¿Es la economía una disciplina científica? "Define científica", me respondería más de uno, y estaría bien respondido, porque la respuesta depende de qué atributos otorguemos a la ciencia al definirla o qué requisitos queramos que cumpla. Si, además de ser la herramienta que nos ayuda a entender el mundo, pedimos a la ciencia que sirva para hacer predicciones precisas acerca de los fenómenos cuyo estudio le son propios, solo unas pocas disciplinas cumplirían ese requisito.
Esto de las predicciones es algo muy peliagudo. Se le atribuye, entre otros, al físico Niels Bohr la afirmación de que hacer predicciones es difícil, sobre todo cuando se refieren al futuro. Bromas aparte, en física, por ejemplo, se hacen predicciones que se cumplen con grados asombrosos de precisión. Pero en economía las cosas son diferentes. Las ciencias económicas tienen un gran poder explicativo, por supuesto, pero son más limitadas que las ciencias naturales a la hora de hacer predicciones. Esto es algo que repiten los mejores economistas una y otra vez. Analizan el comportamiento de los sistemas económicos; a partir de ese análisis proponen líneas de actuación dependiendo de qué objetivos se persigan; y advierten de las consecuencias más probables de tomar unas u otras decisiones. En todo ello subyace alguna predicción de carácter general. Pero no suelen hacer predicciones concretas. Si las hacen y aciertan, lo más probable es que el mérito sea de la diosa Fortuna. Y cuando fallan nadie suele acordarse; menos aún el interesado.
Por eso, por lo problemático que resulta hacer predicciones en economía, sorprende que haya quien, casi sin despeinarse, las haga para anticipar las consecuencias económicas que tendría, por ejemplo, que Cataluña se separara de España. Por supuesto, si el economista en cuestión es partidario de la separación, suele predecir consecuencias estupendas, y si es contrario, entonces las consecuencias serán terribles. Pero en realidad, lo que hacen esos economistas no son predicciones, sino profecías basadas en sus propias preferencias y pulsiones, o en las de quienes les contratan. A la hora de evaluar las consecuencias económicas de una u otra decisión, se pueden escoger aspectos muy diferentes del sistema económico para su análisis. Se puede evaluar, por ejemplo, cómo se vería afectado el comercio entre las dos partes resultantes de esa separación; ese es el fragmento del sistema económico que gusta utilizar a los contrarios a la independencia de Cataluña. Los partidarios se fijan más en otros aspectos, como la balanza fiscal, por ejemplo. Pero unos y otros actúan bajo la influencia de un sesgo en virtud del cual tienden a utilizar el tipo de análisis que con más probabilidad arrojará resultados acordes a sus preferencias. Sin embargo, lo más probable es que de producirse la separación, las cosas acaben ocurriendo, en uno u otro sentido, por razones que nada tendrían que ver con los aspectos estudiados en esos análisis.
Y el caso es que en todo esto hay algo que no me cuadra. Puedo entender que los partidarios de la independencia esgriman todo tipo de argumentos a favor de su opción, incluidos los económicos. Seguramente piensan que deben convencer a mucha gente de las bondades de sus propósitos.
Pero hay algo que no acabo de entender: si el Gobierno español sabe que no va a producirse la separación de Cataluña; es más, si ni siquiera se va a celebrar un referéndum ¿qué sentido tiene predicar los perjuicios económicos que para los catalanes se derivarían de la independencia de Cataluña? Y, mutatis mutandi, ¿qué sentido tiene que el PP vasco pida al Gobierno español un informe sobre el coste económico de una Euskadi independiente?