No es fruto de la casualidad ni de la agenda comprimida que la primera cita entre los dos protagonistas estelares del cartel de la feria de investidura -Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, claro- se solape con el arranque de las negociaciones entre PSOE y Ciudadanos. Seguro que el líder de Podemos entiende el mensaje que conlleva la coincidencia. Pensará sin maledicencia -y acertará- que el candidato socialista no empieza a repartir juego por su mano. Una gestualidad apenas venial contra el divismo aunque no se sabe si en su esencia aplaca o excita más aún la soberbia del aludido. En cualquier caso, el orden de los factores en este juego de espejos afecta porque, de saque, le quita otro argumento al verduguillo de Susana Díaz. Y eso sí que cuenta.
Atrapado en el laberinto al que voluntariamente accede porque asume que es la única vía posible para oxigenar su vida política, Sánchez no se olvida de la recomendación de Miquel Iceta y por eso mira especialmente hacia atrás. Sabe que ahí anidan los enemigos de casa, ávidos de echarse a su cuello en el primer momento que atisben la mínima aproximación a Iglesias aunque en el intento se conjurasen para aborrecer conjuntamente la corrupción, el PP y los efectos de la crisis. Frente a tamaña advertencia, el secretario general del PSOE se parapeta en las formalidades, ensancha intencionadamente el campo del posible acuerdo con Rivera, cuida de paso que los gritos de la auténtica caspa -valdría también casta- socialista no descarrilen el tren del diálogo y, sobre todo, fía su suerte a una comisión negociadora que impide toda sospecha de veleidad podemista y nacionalista. Ni así le será suficiente.
Las exigencias totalitaristas de Iglesias descosen las costuras de cualquier aproximación al acuerdo. Podemos no juega la misma partida que el resto. Solo idea con una estrategia sibilina superior al resto el zarpazo que carcoma más aún la debilidad socialista. Por eso Sánchez sabe que se la juega con su auténtico enemigo. Por eso tiene que sostener con la sonrisa encogida la embestida programática de Iglesias sin levantarse el primero de la mesa para mantener el halo progresista.
Ante semejante esfuerzo de dosis escapistas, Rivera le pone mucho más fácil el entendimiento mutuo. Ahí puede estar una de las claves del sudoku. Debe convenirse que Ciudadanos representa el camino más corto para conseguir que el poder mediático -al que debe buena parte de su existencia-, el económico -que le concede visado para su futuro político- y Bruselas -encantado con quien vigile sus reformas- intercedan en este pulso de absurdos egoísmos y ablanden el tacticismo negacionista de Mariano Rajoy.
Bien es verdad que queda mucho tiempo para el cruce soterrado de órdagos, pero no es menos cierto que las cartas aparecen ya marcadas. Ni siquiera Sánchez se imagina llevando a las bases un pacto con Podemos. Sabe que la apuesta transaccional de Rivera le aguanta el sudor frío, le evita complicarse la vida con Cataluña donde no tiene una respuesta convincente y, ante todo, le garantiza la benevolencia de Susana Díaz. Hablamos de sobrevivir, que gobernar es otra cosa.