No es normal que la destitución de un cargo medio en el engranaje de una Administración provoque reacciones tan profusas y tan vehementes como las que han seguido al despido de Txema Urkijo, asesor de víctimas en la Secretaría de Paz y Convivencia del Gobierno vasco. Como suele ocurrir cuando se reacciona desde la pasión y el interés partidista, en este caso tampoco los árboles de la crítica política no han dejado ver el bosque de los motivos reales que están en el origen del incidente.

En realidad, la forma misma con la que Txema Urkijo ha reaccionado a su destitución revela las razones por las que el lehendakari decidió relevarle. Salió profiriendo acusaciones contra el titular de la Secretaría, Jonan Fernandez, contra el lehendakari Iñigo Urkullu y contra su Gobierno. A continuación, él mismo y personas de su entorno se emplearon a fondo para agitar el tema en medios de comunicación o mediante la recogida de firmas. En este sentido, durante quince días se mantuvo en los medios la arremetida contra su destitución, se incidió de manera tramposa en el supuesto abandono en que quedaban las víctimas y se enalteció -merecidamente, por supuesto- la labor y el impecable currículum del destituido.

Visto lo visto y oído lo oído, pueden extraerse algunas claves del fondo de este episodio.

En primer lugar, el incidente sorprendente de la carta del preso no entregada a la víctima, y Covite poniendo el grito en el cielo y clamando contra el responsable. Incidente grave, ciertamente, pero que puede resultar casi irrelevante si se tiene en cuenta que desde hacía meses Txema Urkijo venía realizando gestiones al margen y con el desconocimiento de la Secretaría de la que formaba parte y del propio Gobierno vasco, que se enteraron de la polémica carta por la denuncia de Covite. Ha sido el estilo de funcionamiento de Urkijo, tanto en la Secretaría presidida por Jonan Fernandez como en la Oficina de Víctimas presidida por Maixabel Lasa. Hacer y deshacer según su propio criterio, haciendo personales e intransferibles cotas de actuación respecto a las víctimas.

Da la impresión de que toda la actividad febril desplegada durante los días siguientes -ruedas de prensa, off the records, entrevistas, recogida de firmas- hubiera tenido como objeto la obsesión por borrar como fuese el rastro del incidente de la carta, incidente del que nadie ha vuelto a hablar ni a pedir cuentas.

Teniendo en cuenta sus propias justificaciones tras la destitución, Txema Urkijo ha dado demasiadas explicaciones y demasiado dispersas para con el único objeto de descalificar a la institución de la que formó parte, al parecer encantado: habló sin cortarse de incompatibilidad personal, problemas de método organizativo, estilo autoritario, ausencia de gestos relevantes con las víctimas y una serie de defectos que harían imposible el funcionamiento de la Secretaría. Estas son las perlas que Urkijo ha ido dejando caer aquí y allá tras su destitución. Raro, raro, raro. Porque si todo esto era así "desde el primer día" -según sus palabras-, ¿Qué hacía el asesor destituido en una institución que no podía funcionar? ¿Por qué, si estaba convencido de que había perdido la confianza de su superior, no dimitió? Si no se fue antes "por dignidad", ¿Por qué salió arremetiendo contra sus compañeros y sus superiores?

Pero lo más lamentable es la utilización que una vez más se ha hecho de las víctimas en este caso. Los que se han apresurado a posicionarse en favor de Urkijo y contra el Gobierno vasco han sometido a un colectivo de víctimas muy concreto a la presión de tener que decidir si firmaban o no un documento en ese sentido, si se situaban en un lado o en otro. De nuevo se ha desatado la desmesura y se ha echado por delante a las víctimas como argumento, utilizándolas de forma grosera e interesada bajo el disparate de afirmar que la destitución de Txema Urkijo pone en riesgo la política de víctimas del Gobierno. Introducir un tema tan sensible como las víctimas en la refriega de intereses políticos parece ser una tentación demasiado fuerte como para no temer que en cualquier momento y por cualquier incidente menor vuelvan a aparecer como argumento de desgaste.

De lo que se ha filtrado en algunos medios de comunicación se conoce otra clave para entender el desenlace. Txema Urkijo pretendió tejer para sí un estatus de no dependencia con su directora de víctimas y con su secretario general. Pero la Secretaría de Paz y Convivencia no es Gesto por la Paz, es un área del Gobierno en la que la estructura de responsabilidad y funcionamiento es muy clara. Urkijo no aceptó "desde el primer día" su sitio en la estructura de la que formaba parte.

En los sitios hay que saber estar y saber irse. Txema Urkijo no ha sabido estar ni ha sabido irse.