Recuerdo el monolito de Kubrick y Sagan. Aquella perfecta estructura negra y lisa de 2001, una odisea del espacio tenía el papel fundamental de inducir en los primeros habitantes de La Tierra la chispa de inteligencia que provocaba su transformación desde animales en manada a la incipiente estructura social de la condición humana. El monolito transmitía por contacto el primer conocimiento al homínido suficientemente curioso que se atreviera a tocarlo. Por algún motivo insano, los partidos políticos en precampaña me han recordado a aquel contenedor de sabiduría inerte.

Puede que fuera la apelación de Rodolfo Ares al lehendakari para que haga una propuesta de nuevo estatus para Euskadi. La sensación es que el PSE va a jugar de zaguero este partido, limitándose a mandar a buena lo que no pueda evitar que le caiga en las manos. O simplemente abrazado al previsible hermetismo de quien ha diseñado su horizonte inmediato en clave de cita con las urnas dentro de un mes -Parlamento Europeo-, dentro de un año -ayuntamientos y Juntas Generales-; dentro de año y medio -Congreso y Senado-; y dentro de dos años y medio -Parlamento Vasco-. Mal indicio fue su abandono no razonado de la Ponencia de paz y convivencia y el modo en que se da mus en estas manos previas de la de estatus político. Un monolito de perfil.

La exigencia de ese tipo de protagonismo al Gobierno vasco tiene recorrido cero. Desde un criterio práctico, la experiencia dice que el procedimiento contrario, el de ceder un protagonismo al diálogo entre partidos y materializar luego en acción institucional su capacidad de acuerdo, ha dado lugar a que todas las instituciones de este país tengan presupuestos, a una reforma fiscal respaldada por una mayoría representativa y a una estrategia económica consensuada. Si se busca el mismo resultado, ¿por qué cambiar el formato? Pero el PSE necesita sus tiempos, también. Su lógica electoral bebe de la necesidad de completar la transición interna del PSOE y recomponerse para iniciar una era post Rubalcaba que no acaba de llegar. Esa indefinición está afectando a la propia capacidad del socialismo de ser actor protagonista o no de la acción política en Euskadi y en España. Lanzando el balón al campo del PNV gana tiempo, pero a la vez se orilla a sí mismo y corre el riesgo de reproducir desencuentros.

Quien parece tener pocas dudas sobre todo el asunto es el PP. Leopoldo Barreda tiene muy claro que ya le sobran hasta las competencias no transferidas -incluyendo algunas fundamentales como las políticas pasivas de empleo y la Seguridad Social, que considera nimias-. ¿Es la de Barreda la opinión de Arantza Quiroga? A ella hay que reconocerle que ha tomado conciencia de lo oportuno de participar de los consensos básicos allí donde tiene responsabilidades de gobierno. Aunque sólo sea porque debe ejercerlas en minoría. Pero el PP tampoco logra escapar del calendario que marca en rojo las citas con la urna y eso le lleva al fuego fatuo; a reclamar una y otra vez que Iñigo Urkullu se posicione, obviando su explícita y reciente reivindicación de bilateralidad con el Estado y confederalidad en la relación administrativa.

En eso coinciden PP y EH Bildu. En no considerar el posicionamiento ajeno porque no coincide con lo que quieren oír. A la coalición de la izquierda abertzale le basta el enunciado de la independencia para erigir su propio monumento. Pero le falta concreción en el contenido y por eso es un monolito hueco, sin conocimiento que compartir. Se comparte la convicción, la gestualidad y el objetivo, pero faltan articular procedimientos sociales y jurídicos -más allá del mero testimonio en la movilización-, despejar incógnitas de carácter práctico y sostenibilidad en materia social o económica, por ejemplo. Y a partir de ahí identificar puntos de encuentro. Debería abrazar con auténtica pasión la actividad parlamentaria de la ponencia, porque es el foro que puede dar a luz todo eso. Pero sigue perdida en una escenografía del reproche y la autoafirmación hasta rozar la caricatura: a los que le sacamos cantares al banderón de Trillo en la madrileña Plaza de Colón nos desazona el alarde previsto para hoy en la donostiarra Plaza Gipuzkoa.

Los partidos vascos bordean la tentación de dejar el terreno de juego político en barbecho por dos años de hitos electorales a la vista o por la dificultad de superar la fase de enunciados. Urkullu y el PNV, más allá de apelaciones ajenas, tienen campo para manejarse en ámbitos centrales del país: la economía, los servicios sociales y los públicos; la conciliación tras el final de la violencia de ETA y sí, también el autogobierno y la libre decisión. Coger el guante implica riesgos, pero eso es la política. El desapego social que ya cosechan quienes no lo hacen les reduce a contenedores de su verdad con la única estrategia de captar de un calambrazo al primer homínido que pase cerca.