Dice un amigo navarro que él no se cree los resultados de las encuestas, porque piensa que la gente miente descaradamente al responder. Si mi amigo está en lo cierto, poco de lo que aquí diga tendrá demasiado fundamento. Veamos.

Según el Barómetro del CIS del pasado mes de enero, de entre los partidos políticos implantados en todo el territorio español, el Partido Popular es el que más rechazo provoca en la ciudadanía. Y el que menos animadversión genera es el Partido Socialista. Un 60% de los encuestados afirma que nunca votaría al PP, mientras que ese porcentaje es del 40% en el caso de los socialistas. Gran parte del rechazo es debido, seguramente, al malestar social que han provocado las medidas anticrisis tomadas por el Gobierno de Mariano Rajoy y a los efectos de la corrupción. De hecho, el mismo Barómetro considera el paro, la corrupción y los problemas económicos -por ese orden- como los tres principales problemas de España. Pero sea cual sea el motivo, ese rechazo bien puede fijar un techo electoral a los populares y convertirse en el obstáculo definitivo para seguir gobernando después de las elecciones.

Tiempo atrás el Partido Socialista habría resultado el principal beneficiado del rechazo al PP. Pero ahora las cosas han cambiado. Por un lado, el recuerdo del último gobierno socialista todavía perdura. La segunda legislatura de Rodríguez Zapatero y el desbarajuste económico de entonces siguen en el ánimo de gran parte del electorado. Y por el otro, a los socialistas les ha salido una competencia muy seria. Podemos no solamente compite en parte del espectro ideológico del PSOE, sino que, además, tampoco genera demasiado rechazo: sólo un 42% de los encuestados afirma que no les votaría nunca, casi los mismos que a los socialistas. Y tienen la ventaja de que no han tenido ocasión de corromperse ni de gobernar mal.

Ciertamente no es el rechazo a unas u otras opciones el factor determinante a la hora de prefigurar futuras mayorías o gobiernos. Porque para votar a un partido no es suficiente con no tenerlo en la particular lista de “abominables”. Hace falta también una cierta afinidad. Por eso, me han resultado muy interesantes las respuestas a la pregunta de cuál es la probabilidad de que la persona encuestada vote a los diferentes partidos. En una escala de 1 (mínima probabilidad) a 10 (máxima), las opciones menos apetecibles para la gente son UPyD (1,5) y Ciudadanos (1,7). Y después viene, ahora sí, el PP, con un 2. De nuevo, los socialistas podrían prometérselas muy felices, ya que obtienen un 2,7 en esa escala. Pero -¡ay!- vuelve Podemos a cruzarse en el camino socialista con un 3,1. Y no, no es un valor muy pequeño; tal y como está construida esa escala -de 1 a 10 y con tantas opciones en juego- un 3,1 combina un bajo rechazo, como ya hemos visto, y una nada desdeñable adhesión.

Por cierto, y a título de inventario, los valores extremos registrados en el Barómetro para los mismos indicadores corresponden a UPN (80% el rechazo y 0,5 en la escala de probabilidad de voto) y al PNV (30% y 3,2 respectivamente), cada uno en sus respectivos ámbitos electorales.

De esta ensalada de datos no se puede concluir quién va a ganar las elecciones y menos aún quién gobernará. Lo que ocurra en las de mayo va a depender de factores muy diferentes de los que actuarán en las legislativas pero, a su vez, las primeras influirán también en las segundas. En una situación tan compleja, filias y fobias pueden tener un papel determinante.