Un suspiro en la tormenta. Tal cual, como escupió la inspiración de Alejandro Sanz en su composición de mayor éxito... ¿Y si fuera ella? Melodía desestresante cuando coge el volante y a cuyos conciertos nunca falta no solo quien desde ayer pasó la revalida de regir, por fin, gracias a la fuerza del corazón de los andaluces, sino la elegida, Susana Díaz (Sevilla, 18-X-1974), para rescatar de los infiernos al socialismo español. Mi rival, mi compañera, que diría Pedro Sánchez, el líder que le lanzó en el fragor de un mitin una oferta de alianza sin que ella, siempre es ella, recogiera el guante. Y pensará él: ¿Que me miente y me lo niega? Pues tras su holgado triunfo, que le permitirá gobernar con una “mayoría fuerte”, no absoluta pero sí suficiente como para no precisar de aliado estable, quizás madure su intención de disputarle la ruta hacia la Moncloa a su secretario general. Y entonces no le quedará otra al madrileño que tararear... Mi delito es la torpeza de ignorar que hay quien no tiene corazón...

“Es una de las mayores inteligencias políticas que he conocido en mi vida”, predijo su predecesor en el cargo, José Antonio Griñán, cuando ella era todavía consejera de Presidencia y le preparaba como sucesora imponiéndole clases de inglés, potenciando su perfil institucional con viajes a Bruselas, alejándola de la refriega partidista y del caso ERE, y poniéndole deberes para el finde: películas, lecturas para acrecentar su cultura general después de que tardara diez años en sacarse la carrera de Derecho, desterrando su vetusto estilismo y expresiones populares propias de su vocabulario que rayaban lo vulgar, y música. Y cada sábado sonaba: ¿Y si fuera ella?

Mamá primeriza -será niño en julio- que ha basado su carrera en la facilidad para ir dejando cadáveres políticos de sus compañeros de partido -José Caballos, José Antonio Viera, Rafael Velasco o Luis Pizarro, entre otros- por el camino, sin achantarse y despertando amor y pasión en la misma medida que genera odios y repulsa. Escaló orgánicamente pese a que solo hace un lustro hasta Felipe González, santo y seña en su tierra, respondiera que era “muy mayor como para saber” quién era ella, Díaz, hoy la mujer con más poder institucional en los intestinos del PSOE, quien únicamente tropezó la vez (2012) que impulsó a Carme Chacón frente a Rubalcaba aunque, pocos días después de la derrota, la chica de Triana pusiera rumbo a Ferraz para firmar la paz con Elena Valenciano.

fontanera sin soplete Tras doce años de matrimonio con José María Moriche, mileurista en una gran cadena de librerías, la mayor de cuatro hermanas, orgullosa de pertenecer a la casta de los fontaneros, profesión que su padre desempeñó en el Ayuntamiento de Sevilla, se pega al pueblo llano cuando sale de tapas y cerveza, muchas veces sin escolta, luciendo beticismo y alma torera, de Morante, o se prepara para rendir pleitesía a la imagen de la Esperanza de Triana, hermandad de la que su esposo es costalero. “Ha aprendido a negociar y a pedir opinión”, dicen de ella, aunque Antonio Maíllo, el profesor de IU, siga sin entender por qué la baronesa, de verbo encendido sin necesidad de tirar de papeles, quiso divorciarse bajo la excusa de “la falta de estabilidad” y del “giro radical” de su socio por una convergencia con Podemos, de quien reniega sin la piedad de su espíritu católico creyente, que nunca llegó.

En las primarias andaluzas no tuvo rival, arrasó y limpió la Junta de cargos presuntamente contaminados por la lacra de la corrupción. Y en Madrid, donde ella tiene puesto el foco, le bastaron con tres apariciones para erigirse en referente. Primero cuestionó a Rodríguez Zapatero por alentar el independentismo catalán -“hay que desmontar la trampa del derecho a decidir”, llegó a aseverar-; después se marchó a departir con Rajoy de tú a tú puenteando a su otrora líder, Rubalcaba; y en la conferencia política del puño y la rosa fue la “estrella”, como la definió el alcalde Zaragoza, Juan Alberto Belloch.

La griñaninis, adjetivo que le endosó el periodista Francisco Robles con el fin de acentuar su huérfana experiencia laboral, amén de su política de rodillo, sin gamas de grises, o con ella o contra ella, cuida a su equipo de confianza del partido, donde se encuentra su antigua pareja, David Díaz, y no hay nadie que discuta que nació para mandar.

Yo con Susana, proclaman, como el logo que le ha acompañado durante una campaña electoral donde no ha cesado de repetir que recordará a diario a Mariano Rajoy sus promesas de paracaidista, haciéndole frente los próximos cuatro años, como si diera por hecho que el PP no se apeará del poder, siempre que no medie su figura. Ella. La Poderosa, como le bautizó un diario portugués cuando el rey Mohamed VI le fletó un avión para conocerla, melena ondulada y mechas claras al viento, y asidua lectora de novelas históricas de las que aspira a ser protagonista, derrocha carisma por arrobas para implantar el Susanato, alargando los 33 años de socialato en la comunidad más poblada y con más paro del Estado español, y transformándose en la cúspide de la pirámide del cambio, más centrado que a la siniestra, pero solo bajo el influjo de ella.

“La gente sabe que mi alianza es con los andaluces”, sostiene, pero entreabre la puerta cuando advierte de que “él [por Sánchez] se presentará, imagino, a las primarias, y no sé si habrá más candidatos”. Dicen que si los estudios demoscópicos señalan un problema estructural del PSOE, dejará que Sánchez se presente en noviembre y pierda, para después asumir el mando tras las generales. Ella. De mientras, le peina el alma y se la enreda. ¿Y si fuera ella?

“Tramposo” derecho a decidir. “Cuanto antes desmontemos la trampa del derecho a decidir, más fácil será la salida. ¿Decidir qué, la independencia de Cataluña? Ese derecho no existe. A ese nos oponemos”, argumentó Susana Díaz cuando la ola soberanista catalana comenzó a crecer. Incluso culpó a Zapatero, ahora uno de sus valedores porque “no fue un acierto afirmar que se aceptaría cualquier texto del Estatuto” que saliera de Catalunya. “Los socialistas tenemos un proyecto común que se llama España” o “nadie puede echarnos de la Constitución” son algunas de las aseveraciones que más repite cuando trata de explicar cuál es su modelo de Estado.