Bilbao

Han pasado veinte años desde que ETA asesinó a su marido, pero ni un solo día en que Rosa Rodero no lo haya tenido presente. Joseba Goikoetxea, sargento mayor de la Ertzaintza, sigue vivo en el recuerdo de su familia, pero también en las fotos de juventud que salpican de blanco y negro la librería de la sala, en el reportaje a todo color de su boda, en la vitrina que atesora la funda de su arma reglamentaria, sus placas... Joseba late sobre todo en el retrato que Rosa tiene en su habitación, frente a su cama. "Es como que me habla, que me mira. Hay veces que se me pone serio o veo que se ríe y le digo cosas. Siempre ando con él así", dice y ahora es ella la que se echa a reír. También discute con él cuando tiene algún problema, aunque la virgen y el niño no le quiten ojo. "La estampita me la regalaron cuando estábamos en el hospital, después del atentado. Son momentos de mi vida que no han sido tan bonitos como yo quisiera, pero pasa el tiempo y recuerdo con cariño que me llevaran fotos, medallitas...".

En un pequeño álbum Rosa guarda la última instantánea que tiene de su marido. Se la hicieron en el Alderdi Eguna de 1993, en Gasteiz. Joseba posa con sus dos hijas. La benjamina, sentada en su sillita, solo tenía año y medio cuando lo mataron. "Un día viniendo de la ikastola, tendría dos años y medio o tres, me dijo: Ama, me han dicho mis compañeros que a aita lo ha matado ETA. Y eso ¿qué es? Le expliqué que eran unos hombres malos. Sales por donde puedes. Como no llegó a tener esa visión de su aita, de ese hombre que está en casa, ella no lo entendía y ahí se quedó la cosa", recuerda Rosa.

Ahí se quedó la cosa hasta que la cría, a los cinco años, se negó un día a rezar por su aita en la cama. "Para mí fue un golpe, porque de repente me dijo: Por aita no porque ya no viene a verme. En ese momento tienes que hacer de tripas corazón y decirle: Hija, aita ha tenido un accidente y ha ido al cielo, con Dios, pero él siempre está contigo, desde allí te está cuidando. Esas cosas que intentas decirle porque es una niña que todavía no puede comprender. Y dijo: Entonces sí, mamá. Fue duro".

Tampoco debió ser fácil la conversación que mantuvo con su hija, llegada la adolescencia, para explicarle quién era su padre e inculcarle los valores que sustentan, como vigas maestras, su familia. "Yo siempre les decía a mis hijos: con rencores nunca vamos a llegar a ningún sitio. El odio no lleva a ninguna parte. Hay que trabajar y luchar. Ellos siguen con esas afirmaciones", comenta con orgullo.

Ni siquiera en su hijo, que viajaba en el coche con su padre el día en que le dispararon, anidó la animadversión. "Tenía 16 años y fue muy fuerte, porque ya no es solo que su padre haya muerto, sino que él estaba presente, que le vio caer, que iba a su lado en el coche y si no se hubiese tirado, podría haber muerto también". Pese a que en un primer momento se mantuvo "muy entero" y se enfundó el traje de "hombre de la familia" para apoyar a su madre y sus hermanas, terminó por derrumbarse. "Tuvo siete años muy malos. Tuvo que dejar los estudios porque era incapaz de concentrarse, estuvo con psicólogos...".

Era la época, recuerda Rosa, de "ha muerto uno, ¡ale!, a brindar con champán". La época en la que las víctimas, lamenta, estaban "olvidadas por todos los lados". De hecho, su calvario continuaba incluso después de haber sufrido en carne propia un atentado. "Vivíamos cerca de una zona donde había mucha gente de HB y a mi hijo le estuvieron haciendo la vida imposible. Tenía una moto y, cada dos por tres, si no se la habían tirado, le habían pinchado una rueda. Él siempre huía de las broncas, pero un día, cuando se le enfrentaron, les dijo: ¿Qué más me vais a hacer? ¿Me vais a dar una paliza? ¿Me vais a estar toda la vida fastidiando la moto para que mi madre tenga que gastar dinero? Si por mucho que me hagáis, el daño más fuerte ya me lo habéis hecho. Me habéis quitado a mi aita, lo más importante de mi vida. Después de eso, lo que me hagáis ya no me dice nada. La propia gente que se estaba metiendo con él se quedó tan impresionada que a partir de ahí ya no volvió a pasar nunca nada. Le trataron con respeto y nunca tuvimos ningún problema", relata su madre.

"Se me rompió la vida" Rosa transmite, a pesar del sufrimiento, alegría de vivir. Cualquiera diría, desplegada su amplia sonrisa, que ha superado la muerte de su marido, pero no. "Superarlo, no lo superas nunca. Es muy difícil, porque a mí se me rompió la vida. Quitando mis hijos, mi marido lo era todo. Simplemente aprendes a convivir con ello". Consciente de que si algún día ETA decidía atacar a la Ertzaintza, su marido era "una persona clave", ahonda en la sinrazón, más si cabe, de su asesinato. "Mi marido era una persona que apostaba por la reinserción de los presos. Él mismo, en su juventud, estuvo en la cárcel por pertenecer al PNV. Estuvo en el otro lado, pasando los mismos momentos que han podido pasar ellos. Lo que pasa es que él optó por el Parlamento y el Gobierno Vasco y los otros siguieron con las armas. Mi marido decía que había que luchar por el país, pero de otra manera, no matando sin ton ni son".

El cielo está encapotado, pero Rosa mira el horizonte y vislumbra un halo de esperanza. "Creo que ETA tiene muy claro que no puede continuar por donde iba. Estamos teniendo el problema de que en este momento hay un gobierno que no tiene gana de mover ficha si no es para tener alguna ganancia. Entonces, pues esperaremos". La paz no es plato de microondas. Hay que cocinarla a fuego lento. "Estas cosas necesitan tiempo y hay que hacerlas muy bien. No puede haber, como dice la gente, vencedores ni vencidos porque entonces siempre van a quedar resquemores y eso no puede ser. Aquí hay que llegar a un diálogo de paz y somos las víctimas las que tenemos que hacer ese gran esfuerzo de decirles a los políticos: Dialogad, seguid adelante, que esto se termine de realizar". Más que un deseo, para ella es una urgencia vital. "Son ya veinte años y necesito paz. Necesito levantarme tranquila como ahora, sin pensar en que puede haber un atentado, una bomba, un asesinato. Para mí en este momento esa es la prioridad".

Los nietos de Rosa, ambos de un año, conocerán a su aitite por foto y sabrán de ETA, si nada se trunca, por los libros de historia. "Cuando pregunten por qué murió el aitite, les contaré que hubo una época en que este pueblo estaba luchando y existía una banda armada, pero de la forma más natural del mundo. No quiero que tengan ningún prejuicio, sino que puedan convivir con todo el mundo. Yo siempre había dicho: Yo ya he sufrido, mis hijos han sufrido, pero que por lo menos mis nietos puedan vivir en paz y eso es lo que estamos intentando conseguir y lo que quiero, que ellos no tengan que sufrir".