Terminó la fase de concentración de fuerzas abertzales en los términos en los que la entiende Sortu. El partido ha constatado que la base electoral que está en disposición de liderar está ya congregada en torno a la plataforma EH Bildu y que ésta empieza a estar madura -hasta el punto de que no va a integrar la disidencia interna más esencialista de la izquierda abertzale histórica pero corre el riesgo de perder efectivos por el lado de las izquierdas reivindicativas de convicción nacional vasca menos prioritaria-. De modo que inicia el eterno retorno a la fórmula de confrontación con el PNV por el liderazgo soberanista y para ello encuentra argumentos en la experiencia aún inconclusa de Catalunya.
Ayer, Pernando Barrena resumía en Onda Vasca su concepción táctica del cerco al Estado como si de un movimiento de tenaza trazado sobre un mapa militar se tratara. La teoría es sencilla: al proceso unilateral catalán hay que sumar uno vasco, a su imagen y semejanza, y esa pinza es por sí sola capaz de propiciar la independencia a ambos. Y en esa estrategia es en el que no ve Barrena convicción del PNV para ser copartícipe de una consulta a la ciudadanía vasca dentro de unos meses.
Andoni Ortuzar dejaba claro ayer que no va a tirarse por esa tirolina cuyo extremo opuesto se pierde en la niebla. Uno debe ver dónde va a aterrizar cuando se lanza al vacío. Y ese terreno tampoco lo conoce Barrena, lo que pone en cuestión su declarada intención de saltar. Ni de qué modo se va a constituir un Estado vasco de tres territorios ni cómo se vuelve atrás en busca de Nafarroa e Iparralde, que tampoco están para deportes de riesgo.
El modelo catalán, para servir de baremo, debería definirse primero. Porque hasta hace cuatro días, buscaba estructuras de Estado de las que ya disponen los vascos en materia de autogobierno y soberanía fiscal. Pero enfrente se ha topado con el silencio y la incompetencia de PP y PSOE, pero también con el voluntarismo confiado de Convergencia y de Unió y la sorprendente habilidad de ERC para prender todas las hogueras -empezando por el tripartito con los socialistas- y que ardan en ellas todos los que le acompañan: desde CiU al PSC.
Tiene su lógica que la izquierda abertzale envidie hoy esa situación porque siempre ha soñado con disfrutarla aquí. En cambio, ha padecido una cruda experiencia de inhabilitación cuya causa original, que es ETA, no quiere afrontar porque es un error de décadas que habría que explicar.
Sortu no ha mostrado compromiso con la ponencia de paz y convivencia -ni ha contado con voluntad de acogida de PP y PSE-; no puede dirigir el sentido de la de autogobierno y ha perdido peso institucional por voluntad de los ciudadanos. Así que se la juega a una confrontación puramente dialéctica sobre soberanía con el PNV aunque sin hoja de ruta propia y sin poder aclarar hasta dónde hay que calcar el proceso catalán. Porque el original se está escribiendo aún.