contra lo que anuncia el tópico, los Sanfermines no han sido un paréntesis, ni el universo navarro se ha detenido tras el txupinazo del 6 de julio. En esta ocasión, los principales acontecimientos festivos se han visto impregnados por la novedad del cambio. Sin histerias, sin miedos, sin aspavientos, la ciudadanía navarra y la multitud de visitantes están participando en las fiestas percibiendo -unos más que otros, claro- con naturalidad detalles significativos que anuncian los nuevos tiempos de cambio que, por fin, llegaron a Nafarroa.
El resultado de las elecciones del 24-M ha aportado un baño de realismo a los que, desde la prepotencia o el fatalismo, imaginaban eterno el mangoneo de la derechona navarra caciquil, esa derecha casposa que ha intentado impedir durante decenios cualquier novedad creativa, cualquier reivindicación legítima tanto en tiempos festivos como en la normalidad cotidiana.
Las pancartas de las peñas ya anunciaban el cambio, y la presencia de la ikurriña en el quinto mástil confirmaba que el tiempo de las exclusiones se acabó y que iban a ser reconocidas las aspiraciones que la mayoría de pamploneses y pamplonesas demandan. Luego, tras aquella primera señal de que las cosas han cambiado, se han reiterado gestos, presencias y ausencias hasta ahora inéditos. Gestos todos ellos, comenzando por los de la balconada del Ayuntamiento, que han sido recibidos por la inmensa mayoría con naturalidad y sin escándalo. Los que antes protestaban ahora aplauden y los que antes aplaudían ahora protestan. Lógico y normal, y como tal debe ser considerado en una sociedad plural.
Este ejemplo que está dando la ciudadanía navarra de normalidad y aceptación del cambio es el que puede comprobarse en el esfuerzo que las fuerzas políticas protagonistas están realizando para acordar un programa conjunto. Nadie dijo que fuera a ser fácil, pero resulta reconfortante que las cuatro fuerzas hayan asumido la responsabilidad de no defraudar a la demanda de la mayoría.
Está siendo modélico el procedimiento para acordar un proyecto de cambio desde perspectivas ideológicas diversas, cuando no antagónicas. Y lo están haciendo sin precipitaciones, tomándose todo el tiempo que haga falta y permita la ley, renunciando incluso a disfrutar de las fiestas con el acuerdo culminado.
El método, absolutamente novedoso, ha logrado un consenso amplio y profundo que pueda sentar las bases del cambio plasmado en un documento de 78 páginas que abarca todas las temáticas de la acción del Gobierno, incluidas aquellas en las que más dificultades habían surgido en los debates, en algunos casos además con un nivel de concreción muy detallado. Y no se han limitado a detallar los consensos, sino que incluso aportan la redacción consensuada de las discrepancias. Un acuerdo logrado tras un mes intenso de trabajo con una metodología ejemplar, inusual, que pretende blindar el cambio y tendrá además el valor añadido de su aprobación por las bases de las cuatro fuerzas.
Geroa Bai, EH Bildu, Podemos e Izquierda-Ezkerra han sido conscientes de la demanda mayoritaria de la sociedad navarra, esa misma sociedad que ha demostrado estos días que va por delante de algunos representantes políticos y que acepta de manera espontánea y natural los primeros indicios de cambio. Como es imprescindible en toda negociación, cada uno de sus representantes ha debido renunciar a parte de su programa porque se trata de un acuerdo interpartidario y a la vez interidentitario, en el que no caben maximalismos ni radicalismos. Con el aliento de esa mayoría de la sociedad navarra en la nuca, ninguno de los protagonistas se ha atrevido a poner en riesgo un cambio tan demandado.
Conviene destacar, también por novedoso, el planteamiento que ha puesto sobre la mesa para la configuración del nuevo Gobierno de Nafarroa la que parece su indiscutible presidenta, Uxue Barkos. Propone que los consejeros de su Gobierno no ocupen cargos orgánicos en sus respectivos partidos, ni siquiera que sean obligatoriamente parlamentarios forales. Una clara intención de evitar las habituales “cuotas” de los gobiernos de coalición, en los que cada partido exige una representación al más alto nivel según aportación en votos. Uxue Barkos prefiere que los acuerdos adoptados sean gestionados por personas técnicamente cualificadas, sean o no afiliados o dirigentes de los partidos coaligados y, en todo caso, de la confianza política de la presidenta. En principio, parece una prudente y original propuesta, que al parecer contó en principio con las reticencias de EH Bildu porque dice temer un Gobierno excesivamente presidencialista.
Quedan como incógnitas la estabilidad y la firmeza de Podemos que al parecer no tiene intención de participar en el Gobierno, y el futuro de un PSN obligado a no compartir foto con EH Bildu, imposición madrileña que le ha dejado en soledad y acusado de traición por los que hasta ahora les consideraban como socio preferente. Ojalá más adelante pueda integrarse en el bloque del cambio y así sea apreciado por la mayoría social que lo demanda.