Estos mensajes nunca se expresan en estos términos, pero la campaña del PSOE empieza a coger, desde su arranque un punto de “háganme el boca a boca el si no se quieren ahogar ustedes”. Las encuestas dejan a Pedro Sánchez en una posición realmente complicada y, se las crea uno o no, sustentan una impresión general que, cuando es repetida, es lógico que preocupe a los peor parados. Es lo que los anglosajones expresan con su adagio “si se parece a un pato, anda como un pato y grazna como un pato, ten por seguro que es un pato”.

El PSOE no está logrando hasta el momento graznar como un ganador, andar como una alternativa de gobierno ni parece capaz de salvar suficientes muebles de la quema para reconstruir la casa común de la izquierda. Y, sin embargo, se afana en proyectarse como la única fórmula capaz de desalojar del Gobierno a Mariano Rajoy. Y quizá no le falte razón. A esta derecha española le ha salido otra que tiene activos para hacerle sombra o la ola, según se mire. Ciudadanos se proyecta como una fórmula suficientemente distante del poder como para acusar de corrupción a todos los demás, suficientemente alejada del pasado franquista del que nació el PP tras la refundación de Alianza Popular y suficientemente insulsa como para que su nacionalismo centrípeto todavía no dé el miedo que debería dar. Se graduó en las ligas menores como proyecto libre de ataduras al apoyar al PSOE en Andalucía y hoy ha sustituido a Podemos en el querer de los grupos mediáticos como azote para apretar a Rajoy en defensa de sus intereses. Porque esos intereses descuentan que Rajoy ganará las elecciones.

Pero, volviendo al PSOE, Sánchez se puede diluir como un azucarillo si su partido sale de estas elecciones condenado a la irrelevancia en el Congreso. Este fin de semana ha lanzado un salvavidas que ha enseñado a los partidos minoritarios para ponérselo él mismo. Se mostraba dispuesto a sumar con todos los que no sean el PP y Ciudadanos para descabalgar a Rajoy.

Desde una perspectiva estrictamente vasca se impone la pregunta: teniendo en cuenta que PSOE, PP, Podemos y Ciudadanos van a acaparar 8 de cada 10 votos en el Estado pero parece que van a sumar bastante menos de la mitad en Euskadi, ¿por qué tiene el votante de aquí que jugar al trile que proponen las teles y renunciar a tener voces propias en ese Congreso más fraccionado que nunca? Lo pequeño puede acabar siendo más hermoso que nunca.

Está la teoría del gran pacto de las derechas que auparía a Rajoy -o a Soraya, según quien conspire- con el apoyo de los de Rivera, que al fin y al cabo no se han visto en otra y, como nunca han querido asaltar el paraíso, se conformarían con unas buenas plateas. No es un riesgo menor para el autogobierno vasco, la verdad. Pero ese federalismo revisionista del Cupo que no acaba de concretar Sánchez tampoco es inspirador de confianza.

Para crear la alternativa al PP que pide el PSOE, reclama el apoyo también de los votantes de esos partidos que no celebraron ayer la Constitución. Y, a cambio de renunciar a sus realidades específicas, no garantiza la mayoría necesaria para una reforma constitucional que conforme un Estado plurinacional. De modo que es difícil quitarse de la cabeza que sostener a Sánchez no sirva para mucho más que sujetarle la mano en su pulso con Susana Díaz.