Semana de aniversarios, semana de recordar. Es justo recordar para aprender y, en muchos casos, no repetir. Otra cosa es la dificultad de fijar la memoria colectiva. Entretanto, asegurémonos de cultivar la individual, en primera persona. Franco (fallecido en su cama de hospital un 20-N de hace 39 años), Prieto (agente de la Guardia Civil asesinado por ETA en Tolosa un 21-N hace 34 años), Brouard (asesinado un 20-N de hace 30 años por los GAL en su consulta de pediatría de Bilbao), Muguruza (asesinado un 20-N de hace 25 años en un hotel de Madrid por un pistolero de ultraderecha), Arostegi y Mijangos (ertzainas, asesinados por ETA un 23-N de hace 13 años cuando regulaban el tráfico en un cruce de Beasain). La memoria es variada para quien quiera hacer una aproximación sincera a ella.
Pero esta semana también tiene derecho a dejar alguna huella en nuestra memoria. Para empezar, es la elegida por el Gobierno español para dar una vuelta de tuerca a la judicialización de la política. La querella contra Artur Mas y dos consellers por la osadía del 9-N perfora la línea de flotación del diálogo político. Que Soraya Sáenz de Santamaría quiera hacernos creer que la apuesta del PP en Catalunya es el diálogo político mientras intenta que a su interlocutor lo inhabilite un juez es mucho pretender. Memoria tenemos también de esa estrategia porque Aznar ya quiso encarcelar al lehendakari Ibarretxe por querer consultar a los vascos.
La amenaza de la Fiscalía a la esencia de la acción política -si consensuamos que ésta es el diálogo entre diferentes para solventar los conflictos y proteger la calidad de vida de los ciudadanos- casi pasa desapercibida ante la dificultad de fijar los términos de ese diálogo. ¿De qué está dispuesto a hablar Rajoy? No ya con Mas o con Iñigo Urkullu, a quien sigue dando la callada por respuesta. Tampoco con Pedro Sánchez y sus trémulas propuestas de reforma constitucional. El presidente del PP actúa como si la mayoría absoluta caducada que le sustentará un año más fuese a durar siempre. Como si no tuviera la responsabilidad de legar una estructura institucional garante de la democracia en lugar de la deshilachada, desprestigiada y contaminada tramoya que no distingue de límites entre los poderes fundamentales del Estado.
Hay que admitir que no tiene una interlocución fácil en el socialismo español. Su reciente secretario general corre el riesgo de entrar en fase menguante porque la falta de profundidad y concreción de discurso que se le reprocha con justicia a su mayor amenaza, Podemos, le acosa a él en la misma medida. Sánchez lanzó a rodar una reforma constitucional federalista que arrancó en tsunami y va camino de acabar hecha un charco porque se la van bebiendo por el camino. La presidenta del partido y la Junta en Andalucía, Susana Díaz le ha dado unos buenos tragos: ni federalismo asimétrico, ni diálogo bilateral con Catalunya, ni su reconocimiento como nación. Uniformidad que se va asimilando a otro café para todos al que el propio Sánchez le echa esta semana dos terrones: que Catalunya se olvide de un régimen de concierto como el vasco.
Que quede claro que no porque no nos señalen a diario se han olvidado de los vascos. Los noes del PSOE son alarmantes porque identifican lo que no quiere. Aunque ya exista. Existe el sistema de concierto con las comunidades vasca y navarra (convenio); existe la asimetría por las competencias específicas en materia fiscal, entre otras; y existe la bilateralidad para definir las relaciones económicas de Euskadi y el Estado en las comisión mixta del cupo y el concierto. Y sabemos que al gobierno español no le gusta y que a quienes aspiran a sucederles les incomoda. El proyecto nacional de ambos va en dirección contraria a profundizar en esa fórmula de relación, no digamos a extenderla.
Esto dota de importancia fundamental la capacidad de generar acuerdos entre las fuerzas políticas en Euskadi para la protección de nuestro sistema institucional, fiscal, asimétrico y bilateral con el Estado español. Es cierto que está la alternativa de dinamitarlo, de soltar amarras por las buenas y no hay por qué faltarle al respeto; pero sería conveniente asegurarse de que la nave flota y tiene un puerto de destino seguro en Europa antes de que el escorbuto nos mate de éxito, lanzados a la deriva. No es mal principio que todas las puertas de la negociación presupuestaria sigan abiertas. Sigue la del PSE y cada vez le chirrían menos las bisagras, lo que anticipa un próximo acuerdo que, por mucha prisa que haya en algunos en verlo cerrado, no ha llegado aún aunque lo lógico es que llegue en breve. Sigue la puerta de EH Bildu, aunque exigir que el presupuesto del TAV se dedique a subsidios, incluyendo la indemnización por despido de los trabajadores de las obras que dejan de hacerse -como sugería esta semana el candidato a la diputado general de Gipuzkoa Xabier Olano- puede hacer saltar los goznes del sentido común. Y hasta el PP está dispuesto a jugar sus cartas con el pragmatismo de quien se ve exigido por la obligación de gobernar en Araba. Quizá todavía esta semana dé algún margen para que la recordemos con ilusión. Y, si no, la próxima está sin estrenar.