los policías de la Brigada Político Social de Iruñea que interrogaban a Tip y le torturaban no daban crédito.
-¿Quién es Coll?
-No lo sé.
-¿Cómo se llama ese cabrón? ¿Quién es ese hijo de puta?
-No sé quién es.
-¿De dónde cojones es ese puto pequeño?
-No lo sé.
-¿Qué acento tiene su vascuence?
-No tiene acento, no sabe vasco.
Tip y Coll era el apodo que los ingeniosos agentes de la policía franquista habían puesto a la pareja de miembros de ETA que deambulaba por Nafarroa intentando recomponer las dañadas estructuras de la organización en la zona. Uno era alto, sobrepasaba el 1,80, y el otro apenas superaba el metro y medio de estatura. Fácil: Tip y Coll, muy de moda en aquel 1975. En realidad, ellos se hacían llamar de otra manera: Bixar y Txiki. Pero era lo único que sabían el uno del otro. Ni nombres, ni procedencias, ni familias. Exigencias de la clandestinidad.
Bixar es José Manuel Bujanda, un viejo militante nacionalista, de familia nacionalista. Txiki era Juan (Jon) Paredes Manot, el joven extremeño que llegó a Euskadi y se enamoró de los vascos y que murió fusilado el 27 de septiembre de hace cuarenta años. Dos mundos radicalmente distintos. Dos visiones. Dos personalidades. Dos estrategias. Un objetivo común: la libertad de Euskadi y la lucha antifranquista. Y una amistad truncada.
“Yo no sabía quién era, cómo se llamaba, qué apellidos tenía, ni de dónde era. Como él no sabía euskera, no podía pillarle el acento. Él tampoco sabía nada de mí. Éramos solo Txiki y Bixar, Bixar y Txiki”, recuerda Bujanda, 39 años después de su primera cita con Jon Paredes. Y eso que el pequeño joven extremeño, siempre jocoso y “tocapelotas”, le dio alguna pista sin que él se enterase. “Siempre estaba alegre y jugábamos a pelearnos. Él gritaba ¡Des hormeux, des hormeux!, que era el nombre de la calle donde vivíamos refugiados en San Juan de Luz. Pero luego, mucho más tarde, supe que me vacilaba, me tomaba el pelo, porque al mismo tiempo me estaba diciendo su apellido: Paredes”, relata Bixar.
“Yo de todo eso me enteré tarde. Cuando yo estaba con él nunca supe el nombre y, en cambio, cuando supe el nombre, nunca lo volvía a ver”.
Vivieron juntos siete intensos meses, entre pisos, huídas y zulos. Y debates y discusiones. “Incluso nos enfadábamos. Yo era más partidario de ir paso a paso; él era más activista, era más de acción que yo. Eso se cronificó entre nosotros. Él se sentía más revolucionario, quizá sus referencias estaban en el Ché Guevara, en la revolución cubana, argelina... Yo era más de casa”, relata. Pasaron muchas horas juntos, de día y de noche, pero Bixar confiensa que nunca supo sus motivaciones para entrar en ETA. “¿Por qué una persona que viene de Extremadura, de Zalamea de la Serena, de una familia de campesinos pobres que emigran y aterrizan en un pueblo como Zarautz...? No lo sé”.
“Hablábamos de todo menos de quiénes éramos. Me preguntaba mucho sobre temas de euskera y de política. Probablemente, palabras como lehendakari, jaurlaritza, Aguirre... las escuchó por primera vez de mí”, rememora Bixar.
Eso sí, intentó, sin mucho éxito, enseñarle algo de euskera y la letra del Eusko Gudariak. “El tono sí, y chapurreaba la letra, pero poco más. Yo sería mal profesor”, bromea. Lo curioso es que murió cantándolo mientras le fusilaban.
En aquel momento no se cuestionaban lo que hacían. “Teníamos 20-21 años, tomamos el mundo por montera. Había que coger las armas y punto pelota”. Hoy, las cosas se ven de otra manera. “Quizá nos equivocamos desde el principio, quizá debimos coger otro camino”, reflexiona Bujanda, que insiste: “Yo tengo una carga en la mochila: fuimos un eslabón que tiene su responsabilidad en lo que luego fue un grupo terrorista monstruoso y bárbaro, que fue ETA. Esa reflexión le perseguirá siempre al Bixar de este mundo”.