El pasado miércoles el compañero Javier Vizcaino titulaba su columna en los diarios del Grupo Noticias "Madrid no se moverá", en alusión a la nula iniciativa del Gobierno español por acelerar el proceso de normalización, paz y convivencia en Euskal Herria. Y es cierto. Hasta el momento, todos los avances que la sociedad vasca está percibiendo para hacer realidad ese tiempo nuevo tras décadas de violencia, todos estas decisiones para impulsar el proceso han sido tomadas de manera unilateral ya sea por la izquierda abertzale, por ETA, por sus presos, por las instituciones o por agentes sociales. Madrid, entendido como sede del poder español, su Ejecutivo, no tiene ninguna intención de aportar ni un solo gesto en esa dirección, porque de hacerlo tendría mucho que perder y nada que ganar.
Pero tengo que puntualizar al amigo Vizcaino que, lamentablemente, Madrid sí se mueve. Se mueve en la dirección contraria. Se mueve para entorpecer, para complicar, para impedir si fuera preciso un final ordenado de ETA, a la que quiere ver vencida, arrastrada y escarnecida.
La disparatada operación policial de esta semana, en mi opinión, no ha tenido más objetivo que satisfacer las ansias de venganza de los sectores más extremos vinculados a las víctimas del terrorismo y, de paso, acallar a la jauría mediática que no ha parado de ladrar desde que la Justicia española tuvo que tragarse el sapo del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. El ambiente político y mediático madrileño venía ya alborotado tras aquella sentencia, para tornarse en borrasca histérica a medida que, tras pasarse en la cárcel más de veinte años iban saliendo en libertad y regresando a sus pueblos -con sordina- las decenas de presos históricos de ETA a quienes la literatura periodística calificaba colectivamente de sanguinarios.
Los dardos de aquella ira desatada iban dirigidos en directo a la Justicia y de rebote al Gobierno, por no tener aún más controlada a la judicatura. Y cuando la fiera parecía calmada, o distraída, el documento del EPPK causó un efecto paradójicamente contrario al que debiera, ya que por fin el colectivo de presos vinculados con ETA anunciaba poco más o menos su sometimiento a la ley penitenciaria y el reconocimiento del daño causado, que era lo que se les pedía. Días después de que los habituales grupos de presión manifestaran su desdén ante el paso dado por el EPPK, el Gobierno se sumó a los improperios.
Pero lo que desbordó todos los límites de la furia fue la comparecencia en el Kafe Antzokia de Durango de los últimos presos liberados. Gobierno, fiscales, auvetés y caverna mediática lo intentaron todo para evitar que el acto se celebrase. Había que oír las barbaridades que le llovieron al juez de la Audiencia Nacional Santiago Pedraz por no haberlo prohibido, por más que el acosado magistrado intentase razonarles que hubiera incurrido en prevaricación si lo hubiera impedido.
La descripción que hizo el ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, del acto que iba a celebrarse al día siguiente en Durango fue una auténtica hazaña de pirómano: se trataría de un akelarre deleznable, repugnante, en un antiguo matadero (para añadir el detalle gore al asunto) "que va muy bien al caso". El acto se celebró sin más incidentes que la provocación histriónica del periodista de Intereconomía Cake Minuesa, hostigando para su galería madrileña a los comparecientes y quedando como Cid Campeador ante su audiencia. Llegará lejos, al tiempo.
Pero, a fin de cuentas, los presos liberados dijeron lo que tenían que decir y la mayoría de los representantes políticos vascos se congratularon del baño de realismo asumido por el EPPK y hasta especularon con una inmediata aportación de ETA al proceso inconcluso que comenzó con su renuncia a la lucha armada.
Pero para poner las cosas en su sitio, para que se vea quién manda aquí y para aplacar la cólera furibunda de sus grupos de presión, el ministro Fernández puso las gónadas encima de la mesa y echó mano de la Guardia Civil para detener a los de siempre. Ya veremos, tras su paso por el juez, en qué queda la batida policial anunciada antes de tiempo, pero de momento ya ha recibido el aplauso y los parabienes de esta turba de eternos indignados que no van a parar hasta que ellos, como vencedores, pisen la cabeza de los vencidos. La última y miserable interferencia, prohibir in extremis la manifestación convocada por "Tantaz Tanta", era la penúltima provocación. Pero la sensatez y la dignidad de este pueblo ha puesto pie en pared para impedir este nuevo atropello de unos poderes del Estado, empeñados en bloquear la nueva realidad de una Euskal Herria en paz. La furia desatada de esa extrema derecha cavernaria va a dirigir sus rejones contra el PNV que, en una arriesgada pero responsable decisión, se ha sumado a la convocatoria reorientándola y haciéndola viable con la reivindicación inmensamente mayoritaria de "Derechos Humanos, Acuerdo y Paz". Ya tienen otro enemigo contra el que vomitar odio y demagogia. El PP vasco, sin otro remedio que hacerle el coro al PP grande. El PSE, perdido en su ambigüedad. Esto se anima.