tanto capital y recursos empleados en la potenciación estética de la marca España, tanta labor de hueco marketing institucional y político no ha impedido que la España moderna y pujante que pretende venderse al mundo bordee el ridículo fuera de sus fronteras, donde se mofan y sacan coplas a un Estado capaz de alumbrar y encumbrar mediáticamente a personajes de sainete como El Pequeño Nicolás, más propio de Góngora o Quevedo que de una realidad social del siglo XXI.
En este contexto, la tan venerada para algunos nacionalidad española, exaltada y ensalzada por los defensores de la existencia de una única y excluyente nación dentro del Estado español se ha convertido en otra razón más de crítica jurídica y social que debiera sonrojar a todo aquél que, adscrito a una opción ideológica y política que no comparto pero respeto, haga de la nacionalidad española razón y bandera de su orgullo nacional.
Este es un listado, real, de cuestiones formuladas a extranjeros que desean optar a convertirse en españoles. Los interesados deben acreditar, junto a requisitos objetivos vinculados a su residencia legal y continuada durante largos plazos, otro factor muy genérico e indeterminado: un suficiente grado de integración en la sociedad española. Esta se acredita mediante la respuesta correcta a una serie de preguntas, como un examen. Si no se responde forma correcta, las autoridades españolas deniegan su solicitud. Alguna de las perlas contenidas en cuestionarios reales provocan hilaridad y perplejidad: ¿Conoce los nombres del rey y la reina de España?, ¿conoce el nombre del presidente del Gobierno y su esposa?, ¿España es un país laico o católico?, diga algún artículo de la Constitución española y explique alguno, ¿qué se celebra en España el 12 de octubre?, ¿cuántas comunidades autónomas hay en España?, ¿cuántas dinastías han reinado en España?, cite cinco reyes de España, ¿cómo se llamaba el frente en el que combatió Franco?, ¿quién fue Carrero Blanco?, ¿qué nombre recibió la primera Constitución española?, ¿quiénes son Calderón de la Barca, Arturo Pérez Reverte, Antonio Machado, Lope de Vega y Cervantes?, ¿sabe usted quiénes son Rafa Nadal, Pau Gasol y Fernando Alonso? y para rematar este extravagante elenco de preguntas, llega la traca final: explique en qué consiste la tortilla de patatas, el cocido madrileño y la paella valenciana, o diga un refrán que sea español.
Si esto fuera poco, la noticia saltó a los medios hace días: la Audiencia Nacional se ha visto abocada a poner orden en esa discrecionalidad con la que los funcionarios valoran si un inmigrante cumple o no con los requisitos de españolidad para acceder a la nacionalidad. En el caso ahora conocido, la Audiencia Nacional da la razón a un ciudadano marroquí al que el Registro Civil denegó su solicitud de nacionalidad, pese a acreditar que no tenía problemas con el idioma -por supuesto, el español, único que acredita la españolidad, ni una palabra acerca de otras posibles lenguas cooficiales- y que residía legalmente en España desde diciembre de 1999. La razón que se esgrimió para denegar a ese inmigrante la nacionalidad española por parte del Ministerio de Justicia fue que el solicitante no supo responder a preguntas como “qué personaje televisivo mantuvo una relación con un conocido torero”, “cómo se llama el estadio del Barça” o “quién era un conocido torero conocido por su muerte trágica”.
Según el funcionario, no correspondía dar la nacionalidad al solicitante al “no estar al corriente de cuestiones básicas de este país, no tanto por acertar o no acertar un número determinado de cuestiones, sino por el escaso número de ellas acertado y entre las no acertadas, cuestiones realmente básicas del país”. En total, acertó catorce de las 31 preguntas que se le formularon, un número que la Audiencia Nacional considera suficiente para disponer de la nacionalidad española.
No siempre la Audiencia Nacional ha resuelto los recursos judiciales a favor de los inmigrantes. Por ejemplo, denegó la nacionalidad a un inmigrante nigeriano con 17 años de residencia en España tras haber respondido el solicitante que Zaragoza tiene playa o que España es una república. ¿Dónde pretende llegar esta absurda carrera por la acreditación de la españolidad, que burdamente pretende verse acreditada a través de cuestiones tan peregrinas como improcedentes?
Mas allá del asombro y del descrédito que enfoques tan casposos y discrecionales producen en la imagen y proyección internacional que un Estado como España pretende lanzar hacia el mundo, cabría preguntarse si tiene algún fundamento esta prueba acerca de la españolidad así planteada, o si es propio de un Estado serio. En realidad, esa España rancia que tan acertada e irónicamente describió Berlanga en sus deliciosas películas parece seguir viva, y no sé si algún día los dirigentes españoles lograrán comprender que si no se reconoce la dimensión plurinacional interna su Estado se debilitará progresivamente y se incrementará el desapego de una buena parte de su ciudadanía, alejada de un planteamiento tan sectario, inculto, sesgado ideológicamente e infundado jurídica y socialmente como el que muestran los ejemplos expuestos.