Algunos riesgos contenía el Mapa de la Memoria elaborado por la Secretaría de Paz y Convivencia del Gobierno Vasco y entregado por el lehendakari a los alcaldes vascos a primeros de mes. Riesgos asumidos, quizá incluso medidos, en aras de la amplitud de miras; de la inclusión desde el factor fundamental de la identificación del dolor generado por la violencia; desde una perspectiva en primer lugar ética, despolitizada, y una dimensión fundamentalmente humana. Un riesgo que llevó a identificar como víctimas a todas las que lo son de modo objetivable por diferentes formas de violencia y a incluir en el mismo documento a aquellas cuyas circunstancias de sufrimiento están por esclarecer. Habría sido menos arriesgado, y seguramente más prudente, que aquellos nombres a los que acompaña un sentimiento inequívoco de legítimo dolor entre sus allegados pero no una clarificación de su condición específica de víctima hubieran igualmente sido acogidos en otro documento. Quizá uno en el que nadie pudiera manipular el sentido de su presencia.

Pero no ha sido así y lo que ha seguido a la imagen de Iñigo Urkullu rodeado de más de un centenar de alcaldes vascos de distinto signo político ha sido una creciente campaña de acoso y manipulación en busca de su desprestigio que deriva en pura obscenidad. Mucho debió escocer aquella fotografía a quienes no participaron de ella ni han mostrado nunca intención de hacerlo desde el reconocimiento de lo que está mal en los términos absolutos que reclaman las víctimas de la iniciativa Eraikiz: que asesinar es inadmisible y no admite paliativos lo haga quien lo haga.

La teatralización que acompaña habitualmente al ministro español de Interior cuando se maneja en este barro le animó a hacer coincidir una operación policial excesiva y extemporánea con el homenaje a los funcionarios de la prisión de Martutene asesinados por ETA. Y, coqueteando con lo pornográfico, se arrogó el Ministerio el derecho de decidir de quién debían esas víctimas verse acompañadas y de quién no. Quién convenía que apareciese ese día junto al ministro y a quién había que privar de su voluntad de arropar a las víctimas.

Un acto más de un debate lanzado y manipulador en torno a la lista de etarras muertos en circunstancias cuestionables a manos de las fuerzas de seguridad. Para sostenerlo se falta a la verdad, se manipulan los datos, se obvian las equivalencias entre listas de los gobiernos vasco y español. Y, sobre todo, se trata de debilitar la acción integral del Ejecutivo de Urkullu en materia de convivencia y reconocimiento del dolor. Se hace desde posturas de interés político partidista aun a costa de lanzar guantazos que acaban en el rostro de las propias víctimas. Y también lo agitan quienes pretenden obviar la condición de militantes de ETA de algunos nombres de esa lista bajo el manto de la condición de víctima mientras sestean en el reconocimiento de la de verdugo.