HA retirado Mariano Rajoy el plasma que le protegía de la realidad y ha descubierto que no convence -no lo suficiente- su estrategia de poner alineadas a todas las huestes mediáticas proyectando su imagen de salvador del empleo y la economía española. El empobrecimiento de amplios sectores del electorado español que le auparon en su día, vinculados a una incipiente clase media que ha visto cortada su progresión en términos de bienestar, pasa facturas. No digamos la precariedad del modelo de crecimiento que ha consagrado con su reforma del mercado laboral, que siempre es más fácil que una auténtica política industrial o una estrategia de crecimiento sostenible.
Se ha hecho evidente que el castigo de las últimas autonómicas y municipales tiene consecuencias mucho más graves para los populares que las meramente filosóficas o ideológicas: el PP pierde poder, pierde cargos públicos y empleos asociados a los mismos. A medida que se acerca el momento de convocar las elecciones generales que se apuntan hacia la primera semana de diciembre, lo más tarde, en el partido tocan a retreta. La llamada a filas no es especialmente original porque tampoco tiene discurso esta derecha para convencer de que no sobra en el poder. Así que recurre a los clásicos. Y el concepto más clásico de la derecha española es el de garantizar la unidad nacional, como si por su cuestionamiento se le hubiera ido a la sociedad española su soberanía en materia de política económica y monetaria o los recortes hubieran sido menos si no hubiera reivindicaciones nacionales en Euskadi y Catalunya.
Así que hace retumbar los tambores en el Bruc, anunciando que dará la batalla en Catalunya, Mariano Rajoy en persona y sus ministros a los coros en perfecta línea de combate; con el 155 de la Constitución en vanguardia (y su amenaza de suspensión de la autonomía catalana) y, si llega el caso -que los votantes pueden no dar ocasión de que llegue-, el 8.1 (que consagra a las Fuerzas Armadas a preservar la integridad territorial de España) como latente pero constante reserva acorazada. ¡Qué tiempos cuando había miedo de que los galones abrillantados actuaran por su cuenta! Hoy parecemos estar en la antesala de que un poder político incapaz de consensuar juegue las bazas más aventureras para imponer.
Si alguna duda tenía el PP sobre la oportunidad de hacer del debate nacional un pilar de su estrategia, se la ha disipado la torpeza de Pedro Sánchez. El socialista sigue cogiendo retazos de discurso ajeno al vuelo para tomar posición en misa y repicando, llenando de mensajes contradictorios otras oquedades. Esta semana se dejó decir que Artur Mas prefiere a Rajoy en Moncloa para seguir tensando el pulso. Si no enmienda, acabará haciendo aterrizar al PSOE en la misma estrategia de no haber sido capaz de ofrecer un encaje a las naciones del Estado y actuar como si tuviera hoy en sus manos la piedra filosofal de la resolución: el federalismo -asimétrico en días alternos- que nadie entiende ni los socialistas han desarrollado.
Esta tentación de PP y PSOE de hacer construir mensajes electorales en torno al hecho nacional, pero no soluciones basadas en la práctica de la política, también tiene su vertiente navarra. No se podía librar de esa corriente el nuevo Gobierno de Uxue Barkos. Si el PP ha perdido demasiado poder territorial como para estar tranquilo ante las generales, lo de Nafarroa está siendo de catón. En Madrid no se han molestado siquiera en hacer sus deberes para ponerle la proa argumentadamente. Lo de la ministra de Agricultura esta semana resultó sonrojante. Se ve que había leído las solapas, pero no la novela, así que sabía que tenía que atacar y cuestionar a la nueva consejera de Interior navarra, pero respondió en Iruñea como lo hubiera hecho en Madrid. Y, claro, allí sí saben de qué hablan.
Que García Tejerina se refiera a María José Beaumont presuponiendo que es miembro de EH Bildu es muy de la corte. Pero en lugar de la acostumbrada salva de asentimientos, el compañero de Diario de Noticias le recordó que Beaumont no ha sido ni es militante ni miembro de la coalición. A la verdad respondió la ministra con un balbuceo y, a otra cosa. Es de la escuela de Rajoy.
Perdonen si lo he contado ya, pero no me resisto. Coincidí con el presidente español en un almuerzo de prensa amiga -ni yo ni el resto de comensales sabíamos qué hacía yo allí- en 2001. Tras explicarnos su visión de la situación en Euskadi, aseguró que la sociedad vasca había girado radicalmente y ya no había una mayoría nacionalista. Pese a que soy de natural prudente no me resistí a preguntar cómo explicaba entonces la aplastante victoria electoral de Ibarretxe ese año. “Por eso, por eso mismo”, respondió satisfecho. Catorce años después se le ve igual de satisfecho.
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