Bilbao- Tras tres décadas trabajando en Europa, esencialmente en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, Manuel Lezertua volvió a Euskadi para desempeñar el cargo de Ararteko. Nombrado el pasado 25 de mayo, un día después tuvo que dejar temporalmente sus funciones al serle detectado un cáncer de pulmón. Cinco meses después está de nuevo al frente de la oficina vasca del Defensor del Pueblo.

Usted tuvo el apoyo de PNV, PSE y PP. EH Bildu presentó un candidato alternativo. ¿Ha habido acercamiento con esa formación que apostó por otra persona?

-Lo primero que quiero resaltar es que el Ararteko es independiente. La ley dice que se necesitan tres quintos del Parlamento para acceder al cargo y lo rebasé, lo cual me enorgullece porque me hizo sentirme querido y aceptado. Sobre EH Bildu, debo decir que me sorprendió su postura. Consideraban que actué de parte al escribir un articulo cuando el Tribunal de Derechos Humanos declaró que la ilegalización de Batasuna y Herri Batasuna no era contraria a los derechos humanos. Fue un artículo que me pidieron para la prensa, donde solo analizaba los puntos fundamentales de la sentencia, pero nada más. Es cierto que no les gustó, pero después de eso he tenido una relación normal y agradable con los miembros de Sortu y EH Bildu con los que he podido hablar. Ellos, como los que me votaron, saben que mi actuación será independiente y que no voy a hacer cosas para agradar a quienes me votaron.

¿Los grupos políticos tienen meridianamente clara la independencia del Ararteko?

-Los primeros que por ley establecen esa independencia son ellos. Además, tengo un estricto régimen de incompatibilidades. Sobre todo incompatibilidad política. Por lo tanto, en la medida que los partidos políticos han hecho la ley son conscientes de que el Ararteko no puede plegarse a ningún tipo de presión política. Tengo que decir también que en este mínimo tiempo que llevo en el cargo no he tenido ningún tipo de presión o indicación.

¿Le sirven de ejemplo los diez años que Iñigo Lamarca estuvo al frente de la institución?

-Lo cierto es que Iñigo es un ejemplo. Ha tenido la valentía de defender lo que él pensaba que tenía que ser sin importarle que a veces eso le trajera consecuencias difíciles. Sé que a mí también me va a pasar, espero que sea tarde, y que no todos van a estar contentos con mi actuación.

Ha estado tres décadas fuera y ha vuelto a otra Euskadi. Esta semana se ha conmemorado el Día de la Memoria. ¿Se está haciendo todo lo que se debido para salvaguardar la memoria?

-Hay un primer progreso que es fundamental. El artículo 12 del Convenio Europeo de los Derechos Humanos proclama el respeto y el derecho a la vida. Y eso es algo que se salvaguarda en Euskadi mucho mejor que por lo menos hace cuatro años [cuando ETA anunció el cese de sus actividades]. El Ararteko como institución fue de las primeras que se ocupó de las víctimas y tuvo la valentía de decir que había derechos que estaban en juego. El Día de la Memoria estuve en el Parlamento Vasco y me sentí muy partícipe de ese acto. La importancia de la memoria y de seguir una narrativa que explique a las próximas generaciones lo que hemos vivido es algo que no se puede obviar. Los intentos de hacer borrón y cuenta nueva no son rentables. Y tenemos el ejemplo de Alemania. Cuando perdieron la guerra todos los que habían apoyado al régimen nazi miraron para otro lado diciendo que no sabían nada. Tuvieron que ser sus hijos quienes les afearan la conducta y por eso se produjo un salto generacional.

Señalaba un catedrático de Ética que ahora hay una batalla por la memoria y el relato, incruenta, pero batalla al fin y al cabo.

-El reconocimiento del daño causado, el reconocimiento y apoyo a las víctimas y la narración de una memoria basada en la verdad es un proceso necesariamente complejo, pero creo que se están dando pasos. Es una batalla dura, pero indispensable. La batalla por el relato forma parte de ese proceso necesario para reconstruirse como colectivo capaz de vivir todos juntos. El que cada uno trate de explicar su relato quizá sea algo humano, pero la multiplicidad de relatos se irá uniendo en uno que esperemos que sea el de la verdad.

¿Se ha hecho todo lo que se debía por las víctimas?

-El sufrimiento de las víctimas siempre estará ahí. Creo que la sociedad vasca se ha mostrado generosa, quizá tardíamente, pero se ha mostrado generosa con las víctimas. Hubo momentos en los que la propia familia de las víctimas era a su vez victimizada. De ahí a la situación que vivimos ahora; desde luego esta no es la Euskadi de la que yo me fui. Se ha hecho mucho, pero en lo simbólico hay que mantener ese reconocimiento y, evidentemente, el paso decisivo será que quien causó un daño, siempre injusto, lo reconozca. El que ha producido ese daño, el día que lo verbalice, dará un gran paso en la buena dirección. Ya se han dado casos en este país y eso es algo importante.

¿Qué es más duro, pedir perdón o dar el perdón?

-Todavía estamos en esa fase en la que muchos consideran que pedir perdón es una humillación añadida, pero no es así. El daño está ahí y no podemos negar la existencia del sufrimiento de tantos miles de personas. Además, no creo que el perdón tiene que ser gratis en el sentido de hacer como si no hubiera pasado nada. No nos podemos poner en el lugar de las personas que han sufrido la violencia. El primer paso es reconocer que alguien ha causado un daño y mostrar empatía o reconocimiento para con el que lo ha sufrido.

Con Lamarca al frente de la institución se hizo un informe sobre el acercamiento de presos, lo que le acarreó un rosario de críticas.

-El Ararteko tiene unas funciones que le confiere la ley y hay otros ámbitos en los que no es competente. Pero incluso, cuando no hay competencia directa, tiene una capacidad moral para influir. En el tema del acercamiento de presos, desde el momento que Euskadi no tiene competencias penitenciarias, es difícil intervenir, pero tengo que decir que lo estamos haciendo en la medida de lo posible. No siempre con éxito. Hay cosas que son fáciles de comprender. Las condenas no están diseñadas para infligir más daño que el que implica la propia pena. No hay que añadir más agravio. De lo que se trata al final es de que la persona que salga de la cárcel vuelva a reintegrarse en la sociedad. Yo hablaría de lo que señala el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos, que asegura que todas las personas que han cometido un delito y están privadas de libertad gozan de derechos que sean compatibles con la ejecución de la pena. En el artículo 8 del Convenio Europeo de los Derechos Humanos se habla del derecho a la vida familiar. Un preso no podrá ir a casa a cenar, pero tampoco no sé si es compatible con este derecho el que en la práctica se le impida ver a la familia estando a miles de kilómetros.

¿Y los presos gravemente enfermos?

-Es un tema que nos preocupa mucho. Para ellos la permanencia en la cárcel ha dejado de tener sentido. Si su enfermedad es incompatible con estar encerrado hay que buscar soluciones urgentes para estos presos enfermos. Y sobre todo con los presos que tienen enfermedades mentales. En este sentido tengo previsto presentar un informe al Parlamento Vasco. Hay que tener claro que la justicia no es venganza. Puedo entender lo que siente una víctima de hechos gravísimos. Una cosa es su dolor y merece todo el respeto y la empatía de la sociedad, pero otra cosa es lo que hay que hacer. Un sistema penal no pude sustentarse sobre la venganza. Cuando yo he estado mal he tenido a mi madre, a mis hermanos, a mis amigos que venían y me cogían la mano, y eso ayuda como las mejores medicinas. Por eso hablo del tratamiento humano de las penas.

¿Quemar autobuses mejora la situación de los presos enfermos?

-Si la violencia no nos lleva a nada, para qué reiterar en este tipo de situaciones. Poco ayuda a la empatía con los presos si queman ese autobús que necesitas para ir a trabajar o el que cogen tus hijos para ir a clase. Eso no ayuda a nadie, y la propia gente de Sortu y de EH Bildu ya dijeron que no ayudaba a los presos.