Con la vista ya puesta en mayo, la celebración de las elecciones al Parlamento europeo ha comenzado a activar la maquinaria mediática y política. Me gustaría subrayar hoy algunas singularidades de estas elecciones, calificadas como "menores", porque los ciudadanos no nos sentimos tan responsabilizados como en las contiendas electorales internas. En una eventual jerarquización de la importancia de las contiendas electorales éstas ocupan un ranking bajísimo. Esta nueva llamada a las urnas no despierta demasiadas pasiones políticas, entre otras cosas porque, especialmente en España, los grandes partidos se empeñan en nacionalizar la campaña, y en proyectar sobre la estricta dimensión política estatal lo que debería ser un debate supranacional.

Aporto ahora algunos datos para la reflexión: casi 500 millones de votantes potenciales estamos llamados a participar en unas elecciones transnacionales. Se ha iniciado una potente campaña institucional a nivel europeo dirigida a superar el bajísimo nivel de participación que caracterizó el anterior proceso electoral europeo, y eso teniendo en cuenta que en Bélgica y Luxemburgo la participación es obligatoria. Algo más clara para nosotros, desde Euskadi, se presenta la metodología electoral: la normativa deja libertad a cada Estado para aplicar su propio sistema electoral, y el Estado español ha optado desde su incorporación a la Unión Europea por el sistema más rígido y que menos incita a la participación, en beneficio además de los grandes partidos estatales frente a las fuerzas políticas que centran su actividad en ámbitos territoriales específicos: la circunscripción estatal y única.

Esta opción perjudica por un lado los intereses de los partidos que desean formular sus propuestas en clave europea pero en proyección concreta sobre su ámbito territorial de actuación política, repercute además negativamente en la participación (porque aleja realmente al votante de su realidad más próxima y de la incidencia del debate electoral sobre su realidad cotidiana) y favorece el bipartidismo estatal, en detrimento de las atomizadas ofertas periféricas.

Y cabe recordar que la opción en estas elecciones europeas a favor de diversas circunscripciones territoriales dentro de un mismo Estado está en vigor en Países como Francia (8 circunscripciones), Bélgica (4), Irlanda, Italia, Polonia o Reino Unido. ¿Para cuándo una reforma de la legislación electoral, que permita además adecuar las elecciones europeas a la importancia creciente de las entidades subestatales en la creación europea? ¿Quién teme una mayor participación electoral, una mayor cercanía de lo europeo a lo que importa a los ciudadanos?

De hecho, y en el caso del legislador español, se aprecia una clara contradicción: por un lado fija rígidamente ese sistema de circunscripción única, pero por otra parte, y al regular el límite de los gastos electorales en los que cada partido político puede incurrir con ocasión de las elecciones europeas, fija el mismo atendiendo a la población de las "secciones electorales donde cada partido haya solicitado que se efectúe la difusión de las papeletas", luego reconoce la distorsión que el sistema representa para los partidos que ni tienen ni desean tener implantación estatal.

Un segundo tema para la reflexión (y tiempo habrá de profundizar en la campaña y en los programas de los partidos) se centra en las listas electorales: en el caso español, de nuevo la norma rígida se erige en protagonista: listas cerradas.

Contrasta este dato con la realidad comparada de los restantes 27 estados de la Unión Europea, donde en 5 estados se funciona con listas semiabiertas y en otros 9 las listas son plenamente abiertas, pudiendo el elector seleccionar libremente, y en el orden que desee, su opción u opciones políticas.

Frente a la inercia política dirigida al pseudomovimiento para que nada cambie hay que reivindicar una nueva manera de participación política, para acercar Europa a Euskadi y a sus ciudadanos. Y pese a la desafección, la lejanía, la frustración, la indignación hacia la política europea, pese a todo, hay que votar para poder exigir otra construcción europea, hay que apoyar a quien de forma sincera nos proponga una Europa más social, más abierta a la realidad de las naciones sin Estado, a la superación de los egoísmos estatales, a la potenciación de una verdadera Europa de los ciudadanos y de los pueblos europeos, superando el exclusivo protagonismo de los Estados.