DONOSTIA. "La paz duradera entraña la reconciliación. Ella constituye una palanca ideal para un verdadero cambio en la sociedad". Bajo esta premisa, el obispo emérito de Donostia, Juan María Uriarte, ha querido hacer su aportación a una tarea que considera necesaria y urgente: la reconciliación de la sociedad vasca tras décadas de confrontación violenta. Para ello, ha publicado un libro de título inequívoco y sin apellidos -La reconciliación (editorial SalTerrae)- en el que no solo reflexiona y plantea a nivel teórico los mecanismos que conducen a una sociedad reconciliada, sino que baja a la arena, incluso al barro, a la realidad descarnada de Euskadi, y pone deberes a todos: a ETA, al Estado, a la Iglesia, a las víctimas, a los jueces, a las fuerzas de seguridad, a los medios de comunicación, a los legisladores y, en especial, al mundo educativo. A la sociedad toda.
Como no podía ser menos, Monseñor Uriarte parte del "pensamiento social cristiano", de los Evangelios -al fin y al cabo, la reconciliación está entre los siete sacramentos de la Iglesia, recuerda-, para aplicarlo a la realidad vasca. Eso sí, sin "autoridad eclesial", advierte. Un libro plagado de críticas -algunas duras- a todos los estamentos y agentes -curiosamente, los obispos vascos se salvan por su actitud de "condena ininterrumpida de los asesinatos de ETA"- y en el que llega a pormenorizar propuestas concretas para cada uno.
El prelado vasco parte su reflexión de una contundente declaración de principios que define como "fundamento ético de la reconciliación" y que sería, en el lenguaje político al uso hoy, el "suelo ético" para el proyecto de convivencia en paz:
"Ninguna idea, ningún proyecto político, ningún amor propio, ninguna razón de Estado pueden anteponerse a la vida, a la integridad física, a la conciencia, a la dignidad moral de la persona humana. Asesinar, mutilar, torturar, secuestrar, envilecer, corromper a una persona no tiene justificación moral en ninguna circunstancia. Ninguna instancia humana tiene poder sobre la vida y la muerte de sus semejantes. Arrogarse este poder es injusto, inhumano, inmoral".
desarme Sentada esta contundente premisa básica, Uriarte no duda en exigir a ETA "su desarme real y definitivo", "la entrega de sus arsenales y su disolución como grupo armado", así como que reconozca (también sus presos) "públicamente el daño físico, moral, social y económico que ha provocado con sus asesinatos, secuestros, extorsiones económicas y amenazas". También los reclusos tienen tarea. Su contribución, según el obispo emérito, "consistiría en adaptarse a las duras exigencias y circunstancias imperantes y acogerse individualmente a los beneficios penitenciarios establecidos por la ley". Y mete el dedo en la llaga: "Es muy importante que el agresor pida perdón", es decir, "reconocer que uno ha estado gravemente equivocado al usar injustamente de la violencia".
De igual modo, demanda del Gobierno español "una política penitenciaria más humana y una voluntad efectiva de alguna forma de contacto o diálogo siquiera discreto e indirecto" con la organización terrorista. Eso sí, siempre debería quedar excluido de cualquier contacto "todo contenido político" porque "ETA no tiene ninguna legitimidad para un diálogo de carácter político". Es más, Uriarte se muestra claramente partidario de, en la actual situación del proceso, dejar para un futuro las reivindicaciones soberanistas o, en sus alambicadas palabras, "diferir para un momento ulterior el tratamiento expreso del contencioso político que suele exhibirse como subyacente a la confrontación".
Pero quizá la propuesta más audaz, y probablemente polémica, del obispo emérito donostiarra -además de pedir al Gobierno que, "de la manera y en el contexto que le parezcan oportunos", reconozca "los graves abusos" y "delitos" cometidos por las fuerzas del orden en la lucha antiterrorista-, sea su apuesta por la aplicación de medidas de gracia para los presos de ETA, en concreto los indultos, ya que el propio prelado descarta de plano una amnistía que no considera acorde con los valores de verdad y justicia y no garantiza la convivencia pacífica. "Respecto a las medidas de indulto, parecería que, si se dan firmes garantías de abandono definitivo de la violencia, el poder ejecutivo podría hacer uso de sus competencias con sabiduría práctica aplicando, según los casos, bien el indulto total, bien el parcial. Podría conmutar penas por exilio, servicios comunitarios o sanciones económicas", reza su planteamiento, a caballo entre la prudencia de las palabras y el abismo de su trasfondo.
En cuanto a las víctimas, Monseñor Uriarte considera que son "el rostro humano más desgarrador que nos ha dejado la cruda confrontación" y cree que "una reconciliación que no reconociera, reparara y ayudara a las víctimas estaría viciada de raíz". Tras hacer una definición integral de las víctimas en la que sobresale el hecho de haber "padecido una agresión injusta (en cursiva en el original) que vulnera gravemente sus derechos humanos intangibles", el obispo reniega de la tentación que "tiende a diluir a todas las víctimas en un magma indiferenciado".
Sin equiparar Por ello, plantea que los afectados por los crímenes de ETA requieren "una destacada valoración propia y específica" tanto porque fue esta organización la que "inició y provocó la confrontación armada" como por "las circunstancias agravantes y la inhumanidad con que cometió asesinatos, secuestros, amenazas y extorsiones". "No sería justo equipararlas con las respuestas delictivas de la lucha antiterrorista", advierte.
Por último, el prelado analiza el papel de la Iglesia en el proceso de pacificación y reconciliación y, como colofón del libro, como -no por casualidad- última frase de Reconciliación, plantea una pregunta que, dada la trayectoria de Uriarte, resulta clave: "¿No debería nuestra Iglesia contribuir de manera más claramente activa?" De momento, no hay respuesta.