Ha tardado diez años, tres meses y 17 días la izquierda abertzale en recordar que un 30 de diciembre de 2004 casi vota en serio a favor de la reforma del Estatuto vasco que propuso el lehendakari Juan José Ibarretxe. Por entonces, después de que Batasuna pusiera oficialmente a bajar de un burro la iniciativa con las lindezas habitualmente dedicadas al PNV y -en aquel entonces- a Eusko Alkartasuna, llegó Arnaldo Otegi a la Cámara vasca con una carta de Joseba Urrutikoetxea y el grupo parlamentario de Sozialista Abertzaleak se comprometió con la puntita. Tres parlamentarios propiciaron que el proyecto de reforma obtuviera mayoría absoluta y otros tres ejercieron de firme oposición en un gesto de desdoblamiento de personalidad que se estudia en psicología clínica sin que se haya podido llegar a conclusión alguna en estos diez años largos.

Este hecho, de sobra conocido por todo el que tenga interés en tener conocimiento de él, merece ser recordado cuando, a tres días de que se cierre el ciclo de definición de candidaturas electorales para mayo próximo, Hasier Arraiz reivindica aquel texto de reforma estatutaria. Por contextualizar, el mismo día hace pública Sortu su intención de reactivar el diálogo de paz y convivencia con el PNV antes de las elecciones de mayo, Pernando Barrena dixit. En la mente de toda la clase política está la cita del 24 de mayo y hay perdigones que se disparan en esta feria en esa dirección; haciendo ruido aunque no le pretendan pegar a nada. Por eso, la prioridad del momento parece ser, quizá lamentablemente pero desde luego indudablemente, la imagen sobre la que quiere pivotar cada cual su oferta electoral. Con los antecedentes de ayer, es obvio que hoy EH Bildu quiere hacer pasar la suya por una versión reactualizada del discurso de la acumulación de fuerzas, que viene predicando sistemáticamente pero cuyo techo parece haberse alcanzado ya. El lazo al PNV en ese enfoque ni siquiera le busca realmente como socio de una forma creíble.

Arraiz llegará al 24 de mayo con cinco meses perdidos en el proceso de construir un lenguaje nuevo que permita reactivar el trabajo conjunto de todas las realidades sociopolíticas del país en la Ponencia de Paz. Tratando de dibujar, igualmente, la presunción de un proceso extraparlamentario paralelo al de la Ponencia de Autogobierno, que es la llave de un modelo institucionalizado de desarrollo del mismo. Ni siquiera Catalunya, con sus dudas e incertidumbres, ha renunciado a la legitimación institucional de sus pasos en su proceso soberanista. La mera comparación es una dura prueba de verosimilitud a la estrategia de la izquierda abertzale en ambos campos. Una prueba no superada, hoy por hoy.

Cada momento tiene sus prioridades. Éste es electoral. Esta semana ha tenido otros ejemplos de ello. Pablo Iglesias tenía la prioridad electoral de hacerle un chiste al rey español y que quedara registrada en una foto que no aporta nada hacia la expectativa de que los súbditos actúen como ciudadanos decidiendo en referéndum el futuro de la monarquía. Estéril, pero se han hecho unas risas y lo ha visto todo el mundo en la tele, que es lo que vale. La monarquía española, en el papel sancionador que le otorga la Constitución, da para esos juegos. Ya sancionó el regreso -afortunado y que no hay que cansarse de aplaudir- de la izquierda abertzale a la actividad política normalizada con la foto de Juan Carlos y Xabier Mikel Errekondo. Iglesias hoy, como ayer Errekondo, han primado la prioridad de su momento a sus principios reivindicativos. No es criticable. Es sólo que les equipara al resto de fuerzas políticas y deslegitima la crítica que habitualmente ejercen hacia ellas cuando manejan sus propias prioridades gestuales o estratégicas.

Me resisto a cerrar la reflexión sobre las imágenes de la semana sin una mirada a Rodrigo Rato. La imagen de la derrota, con independencia del resultado del proceso judicial al que se verá sometido, es la del empresario, banquero, máximo ejecutivo del FMI y ex vicepresidente del Gobierno de Aznar que, quizá por primera vez en los últimos treinta años, tiene que llamar al timbre de su casa, rodeado de policías, además. Ese “ábreme” con voz tenue al que hemos podido asistir por televisión es el momento más íntimo, el más verdadero, que se le recuerda al personaje. Lejos de la seguridad de un cargo blindado en un sistema blindado, Rodrigo Rato habría movido a la empatía si su momento actual no hubiera estado precedido de tantos momentos en los que su prioridad no fue proyectar su lado humano sino mostrar a los humanos la condescendencia, en el mejor de los casos, de dictarnos las normas de nuestras vidas. Es más fácil la empatía entre iguales y los de Rato no están en la sociedad que ahora le juzga. Quizá sí en quienes nos han brindado esa imagen. ¿Cuál será hoy la prioridad de estos?