Es evidente que, a falta de un mes para la próxima cita electoral, la campaña impregna todo el ambiente político. Precampaña lo llaman pero, sin duda, es campaña pura y dura y con mayúsculas. Vale que no se puede pedir directamente el voto, pero aparte de ese detalle, supone un reto titánico distinguir una de otra. Tampoco es cuestión de ponerse crítico con esta situación. Más bien al contrario. Con el ambiente que vivimos últimamente en el Estado español, donde cada día amanece un nuevo caso que ensucia el noble arte de la política y la labor de quienes desempeñan, dentro de los parámetros exigibles de honradez, la función para la que fueron elegidos y que son los primeros damnificados por la injusta generalización, es de agradecer que entremos en una fase donde los partidos se empeñen en mostrar sus propuestas para los próximos cuatro años y hagan balance de lo realizado en la legislatura que termina. Es decir, que se hable de política de verdad. Más aún cuando hablamos de las instituciones más cercanas a nosotros, como son los ayuntamientos y los parlamentos de los cuatro territorios históricos de la Euskadi peninsular.
Bienvenida sea, pues, la precampaña, campaña o como quieran llamarla si es para hablar de política con todos sus sacramentos, aunque tenga también sus inconvenientes. Uno de los más visibles es el incremento del uso de la artillería entre unos y otros en instituciones y medios de comunicación, mediatizando así los debates. Otro es, sin duda, la dificultad de distinguir entre propuestas reales o meras poses de cara a la galería. Como de todo hay que sacar una lectura positiva, todo esto nos supone a los espectadores políticos un ejercicio añadido para contextualizar y filtrar los mensajes según quién y cuándo los emite. Una buena gimnasia mental. A veces, además, la época preelectoral tiene hasta su lado jocoso, como cuando el candidato de un partido a quien las encuestas sitúan como quinta fuerza política se empeña en explicarnos con quién va a pactar para ser alcalde, o como leer en el Boletín Oficial que algún viejo conocido encabeza una lista blandiendo el mensaje de la regeneración de la vida política cuando tiene un currículo tan deshonroso que haría sonrojarse a cualquiera, siempre que no tenga la jeta de cemento armado.
De lo que no hay duda es de que las estrellas de la precampaña vasca están siendo de momento Maroto y De Andrés. Claro que Maroto lleva ventaja al empezar su precampaña el verano pasado con su pim pam pum al inmigrante y culminarla el pasado viernes con su sonriente fotografía junto a las carpetas de las firmas rubricadas con la misma tinta con la que el fascismo tiñó de sangre el siglo XX. Un Maroto que huye como de la peste de las siglas de su propio partido, consciente de que el hedor que rezuman puede arrastrarle fuera de la alcaldía. Para no quedarse atrás, Javier de Andrés, que ve que el comodín del inmigrante magrebí ya está gastado por su compañero, arremete contra vizcainos y guipuzcoanos, rebuscando de entre los restos dentro de la tumba del partido de Mosquera y Benito. Imagino que Maroto y De Andrés no son conscientes de que, tras la desaparición de ETA de nuestra escena política, ambos han protagonizado el más salvaje atentado contra la convivencia en la sociedad vasca y todo por un puñado de votos. Es de desear que reflexionen sobre ello desde la oposición, después de que los alaveses les den su opinión, estrictamente, sobre su gestión y la de su partido el próximo día 24.