Deshojada la margarita de los presupuestos en las instituciones vascas, queda claro quién quiere y quién no quiere. Bien sea respaldar los ajenos, bien sacar adelante los propios. Es comprensible que algunos sapos resultan difíciles de tragar, pero gobernar en minoría exige que uno no sea quisquilloso con determinadas formas de alimentar la viabilidad económica de su proyecto político. Así que parece que hay quien ha situado a sus presupuestos como eje de sus prioridades, hay quien no ha sido capaz de hacerlo y hay quien, aparentemente, tampoco perdía los cuartos traseros por un presupuesto que a lo mejor ni siquiera le toca gestionar después de mayo.

Sin mayorías, el pacto es imperioso y eso supone dejarse algo de lo que uno considera muy suyo para dar cabida a algo que puede resultar muy ajeno. La clave está en no desnaturalizar el proyecto propio y reforzar el vínculo de confianza con el eventual socio a partir de los hechos. Es el punto de partida que ha marcado la acción negociadora del Gobierno vasco. Para Iñigo Urkullu, los presupuestos son prioridad. El lehendakari cumple dos años de gobierno que estrenó sufriendo el castigo a su primer presupuesto. Cuando esto te pasa, puedes rumiar tu rabia y alimentarte de ella considerando que estás rodeado de irresponsables y enemigos dispuestos a darte un sopapo en la cara de todos los administrados tumbando el presupuesto del que se nutre la actividad de la administración y sus servicios. El camino de la melancolía. O puedes tomar conciencia de que el intercambio de agravios y la voladura de los puentes de diálogo no te liberan de responsabilidad ante los ciudadanos.

La mayoría que necesitan los presupuestos de 2015 empezó a construirse cuando PNV y PSE pactaron los de 2014. Esa base de encuentro ha sido reforzada con el cumplimiento de los compromisos adquiridos por el Gobierno. Para el verano pasado ya sabíamos que al PSE le resultaba satisfactorio porque lo dijo públicamente. Disponer de una estructura de presupuestos adaptada a la perspectiva de una recaudación superior ha sido estratégico para el PNV también en la Diputación de Bizkaia. Como muestra de esa prioridad, José Luis Bilbao dejará en mayo el Palacio Foral tras doce años sacando adelante sus presupuestos. En ese tiempo ha querido o ha sabido o ha podido llegar a acuerdos suficientes. O las tres cosas a la vez.

No sabremos si no han querido, han sabido o podido hacer lo propio el PP en Araba y Bildu en Gipuzkoa. Eso lo saben ellos. Lo que es obvio es que no han seducido, convencido o cedido lo suficiente para tener presupuestos. Quizá nunca sepamos -o quizá nos lo diga alguien mañana mismo- si Javier de Andrés y Javier Maroto se confiaron, convencidos de que el PNV alavés acabaría transitando la misma vereda de hace un año y respaldaría sus cuentas. Pero ni el diputado ni el alcalde han desbrozado esa vereda en la medida en que sí lo hizo el lehendakari con la que ha recorrido el PSE. Los gobiernos del PP en Araba han sido acusados de no cumplir los acuerdos suscritos en 2013 y no lo han desmentido. En cambio, los javieres se han decantado por un mensaje electoral centrado en ‘los nuestros, cumplidores, los de fuera, defraudadores’, con toda la carga de irresponsabilidad que acarrea. Con esa prioridad electoral, los presupuestos eran un plato imposible de compartir. Está por ver si el PP ha acertado en su estrategia. En mayo se verá si, a falta de proyecto municipal y territorial más atractivo, el regustillo lepennista es suficiente o alguien tiene que admitir la gran verdad que aprendió Bill Clinton de boca de su asesor de campaña James Carville: “la economía, estúpido”. Y para un poder público, ésta empieza en el presupuesto. Quizá ese día también alguien se pregunte si fue inteligente quemar sus puentes hacia los socialistas alaveses.

Quien no parece sentirse afectado por la prórroga en ciernes es EH BIldu. Por pura convicción. Con un discurso orientado a subsidiar su implantación social más que a reactivar la actividad económica, carecían de margen para incorporar las propuestas en esta dirección. La coalición, en su choque con los empresarios, se ha discapacitado para la interlocución con ellos y, en consecuencia, no ve sentido asumir las demandas de PNV y PSE de financiar programas de los que se beneficien éstas y, con ellas, el tejido económico guipuzcoano. Más llamativa es su actitud ‘bíblica’ de que su mano izquierda -la que exige casi 700 millones en enmiendas al presupuesto vasco- no sepa lo que hace la derecha -la que buscaba sus votos en las Juntas de Gipuzkoa-. Sus condiciones para pactar los presupuestos autonómicos denotan una falta de interés real en un acuerdo tanto allí como en Donostia. Al gobierno foral de Bildu le basta lo que tenía en 2014 para llegar a mayo de 2015 porque no propone más programa. Le salga bien o mal, seguro que nadie se acuerda del yanqui Carville.