Vibran con los goles de La Roja, se excitan con las gestas de Rafael Nadal, bailan sevillanas y algunos hasta aprecian los toros. Españoles, sí. Pero confiesan haber visto la luz o, como resume Eduardo Reyes, cordobés de 64 años y dirigente de la plataforma Súmate, “hemos decidido salir del armario”. Son ciudadanos catalanes nacidos en el Estado o con origen familiar español, peyorativamente llamados xarnegos, que, ante el “maltrato” recibido desde Madrid, llevan más de dos años afanados en el objetivo de esta asociación: la independencia. Castellanohablantes de una entidad apartidista sin ánimo de lucro que se dedica a informar, datos en mano, de que la ruptura no está ligada con la identidad sino con la necesidad de ofrecer a las nuevas generaciones un futuro mejor en Catalunya, rompiendo tópicos, y convencidos -en conversación con este periódico- de un triunfo plebisicitario el 27-S que permita acabar con el “ahogo económico”. “Porque a la gente por donde mejor se le entra es por el bolsillo”, dicen. A la cabeza, Reyes, integrado como número seis de la candidatura Junts pel Sí, que aterrizó en Barcelona junto a sus padres y siete hermanos, y el máximo culpable de haber convertido al secesionismo a miles de personas a través de iniciativas diversas de esta marea que cuenta con unos 3.500 afiliados. “Yo siempre votaba socialista. Pero de lo que vislumbraba Felipe González no queda nada. Solo una Catalunya que sigue siendo tratada como colonia. De no poder gestionar nuestros recursos, no avanzaremos”, zanja.
Comparte visión con energía desbordante Ana Alcocer, psicóloga y funcionaria de los servicios penitenciarios del Departamento de Justicia que llegó a la vida en Cuenca, donde llena el carro de la compra “con la mitad de dinero” que se gasta en la ciudad condal -que hace medio siglo la acogió-, víctima de una “opresión” a la que dijo “prou, basta” en 2012. “Yo quiero ser española, pero con todas sus ventajas, subvenciones, becas... Hemos perdido tanto, que ya hasta el miedo”, describe quien abandonará su abstencionismo para optar por la papeleta de la CUP, de cara a que “sirva de balanza a Junts pel Sí, que arrasará. O eso espero...”. Saca tiempo hasta de debajo de las piedras para trasladar que “necesitamos empezar de cero. Estoy harta de amenazas, insultos y maltrato financiero. No nos quieren y, por tanto, es una cuestión de instinto animal: cuando no te quieren huyes”. Con este discurso se acerca al sector de población indeciso que se aferra a una tercera vía “inútil” y que cada vez se ha interesado más por el proceso, ahí, en el afamado cinturón rojo. “Percibo un cambio sustancial desde hace medio año; antes esa gente ni se paraba y ahora te escucha y pregunta”, cuenta ella, tratando de compensar “la información que reciben de la prensa y televisión española”. “¡Y nada de que TV3 está echada en brazos del soberanismo. Mentira! Incluso en las tertulias locales siempre hay más unionistas”, se queja.
Enciendes la grabadora y Alcocer puede gastar pilas como cuando se agarra al micrófono. “¡Es que podría contar tanto...! Esto es una cuestión de dignidad surgida del pueblo, que ha arrastrado a los políticos. Lo tenemos todo y Europa nos espera porque somos un país pequeño bien formado, que produce y con inversiones”, y a quien “España ha atacado tratando de que no pase por aquí el corredor mediterráneo”. En familia confronta ideas con su hermana, adscrita al no, “a Ciutadans como poco, al producto de marketing que es Albert Rivera, la extrema derecha disfrazada”. Ana no quiere la independencia para enarbolar banderas, es más, no se le ocurre llevar estelades a sus mítines, sino que tira de un “ven aquí mi arma que te voy a contar una cozilla...”, con palomitas, globos, tinto de verano y mucho trabajo de hormiga. “A mí me ilusiona una nueva Constitución catalana, permeable, y no irnos para seguir con políticas neoliberales”, señala. ¿Y si gana el no? “Pues lo más seguro es que España se tome la revancha y nos destroce. Pero yo podré mirar a los ojos a mi hija y decirle que lo he intentado. Por ella”.
En Bizkaia residió Nerea Martí, madrileña con tres décadas a sus espaldas en tierras catalanas, que insta “a los del término medio a que sean honestos y cuenten a los más desfavorecidos que se hizo una ley contra la pobreza energética en el Parlament y el Constitucional la tumbó”. “Es más fácil lograr el bienestar con la independencia que esperar un imposible, reducir a un tercio a PSOE y PP para reformar la Carta Magna”, sentencia, segura de que las cartas están echadas. O casi. “No hay tantos indecisos”, sostiene esta votante de Junts pel Sí, que ve “ilusión entre personas que hace poco no lo veían claro”. “Sé de muchas que votaron a Ada Colau en las municipales y que ahora lo harán por la CUP”, desvela respecto a su entorno de calle, que no de hogar, partidarios de mantener el matrimonio con el Estado. Como todos, pone en valor el empuje de la sociedad. “Mas no era independentista, era el que menos ganas tenía de todo esto. ¡Si fue a Madrid a pedir el pacto fiscal en la primera Diada! Eso sí, está muy bien que le culpen de todo pero el día 28, cuando gane el sí, no sé que más podrán inventarse”, estima.
de upyd, pp... ¡y del madrid! Los testimonios mantienen parecida narrativa, diferenciados por sus vivencias personales. Bartolomé Pluma, de Calañas (Huelva), atesora 46 años en Catalunya, donde a dos de sus hijos habla en catalán y a otros dos en castellano. “Nada de problema lingüístico. Otra falacia”. “Estamos cansados de que nos acribille el exceso de solidaridad. Sabemos que todo no será de color rosa, que habrá dos o tres años duros, pero será lo que nosotros queramos. No quiero que mis hijos me echen en cara que no luché por un mejor porvenir”, se expresa. Manuel Ortega, de padre granadino y madre malagueña, se enroló en las filas de UPyD creyendo que abanderaban el federalismo. Viró pronto. “¡Y pensar que voté PP casi 30 años...! Yo no voy a dejar de ser español porque Catalunya sea una nación. Ahí está la doble nacionalidad, una opción”, se sincera, cercano actualmente a ERC y seguidor, eso sí, del Real Madrid. Paco Martínez, madrileño de 74 años, 69 de ellos en feudo catalán, desertó de la política “con el fraude del Estatut y de Rodríguez Zapatero”. Pero con Rajoy se hizo independentista. “No soy nacionalista, simplemente quiero un Estado que me proteja y defienda. Mi hijo me abrió los ojos y me di cuenta de que el federalismo era una quimera, y me asocié a la Asamblea Nacional Catalana (ANC)”, comenta quien hace tiempo que renunció a “arreglar” España. “Los catalanes tenemos que manejar nuestro dinero para tener mejores hospitales, ayudas a emprendedores, proyectos de investigación, prestaciones sociales. ¡Un estado del bienestar!”, clama Martínez, compartiendo la queja del president Mas sobre el afán recentralizador del PP y la asfixia económica.
Nicolasa Fernández, sevillana, 43 años como catalana, despertó en la primera gran Diada. “Me siento muy española. Fui por curiosidad y, aunque me costó, acabé gritando independencia. Vi lo mal que nos tratan rodeada de ancianos, niños, civismo y paz”. Lo corrobora Begoña, gallega asentada en suelo catalán desde hace una década, hija de votante popular y nieta de militar. “Las cosas no eran como me las habían contado”, zanja. E Isabel Guerrero, andaluza y 40 años emigrante tras recibir una educación franquista como hija de guardia civil. “El PP y el recorte del Estatut me descubrió que desde España nunca se reconocerá la singularidad de la lengua y de la cultura catalana”, lamenta. Tan clara como Laura Nicolau, de padre castellanomanchego y madre valenciana: “Amo Catalunya, amo España, pero no quiero seguir en ella. No me gusta cómo nos tratan. Quiero decidir y cada uno en su casa”, ilustra. A Mario Ezquerra, de familia almeriense y conquense, educado en castellano, le ha marcado “el nacionalismo español que me ha echado de España. Los independentistas catalanes somos más civilizados y racionales”. “Cuando Madrid votó en contra del corredor mediterráneo para que las mercancías no pasen por Barcelona, terminé de convencerme”, apostilla. Carlos Treviño, “adoctrinado yonqui de la Cope”, lucha con la calculadora en la mano para con la secesión poner fin “al matrato fiscal que nos someten los gobiernos españoles”.
soluciones Coque García, diseñador gráfico y activista de Súmate, considera que la solución “pasa por construir dos países que de forma provechosa puedan colaborar, al estilo del Consejo Nórdico, que agrupa a delegaciones de los parlamentos de Islandia, Dinamarca, Suecia, Noruega y Finlandia. “Desde el respeto y la igualdad en beneficio de todos los ciudadanos de sus estados miembros, y no desde la sumisión e inferioridad”, partidario además del catalán, castellano y aranés como lenguas vehiculares. Razonamientos que no siempre son bien entendidos por los allegados de estos protagonistas anónimos. A Eduardo Reyes no pocos les han llamado “traidor”. Y relata. “En España se proyecta solo fútbol, toros y flamenco como cultura. Catalunya traslada más potencial con sus embajadas, flujos de comercio, arte, música y visión internacional, y encima se le lincha diciendo que hay que españolizarla. Se nos maltrata por envidia”, atestigua el líder de esta plataforma y compañero de la lista de Mas, “como le llaman desde Madrid despectivamente”. “Aunque David Fernández, de la CUP, me cae de collons”, reconoce.
“Siempre fui independiente pero no independentista”, evoca Reyes, empresario multidisciplinar, “uno más de los que no quiere limosnas a través del Fondo de Liquidez Autonómico. Catalunya no puede ser la segunda que más da y la número 14 que más recibe. O que del presupuesto de Educación se inviertan cinco euros en un niño catalán y 45 en uno madrileño”. “Me siento como aquel inglés que declaró la independencia de Estados Unidos. Y eso que mi gran orgullo es que fui bautizado en la mezquita de Córdoba, todo un monumento español a la humanidad”. Pero a ninguno de ellos le importa ya el origen. Solamente el destino.