La campaña electoral deja, entre otras muchas cosas, una paradoja; por una parte, se afirma que es la campaña en la que menos se ha hablado de Euskadi y, por otro, todas las fuerzas políticas vascas coinciden en la necesidad de acudir a las Cortes que se constituyan tras el 20-D. En pasadas elecciones, el caso vasco llegaba a los debates bajo una visión monotemática, la de la violencia de ETA, quien, no lo olvidemos, aprovechaba cada uno de los comicios para atentar contra bienes y personas como parte de una estrategia con la que condicionar la agenda política. Eran tiempos en los que el terrorismo daba y quitaba votos. Tiempos en los que ETA copaba las primeras posiciones en el ranking de principales preocupaciones de la sociedad vasca y la española. Principal, que no la única, pero el resto de preocupaciones de la ciudadanía vasca quedaban fuera del guion diseñado para las campañas en su ámbito estatal.

En aquel contexto, la veda contra el nacionalismo vasco en su conjunto estaba permanentemente abierta y, en periodos electorales, alcanzaba cotas insospechadas. Sirva como ejemplo el texto que días antes de las elecciones de 1993 publicó un periódico de tirada estatal en forma de artículo de opinión: “Dios Nuestro Señor, Euskadi, el PNV, Arzalluz y el batzoki: estas gentes del Norte que limitan por delante con Francia y con Europa y, por detrás, con Sabino Arana, cenando en un batzoki, no quieren saber más.” Hay que creer muy profundamente en aquello de que hablen de uno, aunque sea mal, para añorar aquellos debates en los que, al igual que ahora, poco o nada parecía interesar hablar de la poliédrica realidad vasca ni de sus intereses.

Hoy todo el mundo cree indispensable estar en el Parlamento español. No siempre fue así. Hubo quienes consideraron que acudir a las Cortes equivalía a legitimar una de las instituciones que negaban los derechos nacionales vascos. Ahora parece que han cambiado de opinión. Del resto de los candidatos vascos, a priori, a ninguno se le podría negar su interés por defender Euskadi. Pero en la práctica, visto con perspectiva, una vez en los pasillos del Congreso, por convencimiento o por obligación, cuando se trataba de votar materias que afectaban los intereses vascos, acataban las decisiones emanadas desde ejecutivas distantes a cientos de kilómetros de las circunscripciones por las que fueron elegidos. Un diputado vasco, José Antonio Agirre Lekube, dejó claro hace muchos años que el PNV debía estar en todos los foros en los que se fuesen a tratar cuestiones que afectasen a nuestro país. De la lectura de sus intervenciones en el Congreso quedan claras tres cosas. La primera, que nadie mejor que él supo lo difícil que es hacerse oír cuando la audiencia no tiene intención de escuchar. La segunda, que la necesidad de defender los derechos políticos vascos sigue vigente. Y la tercera, que hacer distinciones entre qué elecciones son nuestras y cuales no, es un lujo que, quien considere prioritario nuestro autogobierno, no se puede permitir.