Y están dispuestos a cualquier cosa por que así siga siendo. Ya desde la transición fueron comprobando que nada iba a responder mejor a sus intereses que un futuro en el bipartidismo. PP y PSOE han prosperado de manera exponencial en su alternancia, usando y abusando del poder para consolidarse como aparatos organizativos -y como empresas- convirtiéndose en engranaje necesario para consolidar un país a la medida de los grupos de presión que les mantienen. El problema es que esa alternancia, treinta años después, ha dejado el país hecho unos zorros.
Ha sido preciso que asomase, solo asomase, la posibilidad de que uno de los dos grandes partidos dejase de serlo, para que cundiera el pánico en sus responsables electorales. Más aún, cuando ese riesgo que asoma viene anunciando que va a por ellos, a por los dos, que se les acabó el mangoneo, que vayan desalojando. De momento no ha sido más que un aviso, una amenaza de aire fresco que quizá quede en mucho menos, pero PP y PSOE han corrido a abrazarse para salvar su bipartidismo insaciable.
La firma del Pacto Antiyihadista suscrito por estos dos partidos ha sido uno de los episodios más bochornosos de los últimos tiempos y va a ser difícil que ninguno de los firmantes pueda llegar a convencer de su necesidad, más allá de la urgencia de que se visualizase el “atado y bien atado” de la estabilidad del bipartidismo exclusivo y la firmeza del Estado ante el terrorismo, actitud ésta que visto lo visto no se le podría discutir. Lo que ocurre es que en esta ocasión, como en otras anteriores, es el PSOE quien oficia de mamporrero y se entrega al abrazo del oso que le ofrece el PP como balsa de salvación ante la tormenta que se avecina.
Una vez más el PP se apresura a echar mano del endurecimiento legal a golpe de alarma social y de acontecimiento sangriento. A correr, a llegar antes que nadie, que Europa compruebe cómo España es punta de lanza y ejemplo de la lucha contra los terrorismos sean cuales fueren. Y, también una vez más, allá ha ido el PSOE con la lengua fuera, para que conste que sigue siendo el otro, el partido de la alternancia en el poder.
No es de extrañar la actuación del PP, siempre dispuesto a echar mano del terrorismo venga de donde venga para ocupar el más amplio espacio electoral bajo el argumento de la razón de Estado. Pero lo que es muy difícil de entender es la bajada de pantalones del PSOE por recoger las migajas de ese espacio de votos que se basa en la visceralidad antiterrorista. El PP en ningún momento ha ocultado su afición por implantar la cadena perpetua, y no debería extrañar que si el terrorismo persistiese instauraría también la pena de muerte.
Pero el PSOE, que apelaba a las “líneas rojas” para diferenciarse de la derecha ultramontana que gobierna, contempla impotente cómo el PP cruza esas líneas rojas y las pisotea sin despeinarse. No le hizo falta al PSOE esperar al CIS, porque la debacle ya se suponía; la única respuesta era correr a la Moncloa para sacarse la foto y aceptar la infamia de la cadena perpetua, introduciendo vergonzante y para disimular una cláusula de derogación en el cada día más improbable caso de que recuperase el poder. Fe ciega en el bipartidismo único, como puede verse.
Como opina Odón Elorza, “no es una ingenuidad pactar con quienes siempre mantuvieron una actitud rastrera y desleal en política antiterrorista”, aludiendo a “la gran mentira de Aznar-Rajoy” tras el 11-M o a “los ataques electoralistas ante los movimientos de Zapatero y Eguiguren” para poner fin a la actividad de ETA. El PSOE -o lo que queda de él-, no nos engañemos, se ha aferrado a la posibilidad de seguir colgando de la teta del PP por si fuera a ser verdad lo que predicen las encuestas. Y si para seguir repartiéndose la tarta, sea como alternativa o como simple acólito compadre, el histórico partido hoy liderado (es un decir) por Ramón Sánchez ha aceptado incluir en la legislación ese eufemismo de la “prisión permanente revisable” que no es otra cosa que la cadena perpetua, excluida hasta por la propia Constitución española.
Es un desastre que el PSOE, un partido que ha hecho gala de su espíritu progresista, se sume con tanta docilidad como desvergüenza a la mano dura de su compañero de viaje y firme la aplicación de la cadena perpetua. Estos dos adalides del antiterrorismo por pura codicia electoral, cuando se han visto acorralados por el rechazo público, apelan a lo de que esa “prisión permanente revisable” existe en otros países europeos. Manipulan la verdad, porque en esos países la revisión es un hecho y con frecuencia los reos con esa condena abandonan la cárcel mucho antes que los condenados en España a la máxima pena, que son 40 años. Esa revisión, en Gran Bretaña, está a cargo de un organismo independiente del Gobierno. Podemos imaginar la revisión en este país, donde la presión de los medios, de los partidos y hasta del propio Gobierno es capaz de condicionar las decisiones de los más altos tribunales.