en junio de 2011, miles de personas rodearon el río Foyle para asistir a la inauguración del Puente de la Paz de Derry. La construcción, una sutil y afilada proeza de la ingeniería, conectó las dos orillas de la ciudad norirlandesa; la parte republicana y la unionista. Todo un símbolo de paz en una Irlanda del Norte donde las orillas son aún distantes y los puentes escasos.

La obra -valorada en 14 millones de libras- se ejecutó gracias a los programas Peace de la Unión Europea. Y se trata de un ejemplo entre otros tantos. En concreto son cuatro los planes de paz impulsados por la UE en suelo irlandés. El primero se aprobó tras el alto al fuego del IRA de 1994 y el cuarto ha entrado en vigor este año. Gracias al empujón europeo -no exento de imperfecciones-, se han llevado a cabo proyectos de reconciliación, de reparación de víctimas o de reinserción de presos. La inversión de semejante empresa será de dos billones de euros en 2020.

Pero un liderazgo de cartón-piedra, débil y doblegado a los intereses particulares de los estados ha impedido a Europa mostrar un atisbo de esa iniciativa en Euskadi. Resulta paradójico ver que, mientras la UE destina recursos diplomáticos, económicos y logísticos más allá de sus fronteras, el caso vasco, un contencioso que ocurre en arena comunitaria, se reduce a un mero "asunto interno" que compete únicamente a los Estados francés y español. Una evasiva que refleja el actual ser de la unión y que haría vomitar a sus propios padres fundacionales.

Dirán que el conflicto vasco no tiene el componente bélico, étnico o religioso del irlandés. Pero precisamente si la paz está más cerca, resulta llamativa la parálisis premeditada de la UE en este asunto. Y siendo verdad que ni la Comisión ni el Consejo Europeo pisarán la moqueta a los gobiernos francés y español, la hibernación europea se puede entender, pero no justificar.

Ni la Comisión ni el Consejo dan motivos para la esperanza, pero hay una oportunidad en el Parlamento. La octava será la primera legislatura sin la violencia de ETA. Una legislatura de pasos, en la que las cuatro grandes familias políticas vascas podrían estar en Bruselas a la par que se desarrolla la ponencia de paz del Parlamento Vasco. Y es precisamente en la Eurocámara donde, en 1994, John Hume consiguió sentar en la misma mesa a diputados norirlandeses, gobiernos irlandés y británico, y Comisión Europea. Reuniones de las cuales germinaron los cuatro programas de paz que demuestran que, si hay voluntad política, sí se puede.