no cabe duda de que para la plataforma Gure Esku Dago el balance de la cadena humana entre Durango e Iruñea que hoy va a tener lugar será más que positivo, independientemente de que cuadren o no las cifras de los participantes o de quiénes su sumaron y quiénes no a la iniciativa. Vaya por delante que quien esto firma no es demasiado partidario de gestos colectivos, y ello no tanto por la justicia de lo reivindicado o el mérito de quienes los protagonizan, cuanto por la escasa eficacia de los mismos.

Por más declaraciones de neutralidad que hayan manifestado los promotores de la plataforma Gure Esku Dago, va a ser muy difícil que la ciudadanía vasca pueda creerse tal asepsia política y no vea detrás la mano de la izquierda abertzale histórica, hoy polarizada en EH Bildu y estructuras satélites. Y ello no quiere decir, por supuesto, que la iniciativa de esta cadena humana por el derecho a decidir vaya a perder legitimidad alguna por la procedencia de sus impulsores. Más aún, la eficacia suficientemente demostrada por iniciativas similares es una garantía para sumarse a ella en la convicción de que tendrá éxito. Pero, por desgracia, en este país se practica demasiado la desautorización preventiva especialmente cuando se supone que un proyecto movilizador proviene de "los de siempre", sin tener en cuenta que ese proyecto sea justo, legítimo y hasta oportuno. Y conste que ese mismo rechazo se constata por parte de "los de siempre" cuando son otros los promotores. El eterno y desastroso conmigo o contra mí.

Decía que no me entusiasman estas iniciativas gestuales colectivas porque el esfuerzo real que suponen no suelen verse compensados con el cumplimiento de lo reivindicado, y con frecuencia desembocan en agotamiento, y frustración a pesar de la satisfacción fugaz que aporta el empeño compartido y el gozo de reencontrarse con compañeros y amigos que casi siempre son los mismos.

Sin embargo, y con la que está cayendo, las circunstancias han estimulado la oportunidad de este gesto colectivo por el derecho a decidir. Las decenas de miles de personas que van a unir sus manos desde Durango hasta Iruñea protagonizan algo más que una modesta copia de aquella Vía Catalana hacia la Independencia que culminó en 2013 con una Diada multitudinaria. Y aludo a las circunstancias favorables para la iniciativa Gure Esku Dago, teniendo en cuenta que la abdicación del rey de España ha abierto una nueva oportunidad para presionar hacia un replanteamiento del modelo de Estado. Por más que todo parezca quedar "atado y bien atado" con la ley-express de Sucesión, por más que el binomio PP-PSOE pretenda garantizar que nada cambie, por más que el sucesor Felipe VI haya leído en Leire el discurso continuista que le escribieron, en la conciencia colectiva se apuntala el debate sobre un necesario referéndum sobre la monarquía, los dos grandes partidos tiemblan ante la posibilidad de que se acabe su hegemonía, o su mangoneo, y las tensiones sobre el modelo de Estado aumentan en Catalunya y Euskadi.

Muchas veces se ha argumentado que los gestos colectivos en apoyo a reivindicaciones más o menos legítimas no son más que una cómoda e insuficiente sustitución del discurso argumentado. En el recuerdo de todos está aquella larga etapa en la que la izquierda abertzale en cualquiera de sus acepciones suplía los razonamientos en las tribunas institucionales con la exhibición de camisetas o pancartas que sus electos ostentaban, y no siempre ni todos convencidos de la eficacia de aquella estrategia gestual. Sin embargo, es evidente que el derecho al pueblo vasco a decidir su estatus en relación con España y con Europa es una reivindicación cada vez más compartida por esta sociedad y a día de hoy es indudablemente mayoritaria. Por eso, quiero expresar mi convicción de que el mensaje que propone Gure Esku Dago es suficientemente compartido como para situarlo por encima de cualquier tentación partidaria, y que debería ser entendido sin prejuicios.

El sucesor de Juan Carlos I, por muy Borbón que sea, no va a ser coronado como su padre, con la autoridad onírica del dictador casi de cuerpo presente, con el ruido de sables acojonando a unos partidos políticos más preocupados por su futuro medro institucional que por la legitimidad del nuevo régimen. Tras la retirada de su padre y la institución monárquica desgastada por la corrupción, con sus dos columnas bipartidarias de apoyo tambaleándose, Felipe VI no tendrá más remedio que poner el oído atento a los nuevos tiempos que, en el caso de Euskadi y Catalunya, vienen marcados por el derecho a decidir de las naciones del Estado. Por eso conviene ir empujando en esa dirección con la acción política y con gestos colectivos como los de Gure Esku Dago.