N O va a ser original la comparación pero es demasiado obvia como para resistirse. La caverna de Platón sugiere que la percepción de la realidad requiere el esfuerzo de superar el conformismo de hacer dogma de lo que pasa por delante de nuestros ojos. En aquél, los esclavos ven reflejada en la pared las sombras de lo que ocurre a sus espaldas. Hoy, el ejercicio de ilusionismo ocurre ante nuestros ojos, muchas veces a través de una pantalla de plasma que no admite preguntas, ni contrastes de la información que proporciona.

Me acuerdo de la caverna de Platón con cierta frecuencia. Me la recuerdan las categóricas posturas que se aventan en ciertos foros de intención -perdón, de opinión- que amasan las previsiones macroeconómicas del Gobierno español y se las arrojan a la cara a las mucho más discretas del Ejecutivo vasco. Ya no aspiro a convencer a nadie de que la evolución de la economía vasca en el decenio que lleva camino de durar esta crisis (a lo tonto, en enero encaramos el octavo año) para sí la quisiera la española. Pero no me intenten convencer de que el crecimiento español es más estable que el vasco o que la evolución de su empleo es más dinámica que la nuestra. Si prefieren un paro que desciende del 27 al 25%, allá ustedes, pero yo me quedo con el que se mantiene en el entorno del 16%, aunque descienda al 15 más lentamente. Cada cual, con su modelo; el de las empresas y los responsables públicos vascos de los últimos treinta años es el que nos mantiene aquí. Todo es mejorable menos jugárselo en un casino.

Estamos en los prolegómenos, allí y aquí, de definir los presupuestos de 2015. En Euskadi, el debate se enfoca al gasto social y sobre ese eje se manejan el lehendakari y quienes están en disposición de aportarle la mayoría suficiente: PSE y EH Bildu. Pero no gusta a Mendia y Arraiz escuchar que no hay margen para transformaciones revolucionarias del presupuesto. El Gobierno vasco ya dedica siete de cada diez euros a servicios sociales y el margen para ampliar la partida de ayudas finalistas no va a dejar satisfecho a quien pretende proyectar su propia sombra sobre la caverna de la que bebe la realidad de la opinión pública. El discurso del gasto sin contención no es más que una sombra chinesca que no va a hacer brotar recursos públicos sin más.

La prudencia del Gobierno vasco no gusta porque no infla el ánimo pero la experiencia dice que tampoco se desinfla después. Y ese riesgo existe cuando uno dibuja sus previsiones económicas en función de sus prioridades políticas. El Gobierno de Mariano Rajoy ha dado un giro a su discurso, casualmente en su último año de legislatura. El mensaje de la contención y el recorte ha dado paso a lo contrario. La pantalla de plasma nos proyecta un crecimiento económico del 2% en 2015 y un descenso del desempleo del 26% al 22,2 para cuando toque votar en noviembre próximo. Pues ojalá, oiga, ya lo comprobaremos unos meses después de que no haya marcha atrás. En ese escenario, sin embargo, no hay un vínculo entre la evolución de la economía y los factores que deben sostenerla: el parón de las economías europeas ni la parálisis de la demanda interna. En el año electoral, al Gobierno del PP le encaja una rebaja de los impuestos y para ello sostiene que el recorte de ingresos del Estado por esa vía -que Deutsche Bank cifra en un 0,6% del PIB- lo compensa un mayor crecimiento y consumo en niveles que no se han dado en toda la crisis.

Esa presunción permite a Montoro cuadrar una ecuación sencilla: un cuadro macro amable permite un presupuesto que soporte la rebaja de impuestos en año electoral y transmite una expectativa optimista que se clava en la pared de la caverna de plasma de millones de hogares donde la realidad es ese universo de 16:9. Y tiene éxito, por cierto. Según la última encuesta de confianza del consumidor, ésta se ha elevado y la previsión para 2015 apunta a niveles de 2007. Sin embargo, son estos ciudadanos optimistas los mismos que admiten que cuatro de cada diez llega a fin de mes con dificultad y un 14% adicional solo lo consigue comiéndose sus ahorros. Los mismos que, en un 43,4%, consideran que las posibilidades de encontrar empleo en España han empeorado en los últimos seis meses y no han mejorado para un 36% adicional.

Así que, contra nuestra propia experiencia, los ciudadanos nos rendimos a las sombras de la pared porque el ánimo no aguanta más golpes. Pero eso no hace más fiables las previsiones. El último cuadro completo contrastable, el que se dibujó para 2013, señala que la economía española cayó ese año un 1,2%, cuando el cálculo oficial apuntaba al 0,5%. Y no es criticable, porque nadie ha acertado en todas sus previsiones. Lo criticable es que éstas se hagan sabiendo que no se van a cumplir pero que conviene proyectarlas a una audiencia a la que se trata como a cavernícolas.