La poesía tiene muy mala prensa. Lo sabía bien José María García -¿recuerdan?-, que cuando pretendía insultar a Jorge Valdano no lo llamaba ni chupóptero ni abrazafarolas. Iba mucho más allá. Lo acusaba de rapsoda o, peor aún, de poeta. Como si hablar con propiedad o incluso escribir con elegancia implicase mentir o rebajase el valor de lo que decía el argentino. García, periodista de rompe y rasga, no solía emocionarse con metáforas.

Tampoco a Javier Esparza parecen gustarle las palabras precisas y las frases bien construidas en sede parlamentaria. “Ya no vale la poesía”, le espetó ayer a Uxue Barkos, advirtiéndole de que su paciencia se ha agotado antes de empezar. A partir de ahora, aseguró con severidad, a la nueva presidenta del Gobierno se la valorará por los hechos y no por discursos como el de ayer. Porque al canditato de UPN, las palabras de Barkos, que habló de valores, de altruismo y de construir una comunidad para todos, no consiguieron engañarle. El sabe bien cuál es el verdadero objetivo del nuevo Gobierno: destruir Navarra y hacerla desaparecer dentro de la CAV. Esparza, el traje oscuro, la barba de nuevo cuño y la pupila azul, no estaba para Bécquer ni para Machado. “Poesía eres tú”, le habría soltado a Barkos como el mayor de los desprecios.

De poesía podría haber hablado ayer José Luis Mendoza, profesor de Lengua y Literatura, y uno de los tres futuros consejeros del Gobierno de Navarra, además de Manu Ayerdi y de Miguel Laparra, que acudieron por la mañana al Parlamento de Navarra. Cerca de Mendoza se sentaban el filósofo y profesor Daniel Innerarity, que cerraba la lista de Geroa Bai en las elecciones; Itziar Gómez, concejal en el Ayuntamiento de Pamplona y Javier Ollo, alcalde de Alsasua por la misma formación. Los cuatro, junto al marido y la madre de Uxue Barkos, escucharon un discurso inicial que, en realidad, tuvo poco de poesía y mucho de guion. Se correspondía casi punto por punto con el acuerdo de programa firmado la semana pasada.

Porque, si la soberanía de un país de la Unión Europea termina donde comienzan sus deudas con Alemania, la capacidad para actuar de la presidenta de una comunidad de 650.000 personas encuentra unos límites mucho más estrechos. Hay que contentar a los socios, cumplir las promesas hechas y también un objetivo de déficit. Hay que aplicar “rigor en el diagnóstico” si lo que se pretende es transformar una realidad compleja. “No vale el voluntarismo y ahora menos que nunca”, reconocía la propia presidenta, quizá pensando en la bancada de Podemos, sus socios inexpertos, recién llegados y colmados de ambiciones. Tan ceñido al acuerdo resultaba el discurso de Barkos que ni siquiera quienes no entienden euskera hacían uso del servicio de traducción simultánea.

Otros, ya de vuelta como García Adanero, ni tomaban notas. De ello se encargaban Sergio Sayas y Juan Luis Sánchez de Muniáin, exponentes del barcinismo caído y abocados a cuatro años de oposición. En su último día en el Parlamento, Yolanda Barcina sonreía con cierto desdén al escuchar a Barkos hablar de educación y de escuela. No era una mañana fácil para quien hace cuatro años era investida presidenta y que ayer no abrió la boca.

Sus antiguos socios, los socialistas, se veían ayer desplazados a la bancada superior, alejados de donde se toman las decisiones. Y, como en el comité regional del sábado, dudaban si aplaudir a Barkos o ponerse de perfil, en sintonía con su abstención final. Ana Beltrán, que repite en el PP, tenía claro su voto negativo. Y, pese a ello, de tan bien educada que es, se sorprendió asimismo aplaudiendo a Barkos en una de las réplicas. Dejó de hacerlo a los pocos segundas, entre sus propias risas.

“Somos previsibles, hoy tampoco sorprenderemos”, dijo un Esparza prosaico para justificar un voto negativo que se concretó poco después de las cinco y media de la tarde. Para entonces, la canícula de julio y el techo acristalado habían convertido el Parlamento en un invernadero. Y los abanicos -ninguno como el republicano de Marisa de Simón- se agitaban en una tarde histórica. Dos décadas después, Navarra volvía a contar con un gobierno progresista.