En la vida hay momentos y detalles que se quedan grabados a fuego en la memoria. Para quienes tenemos ya unos cuantos años, el grito que da título a este artículo es uno de ellos. Así clamaban de manera enfervorecida quienes se aposentaban cómodamente en aquel régimen militar siempre acompañado del frufrú de las sotanas que ponían bajo palio al dictador. Año tras año llegaba el 12 de octubre y el esperpento llenaba las calles de tanques, cabras y medallas ganadas en el asesinato en cunetas y cárceles. Después, un rey instaurado por orden del fascista saludaba igual de agresivo y negador del resto. Nunca pidieron perdón ni se les exigió arrepentimiento. Hoy siguen parecido (de eso sabemos mucho los pueblos vasco y catalán).
Mañana los españoles y españolas celebrarán su día nacional con desfiles militares mientras su Gobierno hace el ridículo ante el mundo. Sin duda, la foto de la semana se la lleva Ana Mato por su tan mal llevada gestión de la crisis del ébola, un mal que puede convertirse en pandemia. Europa y el mundo miran hacia el Estado español sin entender la grave irresponsabilidad de importar de África una enfermedad sólo por el afán propagandista del Gobierno del PP; menos aún se explican por qué fallan desde entonces los protocolos de seguridad en sus hospitales.
La Red se ha llenado de críticas, algunas en forma de ingeniosos chistes, contra la ministra Mato. Con gran agudeza dan en el clavo afeando su inoperancia que parece esperar soluciones caídas del cielo (literalmente) pues hasta ahora no ha demostrado ni capacidad para atajar esa crisis ni los mínimos de responsabilidad política. Tampoco debería sorprendernos su no sabe, no contesta: recuerden que es la misma que decía desconocer que, entre otros gastos millonarios, sus viajes o fiestas con los niños se los pagaba la trama Gürtel.
El efecto de tamaña ineptitud se ha notado hasta en la Bolsa con la caída de valores de algunas empresas de aerolíneas y otras. Aún con todo, lo peor es que ésta y otros dirigentes del PP han demostrado una gran falta de humanidad y respeto a la gente, personificada en la técnica sanitaria que cumplió con su trabajo. Acusarla de mentir cuando lo cierto es que no fue tratada como se debía en los hospitales de Madrid es una barbaridad y demuestra el bajo nivel de importancia de las personas en su escala de valores.
Es que nos hacen independentistas aunque no queramos.