Es sábado por la mañana. Sias Nikolaos ha trabajado toda la semana como cirujano en un hospital de Atenas. En teoría hoy es su día de descanso, pero desde hace más de dos años trabaja como médico de forma voluntaria en esta Clínica Comunitaria Metropolitana, ayudando a los griegos que por razones varias no tienen acceso a la sanidad. “Intentamos que la situación sea mejor cada día pero no es fácil”, explica Nikolaos, quien cree que las cosas “no pueden ir a peor que con el último gobierno porque estábamos en lo más hondo del vaso”, cuando tres millones de griegos fueron declarados sin acceso sanitario.

Uno de sus pacientes es Yaanis Ziakas, quien lleva tres años sin trabajo. En los buenos tiempos, antes de 2006, llegó a tener hasta seis tiendas de esculturas repartidas por toda la capital griega. Más tarde, los impagos empezaron a acumularse y tuvo que cerrar. Ahora su salud se resiente y no puede permitirse pagar los fármacos para tratar las dolencias que le causan las piedras que tiene en el riñón. Su salvación ha sido esta clínica, que atiende a una media de 100 personas al día con la ayuda de 200 voluntarios.

La clínica tiene tres principios que cumplen a rajatabla. No acepta donaciones en dinero, ni colaboración de partidos políticos, ni tampoco da publicidad a las empresas que colaboren. Sin embargo, no pueden dejar de pedir medicinas y equipos para sus instalaciones.

Las medicinas más difíciles de conseguir son las más caras para tratamientos para tratar enfermedades como el cáncer, pero también básicas como insulina para diabéticos y pastillas para controlar la tensión. Cuando las medicinas llegan a este edificio, una antigua base militar estadounidense en el este de la ciudad, lo primero que hace el equipo de voluntarios es comprobar que estén en buen estado, se correspondan con las cajas y la fecha de caducidad.

Una de las voluntarias es Iliopolou Vasiliki, quien está aquí una media diaria de cuatro horas los últimos tres años. “Hemos tenido incluso casos de niños desnutridos, con unas condiciones muy próximas a las que se ven en las en las grandes hambrunas en África”, cuenta Vasiliki, cuando un apagón deja al centro sin luz para el resto de la jornada.

La idea de este centro le surgió al cirujano George Vichas y a seis amigos en 2011, poco antes de las violentas protestas que sacudieron Atenas mientras se negociaba con la Troika y se imponían medidas de austeridad. Este héroe anónimo se sonroja cuando le congratulan por su trabajo, contestando que lo hace por el simple hecho de que “ningún griego debería pasar hambre ni ser abandonado sin acceso sanitario”.

En otra parte de la ciudad, otro grupo de solidarios trabajan codo con codo en otra clínica. En total, se contabilizan 40 centro de este tipo repartidas por todo el país. Es el primer día que abren tras el parón de Semana Santa y eso se nota en la recepción, donde hay más de 20 personas esperando a ser atendidas y no hay sillas para todos.

“Damos las medicinas de dos a cuatro. Los pacientes llegan mucho antes del horario pero no hay otra que esperar a que lleguen las farmacéuticas porque la ley nos obliga a seguir este procedimiento”, explica la recepcionista, mientras atiende la puerta, contesta a las llamadas de teléfono, y lo más difícil, calma los ánimos de los presentes.

En el turno de hoy participan cuatro mujeres repartiendo los medicamentos. Una de ellas es Sofia Tzitzikou. Tiene 58 años y se acaba de retirar hace un par de meses porque con la crisis su farmacia no daba para mantener a dos familias, así que dejó el negocio en manos de su hijo. Ahora, Tzitzikou ayuda en esta clínica social, conocida popularmente como kifa entre los griegos.

“El nuevo gobierno lleva muy poco y no se puede esperar que cambien toda la situación actual de un día para otro”, cree Tzitzikou, quien reconoce que la peor situación se da cuando no tienen las medicinas que necesitan todos los pacientes. “Hay una parte psicológica muy dura en este punto, ya que sabemos que hay un gran número de personas que no puede conseguir las medicinas por ninguna otra vía. Eso puede tener consecuencias en su salud, hablamos incluso de la muerte o de un empeoramiento irreversible en su estado”, puntualiza.

Si la situación en las clínicas mencionadas en desesperada, más aún lo es en el edificio de la asociación Praksis. En ella atienden a ciudadanos griegos, pero también a inmigrantes y a los que están a la espera de obtener asilo, en áreas como servicios sociales, medicina general, ginecología y pediatría.

“Aquí no les pedimos papeles. Simplemente que nos den un nombre, aunque sea ficticio, para poder abrirles una ficha y que nos cuenten su historia personal para atenderles lo mejor posible”, explica Dina Vardaramatou, coordinadora del proyecto. En algunos casos ven como se dan situaciones de personas sin trabajo, que luego pasan a vivir en la calle y como más tarde su sanidad se deteriora.

Vardaramatou hace con orgullo su trabajo pero subraya que en realidad no tendrían ni que existir porque el acceso a la sanidad es un derecho fundamental, que tendría que estar garantizado por el Gobierno en hospitales públicos, donde obtendrían la mejor atención posible.

Este trabajo solidario para garantizar el acceso sanitario a muchos ciudadanos griegos, se produce en medio de la incertidumbre que produce la cercanía del fin del plazo para el vencimiento de la deuda en mayo, cifrada en cerca de 770 millones y a la que que muchos creen que Grecia no va a poder hacer frente.