podemos siquiera para negociar, exigencia rechazada por Sánchez; por no hablar de las ampollas que esta opción genera internamente en el PSOE.
En este sentido, la maniobra que se sacó Sánchez de la manga para consultar a sus bases cualquier pacto de gobierno y desarmar así a sus barones críticos tiene un riesgo: el candidato socialista juega con la idea de que la militancia sea más posibilista respecto a pactos con Podemos o con nacionalistas que algunas de las federaciones críticas, pero no hay que olvidar que fue precisamente el apoyo de algunas de esas federaciones -y más concretamente la andaluza- la que le encumbró a la Secretaría General del PSOE.
de pinzas y FECHAS Y con la calculadora echando humo, hay que añadir otra variable a la ecuación: los plazos legales que se activarán en cuanto se produzca el primer Pleno de investidura. El miércoles, llamó la atención la coincidencia de PP y Podemos en la Mesa del Congreso para adelantar al 16 de febrero la sesión de investidura, “una curiosa pinza”, decía el portavoz de Ciudadanos, reactivando aquellas especulaciones en campaña electoral en torno al “vais muy bien” que Mariano Rajoy dedicó a Pablo Iglesias cuando coincidieron en la celebración del Día de la Constitución en el Congreso. El reciente sondeo de voto del CIS avala en parte la tesis de que PP y Podemos serían los partidos más beneficiados por una repetición electoral, aunque el escenario global que perfila el sondeo sea más o menos similar al actual.
El último movimiento en este sentido es la propuesta que el PP ha presentado en la Mesa para adelantar al 22 de febrero el Pleno. En principio, elegir la fecha del Pleno de investidura es potestad del presidente de la Cámara Baja y con las tres semanas o un mes que ha pedido Sánchez, la primera semana de marzo parece que será la elegida. Hay que tener en cuenta que en este tiempo el PSOE también tendrá que someter al parecer de sus bases el pacto político al que, en su caso, haya llegado para su investidura. De manera que acortar los plazos probablemente añadiría presión a la negociación de Sánchez y supondría un obstáculo más para ensamblar alguna alianza.
Y el congreso del PSOE La situación es aún más abierta si Sánchez no logra la investidura ni siquiera por mayoría simple en segunda votación. Ese es el escenario al que por ahora parece aferrarse el PP y, fundamentalmente, Mariano Rajoy. En esta hipótesis, fracasada la opción Sánchez, sus opciones para reeditar cargo como secretario general del PSOE de cara al congreso previsto para la tercera semana de mayo serían escasas; parece factible que el PSOE abordara un nuevo cambio de líder.
La cuestión entonces sería si los socialistas se arriesgarían a unas nuevas elecciones en estas condiciones -el plazo máximo para esos comicios sería finales de junio- o preferirían propiciar un gobierno del PP del que han renegado tanto Sánchez como el Comité Ejecutivo del partido. En cualquier caso, el plazo para presentar precandidaturas a las primarias socialistas está previsto que se abra el 11 de abril, todavía en ese periodo de dos meses en los que podrían sucederse propuestas del rey para un candidato a Moncloa.
Será en esa semana cuando se defina el escenario interno en el PSOE, es decir, si Sánchez cuenta con algún rival o no para la dirección del partido. Desde la actual dirección federal se ha insistido en que, de celebrarse unos nuevos comicios, el congreso se retrasaría y tomarían prioridad en el calendario las primarias para elegir al candidato electoral. En esta hipótesis, los críticos con la dirección cuestionan que Sánchez repita tras el batacazo del 20-D, pero el aspirante socialista parece dispuesto a reeditar intento en la medida en que pueda imputar a Ciudadanos y/o Podemos la imposiblidad de haber conseguido alcanzar el Gobierno.